El piano de la pianista.

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Caminamos juntos mirando los árboles, tardamos un poco en encontrar la dichosa pianola, y cuando por fin la encontramos fue maravilloso, se veía preciosa, parecía algo descuidada y eso específicamente le daba un toque perfecto, como si fuera de la época victoriana.

—Sabes, siempre he querido tocar un piano antiguo, hoy quizá lo pueda cumplir—confesé sonriendo.

—Sí, pero lo malo es que esta es una pianola y no un piano—bufaste.

—Bah, es lo mismo.

—No las diferencias son que...

—No sigas, ahorita no necesito de un profesor, disfrutemos del momento—señalé la pianola.

—Sabía que te gustaría haber venido.

—La verdad es que me la he pasado muy bien—admití.

—Quizá este podría ser nuestro lugar—dijiste.

—Me parece bien, me inspira la naturaleza.

—Bien—sacaste tu guitarra—. Hagamos música al aire libre.

Me acomodé y comencé a tocar unos acordes, me seguiste con tu guitarra, te miré y  supuse que íbamos hacer de este día un gran día.

Ya habíamos compuesto juntos, pero esta vez no se podía comparar. Era diferente, espontáneo. Improvisábamos juntos y sonaba bien, nos mirábamos a veces de reojo, y en ocasiones nos mirábamos al mismo tiempo, era una sensación fantástica.

Me sentía poseída por la melodía que me guiaba, pasaron varias horas y no dejábamos de tocar, parecía que el tiempo no avanzaba, disfrutábamos de esto, de esa sensación que aumentaba a cada minuto, con un nuevo ritmo desde nuestro corazón.

—Jamás había sentido esta conexión tan grande—hablaste exhausto.

—Yo tampoco—recogí un mechón de mi cabello.

—Deberíamos componer algo juntos, ya no sólo toquemos por diversión.

—De acuerdo. Dejé por ahí unas hojas blancas—señalé.

—Serán nuestras primeras partituras—dibujaste cinco líneas.

Y comenzamos a escribir las notas tocadas, a hacer unos arreglos, a darle tonalidad, y mucho más. Vibraba nuestra cabeza de música, el sonido de una nota sostenida, prolongada y baja. Estábamos llenos de inspiración.

Empezó a aclararse la puesta de sol, la nitidez de la luz sobresalía en nosotros, como si resplandeciéramos juntos en la armonía.

—Increíble, terminamos haciendo una canción.

—Jamás podría lograrlo sin ti—admitiste.

—Parece que estamos conectados—me acerqué levemente a ti y tomaste mi mano.

—Gracias—miraste fijamente a los ojos, no podía con esa intensidad, comenzaron temblar mis dedos—. Has hecho una gran canción conmigo, quizá besarnos también sea una canción.

Borraste mi pensamiento con eso, y me robaste un beso. Tus labios parecerían estar sincronizados al compás de los míos, mis latidos se volvieron agitados y sentí que eras parte de la sinfonía que llevaba adentro. Acercaste con lentitud tus manos hacia mi rostro como una delicada caricia para ocultar mis pómulos ruborizados por ti.

Nos besamos con el ritmo y la energía de un concierto a mitad de la lluvia, esas chispas dentro de nosotros como gotas creando sensaciones al rozar nuestros labios.

—Manos locas de pianista...—dijiste aún con los ojos cerrados, tomaste mi mano llevándola a tu corazón—. ¿Oyes eso?

— ¿Si? —respondí sumergida en la ambrosía que acaba de experimentar.

—Manos locas de pianista, estoy rogando para que me permitas ser tu piano, deseo ser esa parte de ti que te enloquece y se conecta con la pasión del corazón. Estoy ansioso de que reproduzcas tu música en mí, escucha como mi alma canta por ti.

A un músico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora