Prólogo

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LOS CAMPESINOS italianos creen que Dios es un labrador como ellos. Al caminar por una pendiente de grava junto a un viñedo en Chianti me pregunté si en verdad tendrian razón. En la Toscana él Sol matutino pinta el paisaje con una paleta distinta al resto del mundo, de una rosa dorado las colinas y los espaldares de las parras, y de plata los obscuros olivos, que destellan en el viento del amanecer comí un banco de arenques.
Es temprano y de mañana, antes de que suenen las campanadas de la Torre de San Donato. Todo esta silencioso excepto por el eco apagado de los acasionales disparos de rifle, apenas audibles a la distancia en todo el valle de Valdarno. Los hombres cazan cinguiale, o jabalíes. En mis vagabundeos por el campo nunca me he topado con los cazadores ni con las bestia. Pero todas las mañanas oigo loa disparos, sonando como al descorchar una botella de vino.
Hoy desperté a las cuatro, aun antes que los cazadores, pero seguí acostado casi otra hora. Después me vestí y salí a caminar. Mi esposa está acostumbrada a que yo me incorpore de la cama a cualquier hora de la noche, como un obstetra. Me parece que es una metáfora apropiada. Las historias, como lo bebés, a menudo ni esperan a las horas decentes para nacer. Toda la noche he estado pensando en una historia que me ocurrió.
Algunas historias se construyen como si hubiera un plano; se estructuran linea a linea y ladrillo a ladrillo. Otras nacen penosamente de la angustia, arrancadas con sufrimiento de la mente del autor para llevarlas a las páginas que, al final, son más vendas de papel. Y están también aquellas historias que buscan al escritor, a la deriva a través del tiempo y el espacio cono vilanos de cardo hasta que encuentran suelo fertil donde posarse y echar raíces. Esta es una de esas historias. Me encontró durante mi segunda semana en Italia.

LA CONOCÍ al lado de la piscina de un club campestre situado a unos nueve kilómetros al sudoeste de Florencia. Tenia alrededor de treinta años, era esbelta y atractiva. Estaba reclinada en una tumbona leyendo un libro en rustica y lucia un bikini color durazno que se veía luminoso contra su piel bronceada. Tenia el cabello largo y castaño, con destellos color miel. Lo que me llamo la atención, sin embargo, fueron sus exóticos ojos de avellana.

La última promesa-Richatd Paul EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora