La sastrería

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Narras tú

ME desperté con los primeros rayos de sol como solía hacer todos los días.
Fui a mi baño y me contemplé en el espejo con un resoplido de pesadez.
Mi cabello volvía a estar enmarañado y tenía algunas legañas en mis ojos, aún así nada podía borrar la sonrisa de mi rostro.

Tomé un buen baño, me puse unos pantalones, una camisa blanca y mis botas que me llegaban a las rodillas.
Una vez estuve lista, recogí mi cabello con una cinta de color negro y bajé rápidamente a desayunar.
-Buenos días nana- dije entrando en la cocina dándole un abrazo a mi antigua niñera.
-Buenos días princesita- dijo ella con una sonrisa mientras las chicas entraban para preparar todo -estás muy bella-
-Voy a ir con papá al pueblo- dije sonriendo -¿Queréis que os ayude?-
-No- dijeron todas con una sonrisa.
-Está bien- dije agarrando una bandeja de fruta -lo daré por un si-
-Señorita- dijo Nadine que era nuestra cocinera -deje eso-
-Lo siento Nadine pero tengo mucha hambre- dije con una tierna sonrisa antes de salir al jardín -¡Os quiero!-

Nana era una mujer negra que me había criado desde que era un bebé y era mi mejor amiga.
A pesar de tener tantos años como mi padre, se conservaba como si tuviese treinta o menos.
Nadine era una mujer entrada en carnes y de carácter alegre que siempre estaba sonriendo y de vez en cuando se la podía oír cantar a pesar de su terrible voz.

Todos nuestros criados y esclavos eran los mejor cuidados del Reino Unido y les dábamos un buen sueldo para mantener a sus familias.
El lema de papá era "No todo en esta vida es fácil y el trabajo duro siempre debe estar bien recompensado" y tenía mucha razón porque aquella pobre gente se dejaba la espalda en nuestros campos de caña y algodón.

Escuché unas pesadas botas dirigirse a la terraza y enseguida supe que era mi padre.
Un hombre alto, fuerte y de aspecto bonachón con un corazón que no le entraba en el pecho.
Estaba muy orgullosa de ser su hija aunque fuera la pequeña, ya que mi hermano mayor Eric era todo lo contrario que yo.
Por suerte no nos peleábamos mucho y él estaba de acuerdo con papá en que solo heredaría la casa de campo a la que íbamos de niños.
-Buenos días mi dulce flor- dijo mi padre besando mi cabello -estás hermosa hoy-
-Gracias padre- dije sonriendo -¿LE has dicho al sastre que iría verdad?-
-Está al corriente mi amor- dijo sonriendo mientras mi hermano de fuerte musculatura se sentaba con nosotros -buenos días Eric-
-Hola- dijo él con una sonrisa -hermanita... así nunca conquistarás a un hombre-
-Me da igual- dije riendo -lo que importa es la personalidad-
-Y que sepáis hacer algo en la casa- dijo mi hermano.
-Por lo menos hago más que tú- dije con una falsa sonrisa.
-Chicos- dijo mi padre agarrando una tostada -Gracias Claire-
-Perdón- dijimos a la vez.

Una vez desayunamos, los tres fuimos al pueblo en nuestro carro para hacer las compras necesarias.
Lo primero que hicimos fue ir a la sastrería donde había un par de hombres esperando.
-¡Señor (T/Apellido)_____!- dijo Arthur, que era el sastre -estaba esperándole con tantas ansias-
-¿Tienes todo Arthur?- dijo mi padre con una sonrisa.
-Por supuesto- dijo con una sonrisa -(T/N)_____ querida puedes pasar a que Natalie te tome las medidas para tus nuevos pantalones y tus camisas-
-Gracias- dije dedicándole una sonrisa.

Natalie me abrió una cortina donde había un montón de hombres tomándose medidas.
Al verme, todos me devoraban con la mirada y aquello me hacía ver el poder que tenía.
Todos comenzaron a cuchichear entre ellos cual grupo de marujas en una fiesta importante.
Solo había uno que me miraba en silencio dándome toda su atención, como si estuviese analizando cada movimiento que hacía.

Aquel hombre tenía unos hermosos ojos de un color indescriptible e hipnotizantes.
Sus mejillas eran tan marcadas que alguien podría cortarse con ellas y sus labios eran perfectamente curvados de color rosado.
Una vez entré en la sala de las mujeres, Natalie cerró las cortinas y perdí el contacto con aquel hombre tan perfecto.
ME quité la ropa para que Natalie tomase bien las medidas.
-Cada vez tienes un cuerpo más perfecto- dijo ella -¿Cómo lo haces?-
-Trabajando duro- reí -aunque ya ves a mi madre-
-Eres su viva imagen- dijo Sara que era la esposa de Arthur - a tu edad ella y tu padre ya estaban prometidos y no te creas que él era su único pretendiente-
-Gracias Sara- sonreí dulcemente -pero prefiero esperar un poco aún-
-Tienes unos pretendientes perfectos- dijo Natalie -por ejemplo Daniel Simons o Ian Manford-
-No me interesan- dije -demasiado... machitos-
-El mundo es así preciosa- dijo Sara -siempre ha sido así-
-Yo quiero a un hombre que sepa tratarme- dije -pero que respete lo que hago y como soy-
-Seguro que lo encuentras- dijo Natalie -siempre puedes darle unos azotes-

Después de muchas risas y haberme tomado las medidas, abandoné aquella sala para reunirme con mi padre y mi hermano.
Nuestro criado Simón agarró las bolsas y nos dirigimos a la casa de venta de esclavos.
Allí eran casi todo hombres los que decidían que comprar y solo había dos mujeres que acompañaban a sus maridos.

Mi padre dio un toque en el hombre de Stuart, el encargado de la venta de los esclavos.
-¡Señor (T/Apellido)______!- dijo Stuart abrazándole -ya sabe que puede mirar lo que deseé-
-Mi hija lo hará- dijo serio -ella tiene mejor ojo que yo para esas cosas-
-S...¿Su hija señor?- dijo él nervioso mientras todos los hombres nos miraban sorprendidos.
-¿Tiene algún problema señor Jones?- dije seria plantándole cara -¿Acaso piensa que no sé escoger?-
-N... no señorita- dijo bajando la mirada.
-Bien- dije con una sonrisa ladeada dando unos toquecitos en su hombro -veamos que tienes hoy-

Dimos unas vueltas por la sala examinando a todos los esclavos que allí había y no se podía negar que eran buenos ejemplares.

La criada (Benedict Cumberbatch y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora