Eres soñadora, tierna y romántica, solitaria por naturaleza, siempre en casa haciendo tus tareas, tu vida no es rutinaria y sin embargo no estás tan conforme, te falta algo, necesitas encontrarte a ti misma. Sin embargo, eres feliz en tu mundo, todo se desarrolla dentro de lo normal, pareciera que tus días circulan con armonía.
Piensas en tus problemas y lo que tienes que resolver, y un día sin imaginarlo, suena el teléfono y una voz comienza a embriagarte, a susurrarte en el oído con dulces y amorosas palabras. Todo comienza con un juego pensando que no volverá a llamar, pero al día siguiente la llamada vuelve y tu piel se estremece como si fueras una niña adolescente, y otra vez las dulces y tiernas frases despiertan raros sentimientos en ti.
Y te cuesta creer que tu voz le guste a alguien todavía y te sientes halagada, sensual y seductora, y esa voz tan varonil recorre tu piel y tu cuerpo. No puedes sospechar siquiera que a tus cuarenta años todavía seduzcas a otro que no sea tu marido, y la voz te envuelve, te acaricia, te mima.
Es todo muy loco, piensas, pero es real, te está pasando y no sabes por qué. Y te gusta y te alienta a estar siempre coqueta y arreglada como si por el teléfono se viera, como si esa voz pudiera reconocerte y verte hermosa.
Y los días pasan y los llamados siguen y a pesar de tener familia los esperas, porque son un alimento para tu espíritu, para tu alma que estaba un poco triste y melancólica. Y te dice que te quiere, que te ama, que tu voz es dulce y sensual y lo acaricia. Te envuelve con sus palabras y te llena de emoción.
Nunca creíste enamorar a alguien con tu voz, no creíste despertar en otros sentimientos especiales. Pero sabes en el fondo de tu ser que eso no puede seguir. Amas a tu esposo como a nadie, y en tu corazón no hay lugar para otro ser que no sea él.
Y pasa el tiempo y quiere conocerte y un fuerte miedo te invade, no quieres traicionar al hombre de tu vida por la curiosidad despertada, y no sabes cómo terminar con esos llamados. Pero en tu mente algo se está planeando y la solución llega por fin, citarlo en algún lugar y no concurrir, ese será el final para este absurdo. Y eso es lo que haces, la cita es para un día y una hora en un determinado lugar, y al llegar el momento no acudes. Los días comienzan a pasar y los llamados se interrumpen, tu duda queda, si es que fue o no a la cita.
-Tal vez haya ido-, te dices, -y como yo no concurrí al encuentro ha dejado de llamar-, sin necesidad de explicar nada, él ya sabía que tú eras casada.