Anabel
Eran las nueve de la mañana y ahí estaba yo, tirada en la cama maldiciendo la alarma del despertador y empezando el día como ninguna persona lo empezaría. Recordaba que anoche no tuve ni un minuto para leer una de esas páginas que suelo ojear de mi escritor favorito, así que me fui para la estantería y cogí el tomo que llevaba meses amando. Podría parecer una tontería, pero este chico me alegraba hasta un mal día con tan solo leer unas líneas de su libro.
Después de desayunar y vestirme, me dirigí hacia la clínica en la que trabajaba. Tengo que decir que en estos meses de invierno, Madrid es una ciudad muy fría y que mi gorro y bufanda nunca me faltan, así que tras cogerlos, me dispuse a salir.
No vivía en pleno centro, pero tampoco es que estuviese en la periferia, así que andando todos los días una media hora, llegaba siempre incluso antes de que empezase la jornada. Es curioso vivir aquí, nunca te vas a encontrar más de dos veces a una misma persona y si pasa, créeme que es especial.