❝Solías llamarme «Cariño», ahora me llamas por mi nombre. ¿A quién estás llamando, amor? Nadie podría ocupar mi lugar. Cuando estés mirando a esos extraños, le ruego a Dios que veas mi rostro❞
Felix, el Omega del temido Rey Bang Chan, decide huir de...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los ojos grisáceos de Felix se llenaron de la espantosa realidad que se desplegaba ante él. Cada lengua de fuego que devoraba los restos de su hogar, cada charco de sangre que teñía de carmesí la tierra, y cada lágrima de las víctimas caídas; todo se reflejaba en sus pupilas como un espejo del infierno en el que la conquista del rey évreano había sumido a su comunidad.
Una sombra oscura que devoraba cualquier rastro de esperanza.
Felix jadeó, sin aire en su pecho que pudiera sostener el peso de las emociones que torturaban tanto a su cabeza como a su corazón. El pánico absoluto congeló la sangre en sus venas, antes de que la ira la hiciera hervir como nunca antes.
—¡Ya basta! ¡Basta, por todas las lunas... ! —Sollozó, sus palabras atropellándose con sus hipidos y quejidos. Desesperado y sumido en la angustia, llevó su mano sana a sujetar la muñeca del alfa que aún lo mantenía sujeto por las hebras blanquecinas de su cabello. —¡Chan! —Llamó a su nombre, pues tal vez, en algún rincón roto de su alma, albergaba la esperanza de que aquel grito desesperado despertara al hombre que alguna vez había conocido, años atrás, antes de que las guerras y el sufrimiento lo transformaran. No a la bestia que ahora lo alzaba frente a las llamas, sonriendo con una cruel satisfacción mientras el fuego consumía todo lo que una vez fue suyo.
Los dedos de Felix, temblorosos y débiles, se aferraron con fuerza a la muñeca del alfa, añorando que el contacto pudiera devolverle un fragmento de la humanidad perdida en su mirada. Pero Chan, indiferente a su desesperación, inclinó la cabeza con esa sonrisa oscura y peligrosa que Felix apenas reconocía. A su alrededor, los gritos de agonía y el crepitar de las llamas eran la banda sonora de la destrucción que había traído consigo.
—¿Piensas que tu llanto me hará flaquear? —La voz de Chan era un susurro grave, burlón, cargado de un poder que aplastaba cualquier intento de resistencia. —¿Acaso no entiendes todavía? —Una corta exhalación abandonó sus labios, pareciendo incluso desilusionado. —No sé a quién llamas, no queda nada del hombre que conociste... lo mataste tú mismo el día que huiste. Esto es lo que soy ahora, mi amor, lo que tuve que hacer para volver a tenerte en mis brazos.
El dolor en el pecho de Felix era insoportable, cada palabra clavándose en él con la misma crueldad que las guerras que había desencadenado.
Sin previo aviso, el omega comenzó a golpear el pecho de Chan con los puños, aunque casi sin fuerza. Su respiración se entrecortaba, ahogada entre el miedo y el agotamiento. Con un grito que mezclaba dolor y rabia, levantó su mano herida, con el hueso de la muñeca partido a la mitad, y aun así, la usó para golpear con desesperación el cuerpo herido del rey. Balbuceó entre dientes, temblando de furia.
—¿¡Es que no le temes al juicio de los dioses!?
Pero Chan, inmutable ante los ataques débiles de Felix, lo observó con una mezcla de condescendencia y una fría y escalofriante calma. Sin previo aviso y con una suavidad perturbadora, lo alzó en brazos, sus movimientos cuidadosos, casi cariñosos, mientras el omega luchaba por comprender lo que estaba sucediendo. El contraste entre la brutalidad de la escena a su alrededor y la aparente ternura de los gestos del alfa lo hizo sentir más indefenso y confundido que nunca.