—Eres un exagerado, nadie más que tú me oye pisar —Rose entró en el despacho aun con el libro de rectas bajo el brazo, permitiéndose dejarlo en el escritorio de Jean como si aquello fuese un encuentro entre amigos.
—Pisas lo suficientemente fuerte como para que algún francés se entere de que andas por ahí.
—Italiano —Rose lo corrigió, le había dicho que la mandaban a Italia, así que se habría confundido con algún otro que también terminaba hoy su entrenamiento.
—Claro, fallo mío. —Algo en la voz de Jean le hizo pensar que no era del todo sincero, pero no sabia por qué exactamente, tal vez se refería a si mismo al mencionar a un francés escuchándola llegar.
—Bueno, ¿Por qué me has hecho venir?
—Como si no lo supieras ya, traes un regalo de despedida —Rose sonrió tímida, algo dentro de ella la empujaba a enseñar aquel libro de recetas con orgullo —. Han aprobado tu salida de aquí, esta misma noche tendrás una primera toma de contacto con el mundo exterior, si lo superas sin problemas te llevaré a la ciudad de destino y nuestros caminos se separarán por un tiempo largo... puede que para siempre.
Un torbellino de emociones inundó a Rose. Jean le acababa de confirmar que su libertad era inmediata, que iba a poder salir de aquel lugar, iba a dejar de estar encerrada en aquella instalación ubicada en a saber donde. Eso le causaba una alegría y una sensación de euforia tremenda.
Aún así, una gran pena se apoderó de ella. Se había acostumbrado a comer y cenar con Jean todos los días, buscándolo con la mirada en el desayuno aunque supiera que nunca coincidían. Su presencia se había convertido en algo reconfortante y, aunque fuera su superior, lo había llegado a considerar un igual en muchas ocasiones. De no ser por la situación en la que se encontraban, podrían haber sido amigos, puede que algo más, y no era capaz de hacerse a la idea de que eso desapareciera de golpe.
Había controlado el tiempo en aquel lugar gracias a él, que le traía algún detalle en navidades o en su cumpleaños, sin mencionar la festividad correspondiente porque no lo tenía permitido, pero siempre había algún tipo de detalle en el envoltorio que le dejaba claro cual era. Incluso en el último San Valentín, justificando en que además del día del amor lo era también de la amistad, le había traído una caja de sus bombones favoritos desde el exterior.
Era él quien, cada vez que su antigua vida le venía en la cabeza, la animaba. Más de una noche la había colado en lo que ella creía que era un despacho al que no debería tener acceso por ser una recluta en entrenamiento para que pudiera ver las estrellas y el mar por aquel gran ventanal, reconfortándola con sus palabras mientras la abrazaba por detrás.
«Todos estamos bajo el mismo cielo, Rose, tu familia y amigos ven el mismo cielo estrellado que nosotros, duermen bajo la misma luna que tu y que yo.»
Había desarrollado con él una complicidad y una confianza que no se explicaba de ninguna manera. En todos sus años en libertad no había encontrado alguien así y no pensaba que lo encontraría jamás, mucho menos de la manera en la que se habían encontrado ellos y con las primeras impresiones que habían tenido el uno del otro.
—¿Y esa cara de pena? Te estoy diciendo que vas a ser libre, ¿No era eso lo que querías? Deberías estar eufórica.
—Sí, si no sabes lo que me alegra saber que voy a salir, pero... ¿No te veré más? Estaba hecha a la idea de que no vería a mis profesores ni a mis instructores, pero tú eres mi superior, quien se encarga de mi, quien evalúa mi trabajo... Pensaba que también tendrías estas funciones cuando estuviera fuera, manteniendo un contrato mínimo.
—Bueno, sí que mantengo todas esas funciones, pero de forma remota y sin interrumpir en tu vida. Solo nos veremos en caso de algún tipo de misión que me requiera a mi o que seas descubierta y tengamos que reubicarte... Que espero no sea el caso.
—No me hago a la idea de perder al único amigo que he tenido estos últimos años....
—Aún queda el primer contacto con el mundo exterior, que lo harás conmigo, y también tengo que llevarte hasta tu ciudad destino sana y salva, eso son mínimo dos días más conmigo. No los desperdicies, que eres la única que me disfruta sin pagarme un sueldo —Rose no pudo reprimir una sonrisa, sin saber que de todo era lo que la alegraba —. Esa cara ya me gusta más. Ve a tu habitación y descansa un poco. Hay algo en el armario para esta noche, no sé si será de tu estilo o no, pero es adecuado para el lugar al que vamos, y siempre me han dicho que tengo muy buen gusto.
—¿Me dices al menos a donde vamos? ¿O tampoco puedo saberlo?
Jean no respondió, girando la silla en la que estaba para reclinarse y cruzarse de brazos, negando despacio respecto a la ubicación de aquella primera salida. Rose mantuvo la sonrisa, recogiendo el libro y yéndose a su habitación sin decir nada más.
Estaba agotada, aunque las clases y los duros entrenamientos se habían vuelto tan rutinarios que ya no la agotaban, todas esas emociones de tener la libertad al alcance de las manos la había dejado agotada por la intensidad con la que la habían abordado.
Al entrar en la habitación colocó el libro en el escritorio y se dejó caer sobre la cama, buscando recuperar algo de energía; había pasado tanto en tan poco tiempo, que sus ojos se cerraron casi sin darse cuenta.
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De otra manera
ActionRose, una joven atrapada en una cruel injusticia, es arrestada por un delito del que, irónicamente, es la víctima. Para la policía todo encaja perfectamente, ella es la cómplice que se quedó atrás al llegar la patrulla. La sentencia es rápida y el v...