Hola semidioses, les traigo esta nueva historia que se me a ocurrido, el periodo de tiempo en el que suceden los acontecimientos de la historia, es la antigua Roma y Grecia.
Desde ya les aviso, que este fic va a ser más fuerte en todos los aspectos que el otro (la hija de la noche y el despertar de Urano) habrá vocabulario obsceno y sexo de ambos bandos (ya saben lo que significa).
De todas formas, antes del capítulo les avisaré si abra o no escenas de ese tipo. Espero que les guste y me digan que les pareció en los comentarios. ^^
ΨΨΨΨΨΨΨΨ
Paseaba por el mercado haciendo gala de sus mejores ropas y joyas, de aquella manera elegante y al mismo tiempo pretenciosa, su esclavo corría tras el a menudo, ya fuera para arreglar algún pliegue fuera de su sitio o fuera para cargar una que otra cosa que su señor comprará.
Y era extraño pues particularmente Arion no era partidario de exibirse ante la plebe en el mercado, pero aquella mañana había amanecido de un especial buen humor.
Se había echo bañar en agua perfumada por sus jóvenes y bellas esclavas, que no pasaban de los 16 años. Destinadas únicamente a los placeres del señor, sean cuales fuesen estos.
Arion era griego, un griego más en Roma pero no cualquiera. El era un poderoso lanista(1), su escuela de gladiadores era la más prestigiosa y el mismo era un gladiador de renombre, verlo en la arena era un espectáculo único. Desde el inicio de su carrera jamás había sido derrotado... y como el, pocos esclavos habían llegado tan alto, desde el primer día en que apareció en los juegos su carrera tomo impulso, dejando tras de sí una estela de envidias y escándalos y era eso tal vez, lo que lo hacía tan enigmático como atractivo.
La espalda ancha y musculosa, la piel bronceada le daba un aspecto más imponente aún y esa mirada abrasadora, hermosas esmeraldas que tanto atraían a las mujeres desde las más humildes, hasta las más importantes patricias y matronas.
- Aetos, ¿Es ese Eusebio? - pregunto Arion a su esclavo, señalando directamente a un hombre robusto que reía a carcajadas, serca de un grupo de hombres.
- Eso parece mi señor.
- Hacia tanto que no lo veía, que ahora me cuesta neconocerlo. - se acercó seguido de Aetos, ciertamente agradable a la vista pero a su lado parecía mucho más menudo, y hasta enclenque.
- Eusebio, tanto tiempo... - Dijo Arion palmeandole el hombro.
- ¡Arion! ¿Como has estado? ¿A que debemos el honor de que te dejes ver con la plebe? - Pregunto bromeando el hombre cerca a la cincuentena, cabello largo y cano y una gran barriga que atestiguaba una vida plena. Arion le dio un sincero abrazo y luego río mostrando su perfecta dentadura.
- Aveces me aburro del hedor de la sangre y los excrementos de los animes... - Comento en son de chanza.
- Oh, entonces no te interesa echarles un vistazo a los nuevos esclavos que he traído... - Dijo esté tentando al joven moreno. - Supongo que no querrás echarles un vistazo a dos bretonas que he traído... vírgenes... - susurró intentando despertar así el interés de aquél hombre, que sabía bien no rechazaria una hembra traída desde Britania y sobre todo... Sin haber sido poseída.
Arion río y le dirigió una mirada cómplice al gordo Eusebio.
- Bien, si es así, tal vez podría echar un vistazo... ¿Hay lugar en casa Aetos? - Le pregunto el de ojos esmeraldas a su esclavo.
- Si, el de la joven persa que recién murió de fiebre...
- Es verdad... no recordaba... esos esbirros persas. - Dijo de mal talante Arion, mientras seguía a Eusebio hacia una plazuela donde tenían en exhibición a los esclavos en venta. hombres, mujeres, niños y niñas de todas las edades y para todo tipo de gustos, todos ellos atados en su mayoría a postes de madera. Miraban aterrados a los que les contemplaban, rogandoles a sus Dioses que un buen amo los comprarán y no terminarán en un lupanar(2).

ESTÁS LEYENDO
Entre Griegos y Romanos. (Nico Di Angelo y tu)
FanficEl placer de experimentar, descubrir tus propios límites, sentir el aliento de un ajeno sobre tu piel... ¿Cómo conseguir la unión perfecta? Superar obstáculos, conflictos, guerras y rumores... En un mundo de hombres las cosas no son tan fáciles como...