IV

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Alecta seguía pensando por qué los extraterrestres se habían empecinado en hacerla tan humana, tan... sentimental. Con todas las cualidades y defectos de la raza.

¿Nunca previeron que una mente humana puede tomar decisiones y cambiar de parecer?

Bajaron por el ascensor en un silencio sepulcral mientras sonaba una tétrica bossa nova que desentonaba por completo con la situación. La muchacha se mordía las uñas, pensativa, mientras Geohn se palmeaba la pierna al son de la canción.

—Geohn... —dijo ella de repente, alzando los ojos hacia él—. ¿Tienes idea de cómo activarme?

El aludido quedó estático, observándola atónito y boquiabierto. Recordaba cosas de su trabajo, sí, pero no era que hubiese recuperado la memoria del todo. ¿Y activarla? Él no quería que eso ocurriera, no quería que ella explotara como una bomba atómica humana.

¿Pero en qué estaba pensando? Ella no era humana.

Pero era lo único que tenía.

—No lo sé —respondió con sinceridad, desviando su mirada de aquellos orbes azules.

Ella suspiró con resignación y la campana sonó anunciando que habían llegado a la recepción. Se sorprendieron por la tranquilidad del lugar y por la ausencia de enemigos. Se dirigieron velozmente hacia el edificio donde estaba el helicóptero y entraron por la destruida puerta principal, la cual se había salido de sus bisagras como empujada desde el interior. De seguro la habían tirado en la desesperación por huir.

Alecta se dirigió inmediatamente hacia el ascensor y presionó el botón del último piso sin tan siquiera esperar por el muchacho, el cual entró velozmente con las puertas cerrando a su espalda.

—¿Estás segura? —indagó él dudoso.

—Totalmente —respondió ella sin titubear.

Llegaron en pocos minutos a la azotea, y Alecta esquivó un par de cuerpos con múltiples balazos en sus cuerpos y se dirigió hacia el helicóptero. Geohn la siguió un poco contrariado y, con un movimiento violento, quitó el cuerpo sin vida del piloto que yacía tendido sobre el panel de controles.

Luego, le indicó a Alecta que tomara el lugar vacío del copiloto. Ella obedeció callada y se colocó los auriculares, como había visto muchas veces en la televisión.

Geohn tomó posición y suspiró, haciendo arrancar el aparato que, luego de un par de sacudidas, alzó vuelo con presteza y agilidad. Se elevó por encima de los rascacielos en dirección al disco que continuaba impasible en los cielos.

El muchacho llevó el aparato hasta el extremo de la nave y, rodeándola, se elevó por encima de esta para salir al cielo estrellado.

Alecta alzó los ojos hacia la bóveda celestial para admirar por última vez las estrellas. Ahora que sabía que su propio origen había sido en algún lugar remoto del universo, aquello le pareció aún más bello.

Cuando vio que ya sobrevolaban por encima del disco negro, se quitó el cinturón y se dispuso a saltar, colocando la mano en la tranca de la puerta, pero Geohn se lo impidió.

Ella lo miró y vio suplica en sus ojos.

—Debo hacerlo. Por la humanidad... —dijo, y titubeó antes de continuar—. Y por ti, para que tengas un mundo en el cual vivir...

El muchacho suavizó la mirada, esbozando una leve sonrisa.

—No necesito un mundo en el que no estés...

Alecta sonrió con gratitud y felicidad por primera vez en toda su existencia. Pero luego borró ese gesto para mostrar una expresión dura y fría, y sus ojos parecieron dos cristales de hielo.

El Disco Negro [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora