Humana y demonio. Vergil × Lady

Desde este momento serás mía y yo tuyo

Después de enfrentarse a Dante, la joven Lady quedó agotada y se sentó en el suelo apoyándose en una estantería de aquella biblioteca demoniaca. Estaba muy cansada y con la cabeza llena de dudas porque cuando el cazademonios intentó besarla giró su rostro impidiéndoselo, pero cuando el hombre se dio media vuelta se le vino a la mente la imagen de su hermano gemelo, aquel ser tan fuerte como despiadado logró llamar la atención de la morena y no podía sacárselo de la cabeza. Cerró los ojos dispuesta a dormir, quería dejar de pensar en el demonio de la gabardina azul, pero no lo consiguió y se durmió pensando en él.

Por otro lado, cierto peliblanco subía las escaleras de la torre demoniaca "Temen ni gru", dispuesto a tomar el poder de su padre Sparda y dominar el mundo, una vez tuviera dicho poder no habría nadie quien pudiera pararlo, ni siquiera aquella chica en la que tanto pensaba, o eso creía él. Vergil era un semidemonio cruel, no sentía piedad por nada ni por nadie, aún no se explicaba por qué no dejaba de pensar en esa humana hija de Arkam. Desde que supo de su existencia la vio como alguien débil y patético, la despreció por odiar a los demonios y juzgarlos a todos por igual. Ella era muy ágil y podía matar a cualquier esqueleto del inframundo que se le pusiera por delante, pero que pensara que podía derrotarlo a él, a uno de los hijos de Sparda, lo irritaba. El hombre pensaba que si la volvía a encontrar le haría pagar por su osadía, pero no la mataría, le pediría algo que hasta él mismo se sorprendió de querer hacer algo típico de un humano, aquella mujer morena hacía despertar todo lo que Vergil guardaba dentro y por alguna razón, eso le gustaba.

El semidemonio caminó hasta llegar a una puerta azul, la abrió entrando en la biblioteca demoniaca, echó una ojeada por toda la habitación y al ver a la mujer que inundaba sus pensamientos abrió los ojos completamente, sorprendido de encontrársela allí. Sonrió de forma sinietra y se acercó con sigilo a Lady, quien estaba profundamente dormida, le acarició la mejilla con la llema de los dedos sintiendo el suave tacto de su piel. Quiso despertarla y desahogar sus deseos carnales de una vez, pero por muy despiadado que fuera, Vergil no era un violador y fue en ese momento en el que se dio cuenta de que amaba a Lady y no podía hacerle daño. Ella era la primera persona que lograba meterse en su frío corazón después de su hermano, pero a diferencia del sentimiento que tenía con Dante, lo que sentía por la chica era muy diferente y algo raro en él aunque empezaba a darle igual que "amar" fuera algo inusual en él, al fin y al cabo no era tan malo como aparentaba ser. 

La verdad es que si era así de cruel era porque se vio obligado a serlo, se crió en el inframundo y tuvo que sobrevivir a pesar de que en ese entonces era un niño. Allí aprendió a no mostrar sus sentimientos porque algo o alguien se puede aprovechar de ellos y matarlo por la espalda. Pero eso ya no era el infierno, ya no habían demonios, solo la chica a la que amaba, ya no quería vengarse de ella, por lo que decidió dejarla dormir y seguir con su camino aún sabiendo que era posible que no la podría volver a ver, pero le consolaba saber que la joven estaría bien y para él eso bastaba.

Vergil volvió a la entrada para pasar por otra puerta de color rojo, fue a abrirla pero sintió una mirada sobre él, ya se había despertado y no sabía si irse sin más o darle una muestra de su amor.

El sueño de Lady fue interrumpido por unas pisadas, obligándola a abrir los ojos y se sorprendió al ver al hermano de Dante, sintió como su corazón se aceleraba ante la presencia del semidemonio, pero se quedó sin respiración al ver que se detuvo, ella se dio cuenta de que él supo que estaba despierta y por un lado estaba aterrada pero por otro estaba nerviosa por no saber lo que iba a pasar.

-Vergil... -susurró la mujer con temor, algo que llegó a oídos de su acompañante

-¿Quieres algo?- preguntó el hombre sin mirarla, finjiendo indiferencia, él había decidido no decirle nada hasta estar seguro de si ella sentía lo mismo