La ventisca (o mejor dicho, mi ventisca) me obligaba a tener que caminar en busca de algún refugio no muy lejano y llenaba mi, ya de por sí, pálido cabello, de pequeños copos de nieve.
Realmente, no sabía cuanto tiempo llevaba guiando mis pies hacia ninguna parte. Quizás diez minutos, quizás una larga hora. Había perdido la noción del tiempo en cuanto noté mis fuerzas flaquear y mis piernas, temblar. Pero de repente, ocurrió. Mi cansancio se disipó en cuanto, a la lejanía, divisé una cueva. Un refugio. Una salvación. Pero parecía tapada por una enorme montaña de nieve.
Una vez frente a ella, me tomé un tiempo en buscar algún en la nieve, que después resultó ser un tiempo inútil pues no había ninguna posible entrada.
Pero al acercarme para regocer mi cetro, el cual había dejado apoyado sobre el tumulto de nieve, una voz llega hasta mis oídos. Parece femenina pero solo porque proviene de una muchacha, no por su forma de hablar.
"¡Angus, pedazo de vago, levántate ya o nos moriremos congelados! ¡Y te quedarás sin zanahorias!"
Supongo que a ese muchacho le gustan las hortalizas pero...¿por qué relincha?
"Buen caballo." Añade la voz, lo que me hace empezar a reír, ¿en serio he confundido a un equino con un humano?
- ¡¿QUIÉN ANDA AHÍ?! -Pregunta la desconocida a gritos y puedo distinguir un halo de esperanza y alivio en sus palabras.- ¡AYUDA, POR FAVOR! ¡SOY LA PRINCESA MÉRIDA DE DUNBROCH!
"Mérida" La preciosa palabra acaricia mi boca mientras la susurro. Quién diría que yo, Jack Frost, iba a salvar a una princesa en apuros. ¿No hacen eso los apuestos caballeros con un blanco corcel? ¡Pero si el mío lo tiene la princesa!