Te levantas con pesadez después de dormir tan sólo un par de horas, la noche anterior fue divertida, pero los estragos resuenan en tu cerebro con singular alegría. Bostezas, te mueves con torpeza, el camino al baño te parece lejano. El agua de la regadera se resbala por tu cuerpo resucitando cualquier idea de celebración, mientras frotas el contorno de tus senos con el jabón recuerdas aquel comercial que supone que tomar un baño es "rejuvenecer y volver a la vida", te lamentas de no haber comprado esa marca. Tus pies mojados dejan huellas en la alfombra. La toalla blanca moldea tu figura, el turbante seca tu cabello para que no se maltrate.
Es temprano, abajo se escuchan ligeros zumbidos de los pocos autos que circulan por la avenida. La luna se oculta justo frente a ti. Acompañas la imagen con un trago del tequila que sobró de la noche anterior. Nunca has entendido porqué el alcohol ayuda a que te coloques las medias con mayor soltura. La falda negra espera sobre la cama, miras la luz rojiza del despertador que indica que aun estás a tiempo de tomarte otra copa, un cigarro para que te sepa mejor. Piensas que tu cuerpo semidesnudo resplandece ante el espejo, tu cabello está perfectamente rizado, te untas un poco de crema en el rostro, la loción perfuma tu cuerpo y te hace sentir una niña otra vez.
El auto te espera ansioso en el estacionamiento. Miras a padres e hijos andando con prisa y malas caras porque se ha hecho tarde para ir a la escuela. Das las gracias por no tener hijos, por no estar casada y por ser tan organizada en tu vida que tienes calculado cada detalle para la llegada al trabajo. Depositas una moneda en la mano del conserje por el favor de abrir la puerta, este te da las gracias y te habla respetuosamente, estás segura que eres la única a la que le habla así. Llegas a la esquina, el voceador repite la rutina diaria y te ofrece el periódico, es la misma sonrisa del conserje, te alegras de recibir tus primeros halagos del día. El tráfico es insoportable a estas horas y puedes notar el descontento de los hombres y mujeres que sudan por no estar a tiempo. Tú estás tranquila, el tiempo te sobra, aprovechas el embotellamiento para mirar de nuevo ese sobre que reposa en el asiento trasero. Lees la invitación por sexta vez, no puedes creer que la persona que considerabas el amor de tu vida contraerá nupcias el día de hoy, peor aún, te cuesta más trabajo aceptar que no se casará contigo. Interrumpes la séptima lectura al notar que los conductores adyacentes a ti no dejan de mirarte, sonríes una vez más, juegas con su flirteo, finges que estás interesada, les brindas algunos segundos de alegría y regresas a tu asunto, para ti los coqueteos son parte de la vida diaria.
Te repones de tu tristeza cuando entras por la puerta, recibes la acostumbrada mirada "encueradora" por parte de los policías que cuidan la puerta; Los saludas, caminas por el corredor y notas la gran cantidad de hombres que se mueren por tomar el ascensor contigo, tu oculto estado de ánimo provoca que los halagos comiencen a incomodarte, sobretodo cuando el pequeño espacio se llena de una mezcla de olores y perfumes baratos que contrastan con tu delicada esencia de la botella. Sales del encierro, tu cuerpo se levanta cuando caminas por el pasillo, sabes que las mujeres te envidian, las habladas a tus espaldas y sus ojos de rencor son mucho más gratificantes que cualquier piropo, saludas a todas para aumentar tus regodeos, tu olor impregna los cubículos, sabes que eres la reina de ese lugar, sobretodo cuando entras a una de las dos oficinas en ese piso y encuentras el tradicional ramo de flores sobre tu escritorio.
Sencillo, vigilar lo que los demás se acomiden a hacer en tu lugar, el poder que tienes te causa placer, una sonrisa, una mirada, un beso, tareas sencillas que no te cuestan, no quieres pensar que tu puesto de ejecutiva te lo ganaste con esos adeptos. Hora del almuerzo, te pasas la mitad del tiempo espantando a todos aquellos que quieren sentarse al lado tuyo, degustas un rico emparedado de tu preparación y una soda de dieta. Es la novena vez, Ricardo y María, el amor de tu vida y la bruja, la persona que no es ni el diez por ciento mujer de lo que tú eres, la tipa que fue después de ti, la inútil que crees que no lo conoce, la cerda que no tiene nada de lo que tienes, la suertuda que posee lo único que te falta. Se acerca la hora de la salida, llamas a tu madre con el celular más moderno del mercado para preguntar, asegurarte de que ir a esa boda está bien, ella te pide prudencia, te habla de la cantidad de hombres que desearían estar a tu lado, de lo racional que suenan las frases: "Tú eres una ejecutiva, él sólo es un maestro" "Tú eres una diosa, el es un don nadie". Sabes que tu madre trata de ayudarte, le agradeces, haz tomado una decisión, piensas que esa boda no sería nada si no estás presente, vas a hacerles el favor, irás a demostrarle lo que ha perdido.
Tienes una cita con el destino, antes de salir de la oficina, pasas a agradecerle a tu jefe por las flores que todos los días iluminan tu escritorio, él siempre quiere algo más que un agradecimiento, le pides que tenga paciencia, que antes de tenerte tendrá que dejar a su esposa, no tienes miedo de soltar esas palabras, estás segura de que nunca lo hará, nunca podrá tenerte, el hombre no te inspira la mínima confianza para estar entre sus brazos. Te despides de tus compañeros, las mujeres recuerdan que estás aquí y sus caras se hacen largas otra vez, eso te recuerda que eres la mejor. Altus citius fortius, así diría el querido profesor que hoy se te va. Caminas con soltura, no hay panza que tengas que ocultar, no es necesario quebrarte la espalda para sacar los pechos, no necesitas el vaivén de tus glúteos como péndulo para sentirte hermosa. Eres natural, eres una diosa, eres la mujer que cualquier hombre desearía tener, por tu cuerpo, por tu inteligencia, por tu fino rostro, por tu sabiduría. Ninguna es mejor que tú, pocos hombres son dignos de ti, tienes la posibilidad de escoger y no que te escojan. El ego y tu seguridad se suben al auto con rumbo a la boutique más elegante para comprar un vestido a tu altura, un atuendo que resplandezca tu condición de musa, el elevado sueldo que percibes te da la oportunidad de comprar lo que se te antoje. La invitación se burla desde el asiento trasero, una señal de lo único en lo que haz fracasado, un antagonista silencioso que quiere arrancarte la autoestima para tumbarte al suelo, sólo para que conozcas el mundo de los pobres seres humanos.
Haces la entrada triunfal en la plaza, los hombres se rinden a tus pies y observas con horror como las esposas, novias y parejas dejan de ser atendidas cuando pasas junto a ellos. Analizas las ropas que ellas visten, notas una tendencia a que ellas presuman su cintura no importando su tamaño o su inexistencia. Miras pantalones por debajo de la cadera justo en el lugar donde la espalda se divide, blusas y playeras estampadas que presumen el ombligo pero dan peso específico a la cintura. No puedes dejar de reír, miras sus lonjas luchando por esconderse, los pantalones ajustados a punto de reventar, panzas que convierten al ombligo en una caricatura. Tus burlas carecen de remordimiento, te hubiera gustado vestir de otra manera para demostrar tu pequeña cintura eléctrica que destroza corazones, que te coloca a la par de los ángeles. Se te ha ocurrido algo, escoges el vestido de noche más hermoso y le pides a la empleada que le haga algunos ajustes, ese atuendo debe por sobre todas las cosas presumir tu cintura. La mujer regresa con el vestido en unos cuantos minutos, al entallarlo con tu silueta el lugar se transforma, todos los reflectores apuntan hacia la cintura eléctrica, recibes las acostumbradas miradas de envidia de las mujeres y los pensamientos animales de los hombres presentes, este es. El gerente de la tienda se acerca y te ofrece un atractivo descuento a cambio de una foto y el permiso para hacer de esa foto una forma para publicitar el lugar, halagos más, halagos menos, te sientes tan dueña del mundo que te das el lujo de negarte, pagas tu vestido y sales con un mar de luces multicolores adentro de la sangre.
La hora se acerca, llegas con el tiempo justo a tu hogar, tomas otro baño para refrescar tus poros, al salir metes tus pies en agua de sábila para que resistan toda la noche de baile, rocías tu cuerpo con aquella fragancia que sólo usaste cuando salías con él. Tomas una copa de tequila, fumas un cigarro. El silencio del departamento te hace pensar que su alma te pertenece, no sabes lo que harás al llegar, pero estás segura que algo se te ocurrirá. Te colocas el vestido, te miras al espejo, viajas al pasado, recuerdas aquella noche de Junio, la última que estuvo en tu cama, el coito del adiós, la noche que fue de ustedes, aquella en la que su espalda quedó arañada por tus uñas que lo apretaban con fuerza contra tu cuerpo. Esa vez tu cintura se movió con tal fuerza, con tal cadencia, con tanto placer que terminó haciendo corto circuito, le comentaste la imagen y él fue el que la bautizó como "cintura eléctrica". Al día siguiente se fue, tu creíste que para siempre, te ofreció viajar con él, pero fuiste víctima de tu egoísmo, te negaste y el creyó que lo habías dejado de amar. Tres años después regresó pero no te buscó, conoció a cualquier otra mujer que lo arropó y tu no hiciste nada, supiste que había vuelto cuando por accidente lo encontraste en aquel café de Coyoacán que frecuentaban cuando eran una pareja. Platicaron, te enteraste que estaba comprometido y te diste cuenta que seguías amándolo como a nadie. Reaccionas de tus recuerdos cuando notas en el reflejo algunas lágrimas que destrozan tu maquillaje, corres al baño por una toalla, sin embargo se antepone en tu camino el botiquín, sacas de este un pequeño paquete que hacía mucho que no utilizabas, te acercas de nuevo al espejo, sacas del cajón el inhalador y te entregas al olvido, el polvo blanco recorre tus fosas nasales purificando el dolor, te dejas llevar por tus impulsos, tu razón está apagada, el recuerdo de tu maestro no puede borrarse, está pegado al alma como una sanguijuela que te chupa toda la sangre, paso a paso, el dolor se concentra en tu estómago llenando de ruido el departamento que hasta hace unos instantes soplaba únicamente el sonido del silencio.
Te esfuerzas por arreglar el desorden lo antes posible, haz roto con tus hábitos, se te ha hecho tarde, tomas un pequeño bolso y sales hacia el auto, ignoras al conserje y su tercera sonrisa del día, sacas valor de algún lado y aceleras tu carro como nunca antes, recibes insultos de los otros conductores a diferencia de sonrisas y miradas lascivas. Llegas a la iglesia y no encuentras estacionamiento, dejas tu auto en doble fila y bajas con la compostura extraviada, al entrar al recinto te tropiezas y tus tacones resuenan en todo el lugar, todos te han visto llegar. La misa ya ha recorrido varias oraciones e inclusive el sacerdote te ha visto llegar tarde. Buscas un asiento cerca de la puerta, reconoces a la mayoría de los asistentes, cuando eras su pareja lo acompañabas a toda clase de reuniones familiares y lograste cierta amistad con algunos de ellos, tratan de saludarte y sonreírte, no tienen importancia, estás concentrada en aquella espalda hincada en la parte de enfrente que despierta toda clase de deseos y sentimientos. Tu corazón está acelerado, algo te dice que debes ser parte de esta noche inolvidable, quisieras levantarte y hacer por amor una locura que sería mal vista por todos pero que te tranquilizaría. Vamos, nunca te han importado los demás, sólo bus buscas tu bienestar. Tratas de armarte de valor, pero hay sentimientos encontrados en tu cabeza, algunos asistentes que te han estado mirando comienzan a sospechar tu fechoría, se ponen alerta mientras contemplan lo hermoso de tu cuerpo.
No sabes como pero te haz puesto de pie, todos te miran menos él, caminas por el extremo izquierdo del aposento con el cuerpo resplandeciendo sobre tus pies. Algunos temen, otros se exitan con el momento, te diriges al frente, no hay quien te detenga, eres una diosa, un ángel, te mereces todo lo que quieras, no hay nadie como tú, tus pasos son firmes y seguros, el corazón se te quiere salir del pecho, tu cabeza da vueltas, el ambiente se llena de tensión, casi haz llegado, estás a unos cuantos pasos de impedir o posponer que el amor de tu vida se vaya para siempre, él no te ha mirado, a pesar de tus ruidos, de tu imagen, de tener a todos mirándote, tu hombre no se ha inmutado y ha escuchado al sacerdote como hipnotizado, no ha soltado de la mano a esa masa amorfa que lleva un ridículo vestido blanco y que no tiene una cintura eléctrica, no le ha importado saber si su hermosa diosa ha llegado a impedir la peor estupidez de su vida. Algo detiene tus impulsos, estás casi frente a él y no dejas de contemplar su ausencia, lo conoces tan bien que sabes que está muy feliz, de hecho, más feliz de lo que alguna vez lo viste cuando estaba contigo. Esa felicidad es como un puñal en tu corazón, pero es también como un balde de agua fría sobre tu cabeza. Lo haz perdido, lo dejaste ir y ni tu belleza, ni tu inteligencia, ni tu cuerpo, ni tu vestido que presume tu cintura eléctrica van a darle lo que tiene ahora. Podrías quedarte a compartir su felicidad, ir a la fiesta, raptarlo y hacerle el amor en el baño como en aquellas noches de calor en tu departamento, esperar a que te viera y encender de nuevo una esperanza creyendo que lo que ese hombre quiere es estar contigo, pero no haces nada, todos respiran tranquilos al mirarte caminando hacia la salida, algunos piensan ir en tu consuelo y hacer su noche tratando de hacerte feliz, pero la boda de el maestro es más importante, sales de la iglesia de la misma forma que como entraste, sola.
Justo antes de que tu auto sea remolcado con la grúa, una sonrisa como las que tú sólo sabes hacer convence al policía de dejarte en paz. Ya es noche, ha empezado a llover, manejas por la grande avenida llena de luces y al fin sabes porque amas tanto a ese hombre, descubres porqué es el único por el que eres capaz de ir hasta el fin del mundo, es muy sencillo pero nunca lo habías pensado, lo amas tanto porque es el único que nunca se intimidó cuando estaba frente a ti, un igual que nunca se murió cuando le sonreíste, un extraño ser que te amaba por lo que eras, otro dios como tú que convive con los simples mortales para ser alabados y servidos. Quieres pasar a algún antro a elevar tu ego pero no estás de humor, el fracaso está en todos los rincones de tu alma, ese hombre, el único que se pudo resistir a tus encantos, el maestro que te enseñó a amar, el Prometeo sin cadenas que alguna vez se robó el fuego por ti. A pesar de tus pensamientos te niegas a creer que él es mejor que tú y decides jugar tu última carta, es necesidad saber si aún le importas, desabrochas el cinturón de seguridad, aceleras el carro y bajas la intensidad de los limpiadores. Repasas el plan en tu cabeza, chocas, te accidentas y así el vendrá corriendo a pedirte perdón porque sabe que lo hiciste por él, deja a su esposa, te recuperas y ambos empiezan de nuevo una vida juntos, suena bien, estás dispuesta a correr el riesgo, todo sea por él, el dolor físico no es nada si tu alma está vacía, si tu hogar se siente frío, si tu cama no tiene sus marcas, si no lo tienes para que te prepare el café por las mañanas. Nada importa si no está la única persona que te ha hecho sentir varios orgasmos en una noche, si no está él, tu complemento, tu otra mitad, tu dios, tu maestro. Cierras los ojos al observar al inocente con el que te impactarás, rezas porque no le pase nada, giras el volante repentinamente y el auto se vuelca contigo dentro, tu último pensamiento: él, tu último deseo: no morir para que el plan resulte, tu último recuerdo: aquella noche que bautizó tu cintura.
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Cintura Eléctrica
Romance¿Alguna vez has tenido esa lucha entre el dar todo sin dejar de ser tu mismo? A veces las circunstancias llevan a la transformación del amor en algo más puro, más honesto y en otras ocasiones el amor termina de tajo, como en un silencio tan cercano...