Una sonata de amor y muerte

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«Cuando mi voz calle con la muerte,

mi corazón te seguirá hablando».

—Rabindranath Tagore—


Aíma estaba en el porche de la cabaña arrojando cuchillos a los arboles. Eso la despejaba o por lo menos hacía que dejara de pensar, odiaba pensar, más cuando sabia que nada bueno se acercaba y su mente le jugaba malos ratos a cada momento, pero la mente nunca se detiene.

—Me debes tres docenas de cuchillos—afirmó Cinthya sentándose al lado de Aíma.

—Los recuperaré—aseguró la pelirroja luego giró su mano derecha y los cuchillos salieron de los árboles para apilarse sobre la mesita que se encontraba detrás de ella—. Están todos—añadió Aíma y se levantó. Una explosión repentina anunció que ese ya no era un lugar seguro.

— ¡Vete, largo! Corre y no te detengas niña—gritó Aíma, la chica se levantó y salió del lugar dejando todo atrás, su casa, su vida.

Los cuerpos putrefactos empezaron a caminar entre los árboles, acercándose cada vez más a la cabaña y entre ellos se podía observa un cuerpo totalmente intacto y conocido. Era Marie la que dirigía el ataque. Las criaturas destrozaban todo a su paso; Aíma observaba la escena sin temor alguno.

—Debemos irnos—susurró Daniel a su espalda, se notaba la preocupación en su voz.

—Hazlo tú, porque yo me quedaré—aseguró ella con fiereza.

—No te voy a dejar—le recordó Daniel y acarició su brazo.

—Si lo harás—murmuró Aíma, saco un pergamino de su bolsillo y lo hizo crecer, susurró una frase en griego; de pronto una niebla roja invadió el lugar, cuando la niebla se disipo Daniel ya no estaba en ese lugar—. Viste, siempre tengo razón.

— ¿Vienen a jugar? —preguntó Aíma con tono divertido, haciendo arder a las criaturas que se le cercaban—Marie esa no es la forma de tratar a una buena amiga—añadió con reproche.

—No sabía que eras tú—dijo la castaña sorprendida. — ¡Paren! —chilló, pero los cadáveres vivientes no le hicieron caso alguno, por eso tuvo que optar por lanzar un hechizo y desmembrarlos—. Aún no entienden que soy su superior—afirmó la Marie con voz divertida.

—Me alegra verte—dijo Aíma con malicia

—Me gustaría decir lo mismo, pero la muerte te vuelve algo vacía—agregó Marie y se sentó en el piso—. Llevaba días preguntándome por ti, la verdad las cosas están algo raras, hay muchas caras extrañas y situaciones poco comunes.

—Lo sé—admitió Aíma con tristeza.

—Y si vamos al palacio, se de alguien que se morirá de ganas de verte.

—No será el mismo que me hizo estas, ¿verdad? —respondió Aíma enseñándole las marcas en sus muñecas.

— ¡Ese bastardo te hizo eso! ¡¿Y aún respira?! —gritó Marie indignada.

—Él y su ramera de turno—contestó la pelirroja con tranquilidad.

— ¿Qué te parece si les enseñamos a jugar hermana? —susurró Marie con tono diabólico al oído de Aíma.

—Conocerán la ira del asesinato—agregó Aíma con tono macabro.

Los ojos de Marie se tornaron de un color rojo y una sonrisa torcida se dibujó en su rostro. Pues ellas eran las hijas de los demonios encargados del asesinato y la ira, por lo tanto, su unión era una combinación volátil. De la nada un viento frio azotó el lugar, se sentía tan gélido como el beso de la muerte, tanto que la expresión de Marie cambio drásticamente.

—Hay algo que olvide mencionarte—titubeó Marie—. Es cierto que volvimos, muchos de nosotros lo hicimos con buen aspecto, pero no estamos completos. Ellos utilizan magia para hacernos obedecer y eso solo lo logran con un hechizo que te permite sacar el corazón del pecho de alguien sin matarlo, para así controlar sus actos—confesó y Aíma la miro sorprendida. — Sé que parece sacado de un cuento, pero es verdad. Vienen por mí, eso también lo sé, por eso tienes que irte antes de que lleguen. Prometo que te buscaré—añadió mientras apretaba las manos de su amiga.

—Si no vienes, iré por ti—murmuró Aíma y Marie asintió mientras su amiga desaparecía.

— ¿Qué haces? —dijo Vladimir con tono soberbio al tiempo que aparecía detrás de Marie.

—Preparándome para volver—respondió la joven firmemente mientras se sacudía el polvo de la ropa.

—No juegues conmigo estúpida—chilló él al tiempo que la sostenía por el cuello, ella ni se inmutó.

—Lo haría, pero recordé que tú manejas mi corazón, así que no podría, aunque quisiera.

—Los seres como tu son basura—agrego Vladimir con asco y escupió al piso.

—Pero la basura más sexy, que has visto en tu miserable vida—comentó Marie con una gran sonrisa.

Ángeles caídos |Trilogía cielo o infierno  #2© |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora