Prólogo

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Después de varios días de que todo sucediera, la chica, tirada en la cama, empieza a recordar y memorizar, por enésima vez ese día, la ruptura:

-¿Por qué subes una foto con ese? -Repitió él. Llevaba haciendo la pregunta desde que él misma le había llamado.

-Es un amigo, George, no sé por qué te pones así.

-Porque soy tu novio, y tengo derecho a hacerlo.

-Besar a un chico en la mejilla no tiene por qué significar nada.

-Es más de lo que hemos llegado nosotros.

Era verdad, ellos ni si quiera se habían tocado. Ella sabía que contra eso no podía decir nada, optó por mantenerse callada.

-No entiendo por qué nunca puedes venir... -Se notaba que él luchaba por aguantar las lágrimas al otro lado del teléfono.

-Mi trabajo me lo impide... Pero ya te he dicho que te pagaré el billete si vienes.

Él se negaba a ir allí, le daban miedo los aviones, y no había otra forma de que él pudiera cruzar el océano que les separaba.

-Haz un esfuerzo. Por mí, por nosotros. -Prácticamente rogó ella.

-Hazlo tú, si tanto te quejas. Sabes perfectamente mi pavor por los aviones, sabes lo qué pasó ese día.

Cuando él era pequeño, de unos 8 años de edad, sus padres y él iban a viajar a Europa, pero a la hora del aterrizaje hubo un fallo en el sistema y el avión cayó. Por suerte, él salió sano y salvo, al igual que su padre, pero no se puede decir lo mismo de su madre.

-Si falto al trabajo, me despedirán. Y necesito el dinero.

-Muy bien, ya estoy harto. -Dijo él después de otros quince minutos hablando de lo mismo de todos los días. -No vengas, yo tampoco iré. Se acabó.

-¿Cómo que se acabó?

-Sí, hemos terminado. Estoy cansado de discutir siempre de lo mismo, y como parece que no tienes intención de venir, lo mejor es que lo dejemos.

Ella se limitó a limpiar las lágrimas que caían desacompasadas sobre sus mejillas. No creía que éste día llegaría tan pronto.

-Si es lo que quieres, respeto tu decisión. -Dijo finalmente.

-Es lo que quiero. -Respondió él no muy convencido. -Gracias por todo lo que hemos pasado.. Si decides cambiar de opinión y venir, ya sabes dónde encontrarme.

Y colgó.

Pero ella no iba a ir a por él. Ella se había pasado la última semana tirado en la cama llorando, cuando no tenía que ir a trabajar.

Después de pensar en las últimas palabras que mantuvieron, decide levantarse para darse una ducha y comer algo.

Cuando termina ya son las 3 de la mañana. Vuelve a la cama y acaba durmiéndose después de un día agotador, no sin antes jurar y rejurar que jamás volvería a enamorarse de un chico.

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