Beatrice, o Bea, cómo le gustaba ser llamada, daba vueltas en la cama. No podía dormir y todo era por culpa de la cosa detrás de la ventana. El despertador marcaba las 6:03am, con números rojos. Faltaban 24 minutos para que la alarma sonará y 5 minutos más para su madre aporreara su puerta.
Bea pateó las cobijas con los pies, se sentó en el borde de la cama y alzó sus ojos marrones hacía la ventana. Nada, solo la tenue luz que anunciaba la salida del sol.
Se levantó, alistó su ropa y salió de su habitación rumbo al baño de la familia. Eran cinco miembros en total. Aroldo su padre, quien era contador, Elisabetta, madre, ama de casa y cantante no realizada, Fabio, el primogénito y genio de la familia. Luego seguía Beatrice y al final Delia, la pequeña bailarina.
Después de 15 minutos, la muchacha entró en su habitación con una toalla enredada en la cabeza y otra en el cuerpo. Lo último que escuchó antes de cerrar la puerta fue a su madre conversando con su padre.
— Buenos días — Ahí estaba ella, en la ventana con una sonrisa de oreja a oreja — De nuevo no has dormido, ¿eh?
— Tú sabes por qué — acusó la muchacha.
— No, querida. No me culpes a mi por las cosas que atormentan tu mente.
Bea, le dio la espalda para buscar en el armario la ropa que se llevaría ese día. Detrás, podía escuchar a ese ser, canturreando. Apretó los labios deseando poder acabar con ella, con todo.
Esa cosa había aparecido de repente el verano pasado, cuando Bea regresaba de una fiesta con sus amigas. Al llegar a su habitación, se encontró con aquella sonrisa de afilados y blancos dientes que resaltaban entre la piel negra pues no tenía labios, al menos la chica no pudo hallarlos. No tenía nariz, ni orejas... sus ojos estaban uno en lo que debía ser su frente y otro en una mejilla, siendo este último más grande y de un color más pálido que el otro. De su amorfa cabeza brotaba una mata de cabello castaño -como el de Beatrice-, una especie de cuerno del lado derecho. Sus manos o mejor dicho garras estaban apoyadas en la ventana.
Aterrada se quedó congelada hasta que sus musculos se engarrtadoran y empezarón a darle calambres. Grito pero nadie acudió a ayudarla, a pesar de que toda la familia estaba en casa. Quiso correr pero sus piernas no responden. Quien sabe cuanto tiempo pasó hasta que Delia entró a su habitación con ganas de jugar, pero la pequeña no veía al monstruo. Nadie más podía verlo, por lo que decidió no contarle a nadie ¿quién iba a creerle?
Beatrice terminó por acostumbrarse a esa presencia, pues nunca pasaba de la ventana. No sabía la razón de porque a ella o que es lo que quería aquel ser, pero con el tiempo hasta se había acostumbrado a él.
Entonces el monstruo empezó a cambiar, su apariencia se hizo más humana. Incluso empezó a hablarle a la muchacha y sus palabras eran perturbadoras pero al igual que la vez anterior, la adolescente decidió guardarlo en secreto.
La misma Bea había cambiado desde que esa cosa comenzó a susurrarle esas extrañas cosas. No dormía casi, perdía el hilo de la conversación cuando estaba con sus amigas, sus apuntes en clases eran un sinnúmero de garabatos, no le apetecía salir con su novio y cada vez se encontraba más molesta con su familia sin razón. Sus pensamientos le asustaban, las imágenes que aparecían cuando cerraba los ojos eran escalofriantes.
Muchas veces le había pedido al monstruo que se marchará, que la dejara en paz. Se lo había suplicado incluso, pero aquel ser se negaba a marcharse.
— Hoy va ser un gran día, Bea — dijo "eso" cuando la muchacha estaba lista para irse. Se puso unos jeans azules y una blusa rosa pálido sin mangas, algo cómodo para el verano —. Hoy las cosas van a cambiar, lo juro.
Aquella palabras hicieron a la castaña volverse. Ahí estaba esa cosa, usando la misma ropa y sonriendo como si nada. Por alguna razón, entre más humano parecía el monstruo más miedo daba.
***
Eran casi las seis de la tarde, Bea estaba en su habitación. Había sido un mal día. No recordaba exactamente lo que había pasado, solo recordaba que estaba a media clase de cálculo y, cuando volteo hacía la ventana y ahí estaba el monstruo con su gran sonrisa burlona.
Verlo ahí, hizo que la sangre le hirviera y estalló. Todo se volvió negro y su mente era un revoltijo de voces. Abandonó el aula ante la atónita mirada del profesor y sus compañeros. Empezó a correr de vuelta a casa, pues esa cosa le estaba siguiendo. Sentía su presencia, podía verle en cada cristal y sombra caminando detrás de ella, podía escuchar sus pensamientos como si sus mentes estuvieran conectadas y, los más escalofriante, podía sentir la piel escamosa debajo de la suya.
Por eso llegó a casa antes de lo planeado. Primero fue a la cocina donde estaba su madre lavando los trastos al mismo tiempo que mi ritorni in mente sonaba en la radio.
— ¡Dios mio, Bea! — exclamó, llevándose una mano llena de espuma al pecho —Haz ruido, casi me da...
La frase quedó en el aire, pues en ese momento un cuchillo voló hacía la garganta de la mujer. Luego, mientras la voz del locutor se dejaba oír por la radio, Bea camino al cuarto de Delia. Poco después llegó el Señor Esposito y casi inmediatamente Fabio, sin embargo ambos corrieron el mismo destino. Después de lo cual Bea fue a su habitación y se dejó caer en la cama con los brazos extendidos, esperando. No supo cuánto tiempo pasó hasta que escuchó que golpeaban la ventana.
— ¡Mira lo que has hecho! — gritó con furia la muchacha, levantándose de la cama y caminando con los puños apretados hacía la ventana.
— ¿Yo? — preguntó el monstruo.
— !Si, tú... asquerosa cosa¡ — repuso la muchacha.
— ¿Realmente he sido yo? — Pareciera que lo estaba disfrutando.
El monstruo salió de la ventana, permitiéndole a Bea ver su reflejo, y ahí estaba... la viva imagen del monstruo el primer día. Desconfiando del reflejo -pues bien podría ser un juego del monstruo-, Bea observó sus manos, eran garras y negras. Palpó su cara, estaba cubierta de escamas y no tenía forma ovalada, de hecho, no tenía forma de nada. Su hermoso cabello castaño se había ido. Entonces lo comprendió.
— Así es — dijo el ser a su lado que ahora lucía como la Bea real —. Eres yo, y yo soy tú. Todo este tiempo he escuchado tus gritos, he visto tus pensamiento y la parte más podrida de tu alma. Eres horrible, Beatrice... ¿Cuantas veces asesinaste a tu familia en tu mente?¿A tus amigas?¿A tu novio?
—Cállate — gimió Bea, tapándose los oídos o lo que suponía eran oídos.
— Envidia, odio, amargura... dejaste que esto creciera y quisiste ocultarlo bajo una máscara. Lo tenías todo, pero no era suficiente.
Y tras decir aquello se desvaneció como humo negro hasta no quedar nada. En el fondo Bea, sabía que tenía razón. Desde pequeña había odiado a los demás por poder hacer las cosas que ella no. Les había envidiado y esa envidia se esparció por sus venas como venenos, hasta llegar a su corazón y pudrirlo.
El monstruo en la ventana era ella, siempre fue ella.
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Desde la ventana
Short StoryBeatrice Esposito es una adolescente de 17 años, con amigos y una familia unida. Su vida sería perfecta, si no fuera por el monstruo que le habla desde la ventana. –––––––––– Basada en la canción "Monster" de skillet, para el concurso de verano.