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Y así, tan rápido como las hojas caen al llegar el otoño, había pasado un año entero. Pero ¿Un año de qué? Pues 365 días de haber recuperado la paz en la isla de Berk, o al menos... la paz momentánea entre dragones y vikingos después de 300 de años de lucha e innumerables pérdidas para ambos bandos.

Era increíble pensar que aquella pequeña aldea guerrera donde sin tapujos se lanzaban a atacar con los dientes al enemigo, ahora tenía de enormes mascotas a las mismas bestias que devoraron a sus tarara-tatara-tatara abuelos-tío-primos en segundo grado, hacía muchos siglos atrás.

Pero así era la realidad actual de la tribu comandada por Estoico el Vasto, las cenas eran más deliciosas, la gente dormía más tranquila y nadie jamás derramó lágrimas por un familiar perdido en las fauces de un dragón. Todos parecían conformes con sus nuevas rutinas, eliminando la caza de dragones de la "lista de tareas", rudos vikingos como Bocón por ejemplo, que toda la vida había trabajado forjando armas mata-dragones, ahora era feliz con su trabajo como dentista de lagartos escupe fuego.

Pero, como siempre, existía esa excepción a la regla... alguien que no estaba totalmente feliz con la vida que llevaba.

Exactamente, el mismo Hiccup Horrendous Haddock III era aquel "marginado" que todavía sentía cierta incomodidad que no le dejaba disfrutar su nueva vida en la tribu como entrenador de dragones. Y no es que tratase de llamar la atención o hacerse "el pobre elegido" con su vida llena de desgracias... más bien, era una molestia que solo aparecía cuando la gente lo llamaba usando el título de "Orgullo de Berk".

La mitad de ese nombre se debía a su acto de valentía en salvar a un pueblo entero que muchas veces lo trató como un problema con patas, y la otra parte... La otra parte de ese noble título de héroe llevaba la enorme carga emocional de un padre orgulloso de su primogénito.

¿Pero por qué, con tal honor de nombre, el pecoso hooligan sentía un poco de "molestia" al oírlo? La razón era algo compleja:

Para ganar ese 'orgullo' tuvo que matar a un dragón, que aunque fue en una situación sin más salidas que aquella, hubiese preferido evitar. Había acabado con la vida de una de las criaturas que ahora le daban sentido a su vida, tal vez incomprendida e incluso única en su especie ya que nunca tuvo la oportunidad de haberla conocido en otras circunstancias menos mortíferas.

Hiccup jamás estará orgulloso de haber matado a un dragón.

No soy el "orgullo" de nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora