UNO

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I

Posiblemente era otoño. Las hojas de los árboles habían comenzado a caer hacía dos semanas; los jardines, los techos y las calles se tapizaban como murales en el suelo que crujían con el soplar del viento. Las nubes, enrojecidas, encendían el cielo de la tarde como un mar en llamas que le daba un aire de calidez a la ciudad.

Él admiraba la escena desde la ventana, cansado y somnoliento. Sabía que era otoño, pero desconocía qué día podía ser. La última vez que supo la fecha había sido en verano, cerca de agosto. Sentía que habían pasado al menos seis meses de aquello, pero eso no era posible; la temporada de lluvias ocurría siempre en invierno y después en verano, pero ni una sola vez había llovido desde que fue expulsado de la escuela.

Lo recordaba con tristeza, el haber sido expulsado. Un día era un alumno regular del cuarto semestre, y al siguiente era un muchacho sin futuro, lleno de complicaciones. Afortunadamente, sus padres lo mantenían, aun si no lo querían. Tener un hijo había sido el peor error que aquella pareja pudo haber cometido, pues nunca estuvieron verdaderamente interesados; los accidentes ocurrían, y a veces era difícil arreglarlos. Le depositaban a una cuenta bancaria, una vez al mes, dinero suficiente para pagar la renta, la luz, el agua; comprar utensilios escolares, uniformes, ropa, libros; abastecerse de despensa, seguridad y salud. Él no sabía de dónde venía tanto dinero, pero recordaba que tanto su padre, como su madre, habían terminado al menos una maestría.

Era hijo único. Nunca tuvo con quién jugar de niño. La escuela no era su lugar favorito, pero al menos allí había tenido con quién hablar. Ahora no podía hablar con nadie, más que nada por indisposición. Su mejor amiga, Mari, lo visitaba todas las tardes después de dar por terminadas las actividades de su club para jóvenes literatos, pero incluso hablar con ella se volvía aburrido y tedioso. La quería mucho, pero ya no tenían muchas cosas de qué hablar; que cómo le iba en la escuela, que quién había reprobado cuál materia... O en su caso, que qué había hecho esa tarde, pregunta a la que tenía que responderle que no había hecho nada.

No había nada que hacer. La televisión no le interesaba mucho, y aunque disfrutaba de ver películas, tenía muy pocas películas en su librero. Le gustaba leer, pero ya había leído todos sus libros. A veces daba un poco más de su esfuerzo en preparar algo para la comida, pero solía rendirse la mayoría de las veces a causa del pensamiento de que no era necesario cocinar, si después de todo tendría que comer todos los días.

Sólo quería desaparecer y que él mundo desapareciera con él, que las cosas dejaran de ser y pasaran a no ser nada. O que se presentara algo extraordinario en la puerta principal, y que le ofreciera la oportunidad de iniciar una aventura. Pero eso no pasaría. Él era un muchacho pesimista que había recurrido a los narcóticos para hacerse sentir un poco más valioso, y todo para terminar expulsado y deprimido por el resto de su vida.

Los días se contaban y nada cambiaba; vivía en una transición entre la vida y la muerte, como todos, pero estaba muerto ya, muerto en vida. Mari no lo entendía. No tenía aspiraciones, deseos, querer, amor, valores... No le quedaba más que la ventana de su habitación en el segundo piso, donde pasaba horas asomado y cauteloso, vigilando la calle como si llegase a ocurrir algo extraordinario.

Esa tarde eran las cinco y estaba pronto a oscurecer. Quedaban una o dos horas de luz natural y después nada, el cielo sería aquella cortina negra que parece haber sido salpicada con pintura blanca, como por error. Mari llegaría pronto, pero no pensaba abrirle. Iba a quedarse allí, en la ventana, y la observaría desde la altura mientras recargaba su bicicleta en el cerco y procedía a tocar el timbre. La idea le alegraba. No tenía por qué dejar pasar a la pobre pelirroja, ni siquiera por ser su mejor amiga. No existía una ley que le obligara a abrirle la puerta siempre que fuera a visitarlo, así que no cometería un delito o un pecado. Su pretexto, cuando viera a Mari de nuevo, sería que se había quedado dormido después de un día de ver películas en maratón.

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