Realidad

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Realidad

Un día tan esperado, nunca se debe dejar pasar y peor si es donde te reencuentras con tu esposa después de dos largas semanas. Esperar y ver pasar el tiempo en frente de mis ojos es abrumador. Pero el alegrar de mis días fue mi querida... hija Natsumi. Una niña de siete años de edad, con una belleza extraordinaria similar al de su madre y con un temperamento revoltoso, no hay minutos en donde mi pequeña no esté quieta. Pareciera que nunca se cansara, siempre tiene sus energías ilimitadas; salta, brinca, corre, hasta compone lindas canciones con su fina voz, lo que me sorprende mucho. Unas cuantas caídas de sus divertidos juegos no se hacían esperar. Con su simple presencia me hacía sentir satisfecho, su mirada tan inocente y sus singulares locuras me alegraban el corazón.

La protejo a cada momento, no quisiera que se haga daño ni mucho menos perderla por un descuido.

Lucy mi querida y bella esposa de hace nueve hermosos años junto a ella. Mis sentimientos son tan fuertes que me considero un esposo posesivo, no voy a permitir que ningún idiota, me arrebate de mis manos. Todos los días su belleza florece similar al del amanecer, tengo el privilegio de tenerla en mis brazos y abrazarla tan fuerte como me sea posible, darles los más sensuales besos que la deja sin aliento, la amo tanto que si le llegara a suceder cualquier cosa, ya no sería el mismo, ella me da su calidez, su compañía, su afecto, su cariño... Es mi amiga para toda la vida, con la que voy a compartir buenos y malos recuerdos.

Su radiante sonrisa es la más sincera y honesta que perdura en mis pensamientos.

– Papá – mis pies no se han parado por ningún momento. Al escuchar su aguda voz llamándome me detuve para buscarla con la mirada, la localice en el marco de la puerta con su vestido holgado hasta las pantorrillas y su bolero blanco puesto, su cinta color rojo colocada en su cabellera rosa.

–Si... – me atine a decir, parece no estar de buen humor, su ceño estaba fruncido y cruzaba sus brazos demostrando su enfado.

Acabo de despertar hace treinta minutos – poco tiempo –, hoy era el día que su madre  regresaba de su viaje. Tuvo que irse por motivos de trabajo; es la administradora de la Empresa de su Padre y como su puesto es administrar tenía que estar presente en la Compañía arreglando asuntos económicos.

La llamaba cada vez para asegurarme que no esté con algún hombre. Ella confía en mí, yo confió en ella. ¿Cuál es el problema? ¨ellos¨, los tipos pervertidos que suelen estar detrás. Es una belleza exótica.

–Vamos... nos está haciendo tarde –apresure mas los pasos, necesitaba tener todo listo.

Busque la maleta con algunas provisiones, encontré las llaves de la casa y salí hecho un vuelo, agarre a mi hija de sus manos llevándola directo al auto, la subí en la parte trasera con rapidez ajuste su cinturón de seguridad.

–Lista para verle a tu mamá... – mis manos apretaban fuertemente el volante, realmente me sentía nervioso.

–Claro –afirmó con entusiasmo, esta detonando ánimos por ver a su madre. Encendí el auto y empezó a manejar directo al aeropuerto.

Aquel lugar que fue años atrás,  el testigo de una reconciliación. Que si bien sabía, la recuperaba o la perdía para siempre, pero el destino estuvo a mi favor. En ese aeropuerto fue el principio de un amor eterno. Tan grande que supimos aclarar cualquier malentendido.

Quiero verla y decirle que no puedo estar sin ella más tiempo, pero tengo una gran rival... mi hija.

– ¿música? – pregunte, le gusta cantar conmigo o a veces sola. En esta ocasión ella asintió mientras observaba la Gran ciudad. Introduje un disco y la tonalidad en el auto comenzó a sonar. Por el retrovisor observaba el movimiento de su cabeza de un lado a otro y pequeños susurros salidos de sus labios – canta conmigo ¿sí? – espere su respuesta impaciente.

No te Vayas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora