No sabía ni el nombre. Sabía de su postura firme y de sus labios rosados como chupetín de fresa, y de su mirada azul y tormentosa que se enredaba con las palabras de sus libros. No sabía la edad, ni la familia, mucho menos la dirección; pero sabía de su obsesión con historias trágicas y su voz a veces aguda cuando atendía el teléfono diciendo:
─Hola ─Sabía sobre todo como ponía los ojos en blanco, como apretaba los labios, unos segundos antes de decir─: Ok, ok ─Y salir disparado de la biblioteca.
Sabía cómo juntaba los libros apilándolos unos sobre otros, alineando los bordes, antes de llevarlos con la recepcionista. Conocía de memoria el movimiento de hombros con el que acomodaba la mochila, y los pasos largos, retumbando contra el suelo.
No sabía quién era la persona del otro lado del teléfono, ni qué era lo que lo hacía sonreír. Pero sabía que no importara cuánto intentaba convencerse de lo contrario. Cada sábado estaba allí, sentado a unas mesas de distancia, dibujándolo; fantaseando escenarios en los que pudiera conocerlo, que siempre empezaban con un "hola" o un "¿qué estás leyendo?".
Lo había visto por primera vez hacía unos meses. Harry acababa de pelearse con uno de sus amantes y no quería volver a su casa hasta que se le fueran las ganas de llorar.
Afuera llovía ─con pesadez, gotas gordas como las lágrimas de estudio ghibli─ y la biblioteca se le abría inmensa, blanca, pulcra ante él.
Hacía años que no terminaba un libro. Había dejado de leer el mismo día que había empezado a estudiar. Un poco porque no tenía dinero para libros nuevos, otro poco porque los apuntes le comían cualquier intención que tenía de quedarse callado y quietito frente a un libro. Ese día Harry decidió que estarse quieto quizá le haría sentir mejor. Estaba cansado.
Nunca había sido un chico energético. En la escuela era conocido como el que nunca iba a las fiestas y bostezaba por los pasillos desde las 9 hasta las 3, el que hablaba lento y pausado, y que no muchas veces lograba concentrarse lo suficiente para escuchar todo lo que le decían. Le llamaban soberbio, tímido, aburrido. Para Harry, los aburridos eran los otros.
Una tía había visto sus bocetos una tarde que había pasado a por té, y esa misma noche, Anne y él veían programas de carreras de arte en internet.
La gente en su escuela de Arte no era aburrida. No tanto al menos. Tenían opiniones y cosas interesantes que decir, lloraban mirando cuadros e iban a obras de teatro de locales under de ciudades vecinas. Tenían secretos y rasgos que se mostraban en sus trazos sobre el papel, en el modo en el que hilaban sus pensamientos.
Él había intentado absorber algo de eso por el sabor de sus lenguas y del sudor de sus cuellos. Era en vano. Por más que intentara mimetizarse con ellos, por más que besara y amara y leyera y dibujara, ellos nunca parecían mirarlo del mismo modo.
Ese primer sábado había despertado desnudo y solo en una cama que no era suya. En el comedor, su amante (el de los fines de semana) lo esperaba con una taza de café y un montón de estupideces por decir. Harry recordaba mirar los trazos de Frida Kahlo en su camiseta mientras él balbuceaba que las cosas iban muy rápido y que necesitaba desacelerar un poco. Desacelerar un poco significaba no verse más, al parecer, y Harry insultó por lo bajo, porque podríahaber esperado hasta el domingo, así no tendría que aguantar hasta dos días para meterse en otra cama (el amante de los días de semana no llegaba hasta el lunes de la casa de sus padres, varios kilómetros al norte).
Harry se había metido en la biblioteca y había llorado hasta que se acabaron las lágrimas. Cuando levantó la cabeza el chico de mirada azul seguía tan indiferente como antes, pasando las hojas con lentitud. Harry sacó su cuaderno allí mismo y empezó a dibujar. El lápiz siguiendo la lineas de su rostro, garabateando la escena, desde la mesa y los libros hasta las mariposas invisibles que dormían en su cabello.
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Figura y Color | larry stylinson / tomlinson twins au
Fiksi PenggemarHarry entendía. Siempre lo supo. El ganaba más de esas relaciones que los otros, porque aunque diera hasta que no le quedara nada, la verdad es que nada de lo suyo tenía valor. Y realmente le dolía admitirlo, que quizá era más interesante que los ch...