7. Realidad

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Mantengo la mirada fija en la calle, por donde su figura ha desaparecido hace bastante rato. El viento me hace recordar mi estado. Limpio mi rostro y obligo a mis pies a moverse. Ha terminado. Para bien o mal todo está dicho. ¿Quería la respuesta? Ahora la tengo, no hay nada más que decir. Sorbo con fuerza y forzó una sonrisa. Es hora de regresar.

Quizás después de todo lo que me ha pasado, creo que tengo un poco de suerte. He llegado al aeropuerto, justo cuando anunciaban mi vuelo. Así que pronto estaré en mi piso, en la comodidad de mi cama y esto quedara como un extraño recuerdo. Sí, eso es, solo algo que olvidar. De todos modos, no creo que dure demasiado. Sonrió con pesadumbre y sacudo la cabeza.

Me acomodo en el asiento, ignorando las miradas extrañas que el resto de los pasajeros me dedican. Deben pensar que estoy loca. La chica abordaje reviso dos veces mi pasaje y documentos, buscando un fallo para no permitirme subir. Sigo llevando el estúpido vestido de novia, que ahora está sucio y desalineado, seguro mi aspecto es deplorable. Eso sin contar he llorado un poco después de que se marchara y me dejara botada. Muy a mi pesar, he vuelto a derramar lágrimas. No lo culpo o quizás sí. No tengo idea. Estoy en una nebulosa que me mantiene en movimiento por instinto. El impacto de sus palabras aun hace eco dentro de mí. El motivo que siempre quise conocer, ha resultado peor de lo que imagine. Enojado o no, ha dicho lo que tanto temí. ¡Nunca me amó! Suena absurdo después de todos los momentos que pasamos juntos, de esas sonrisas, de esas largas noches, pero no es más que la realidad, mi realidad. No hay culpas, ni resentimientos. De todos modos yo lo busque, ahora tengo que aceptarlo. No queda nada, porque nunca existió. Tan simple como eso.

Debería sentirme agradecida. Al abandonarme evitó que me convirtiera en una esposa engañada, porque seguro habría tenido una amante y quien sabe, todas mis amistades lo sabrían mientras yo viviría en una mentira...

―No vale la pena, mi hijita ―dice la mujer sentada a mi lado, ofreciéndome un pañuelo. Debe creer que me han plantado, aunque irónicamente me siento justo como aquel día, quizás peor, porque ahora conozco los motivos de su acción y eso es mucho peor que imaginarlo―. Toma ―insiste colocándolo en mi mano. Ver su expresión compasiva y el paño que sostiene hace efecto en mí. Me rompo en sus brazos como una niña pequeña―. Tranquila ―susurra con ternura acariciando mi espalda.

Ojala que mi madre me hubiera consolado de esta forma, ojala me hubiera apoyado, pero no, ella dijo lo mismo que Dominick. «Eres demasiado egoísta». ¿Qué hice mal? No lo comprendo. No tengo idea. No lo sé.

Sollozo ruidosamente dejando que todo lo que he contenido a lo largo del día salga en forma de gotas saladas que mojan su vestido y expresan lo rota que me siento.

―¿Estás segura que quieres que te dejemos aquí? ―pregunta de nuevo asomándose por la ventanilla del auto, mirando las puertas del cementerio que se encuentra a mi espalda.

―Si. Muchas gracias por todo y perdón por su vestido y por incomodarla.

―De eso nada, cariño. ―Esta mujer es un auténtico ángel. Uno muy grande. Además de consolarme, se ofreció a llevarme a la casa, pero no me apetece ir ahí ahora. Antes necesito hablar con alguien y esa persona está detrás de esa puerta―. Cuídate y olvídalo. No vale la pena.

Sonrío muy a mi pesar. Sí, no lo vale, pero eso no lo entiende mi corazón, ni mi cabeza. ¿Qué puedo hacer?

―Lo sé. Gracias. ―En algo tiene razón. Lo mejor es olvidarlo.

Sonrió mientras se acomoda en el asiento y agita su delgada mano. El chofer pone en marcha el auto y pierdo de vista su rostro. Veo desaparecer el vehículo y me giro, observando las puertas de metal.

Por ultima vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora