La razón de mis sonrisas

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La mortecina luz del alba se empezaba a entrometer en aquella habitación que alguna vez había sido solo mía. Al sentir aquellos brazos rodéandome la cintura pude comprobar que el panorama al cuál habia estado acostumbrado toda mi vida habia cambiado radicalmente. Yo, que era la persona que menos creía poder encontrar a alquien con quien compartir el resto de mi vida, me había topado con la persona más especial y perfecta existente sobre toda la faz de la Tierra. Al mirar aquellos ojos por primera vez algo en mi interior supo que mi vida cambiaría independientemente de que yo quisiera o no que ello sucediera. Despertó en mi una clase de sentimientos que creí que jamás experimentaría. Y allí estabamos ambos, acurrucados y enredados en un lio de mantas, perezosamente tumbados sobre mi cama en una fría mañana de Domingo. Quien diría, apenas unos años atrás, que estos momentos insignificantes para algunas personas, significarían la más absoluta felicidad para mí. Que mi casa en la que antes vivía completamente solo se había convertido en mi hogar ante su llegada. En aquel pequeño momento me embargó la más absoluta felicidad. Observé de soslayo a mi compañero de vida, que aún seguia sumido en sus sueños y sonreí evocando mentalmente todos los recuerdos que ambos nos habíamos encargado de construir a lo largo de estos tres años.
Me levanté y deshice cuidadosamente el agarre de mi pareja procurando no despertarlo. Me vestí con lo primero que encontré, puesto que había bajado considerablemente la temperatura y me dirigí a la cocina. Quería sorprender a Frank con el desayuno en la cama puesto que él era el que solía ser más demostrativo y tener estos gestos más a menudo. Decidí que era hora de soprenderlo con algún detalle de este tipo. Ya en la cocina puse todo mi esfuerzo en lograr preparar al menos un desayuno decente. Sabía que tarde o temprano tendría que aprender a cocinar, puesto que últimamente estaba viviendo a base de frutas y comida que ya compraba preparada. No se me daba nada bien esto de cocinar y más de una vez había escuchado la inconfundible risa de Frank cuando dejaba la cocina hecha un desastre así solo tratara de cocer una simple pasta. Él, por el contrario, se las arreglaba bastante bien a decir verdad y solía ser el encargado de preparar la cena. Cuando estuve satisfecho con el resultado, serví los platos en una bandeja para que pudiéramos comer juntos tumbados en la cama. No tenía intenciones de alejarme mucho de nuestra habitación considerando el frío que se colaba por las rendijas de la puerta y las ventanas. No me había percatado antes de que había comenzado a nevar.
Al pasar por la sala, un objeto que yacía en el suelo captó mi atención. Me incliné para observar más de cerca y me di cuenta que se trataba de una fotografía mía y de Frank de hace unos cuantos años, de cuando aún asistíamos a la preparatoria. Seguramente el viento la habría hecho llegar hasta allí, puesto que antes estaba perfectamente colocada sobre una de las repisas. Nos habíamos conocido en el último año escolar durante una salida que habíamos hecho con unos amigos que tenemos en común. En seguida empezamos a entablar conversación y me sorprendió bastante lo bien que congeniamos desde el principio. Ambos podíamos llegar a sumirnos en largas conversaciones, tanto que el tiempo se escurría entre nosostros sin siquiera notarlo. Llegaba a su fin el día con demasiada rapidez para mi gusto y aquella noche en qué comenzó todo el tiempo también transurrió con demasiada rapidez para él. Ambos sabíamos muy bien lo que nos sucedía con el otro, pero ninguno quería admitirlo en voz alta. Era el miedo a perder una amistad tan maravillosamente bien construída lo que nos separaba como si fuera una pared invisible interpuesta entre nosotros, impidiéndonos dar un paso más. Aquella noche, decidí derribar esa pared y lanzarme a ciegas por lo que estuviera detrás. Debo decir que el sabor de la recompensa fue sublime.
La voz de Frank logró sacarme de mi ensoñación momentánea y pronto pude sentir sus brazos rodenado mi cintura por detrás.
-¿Qué tanto haces?- Preguntó asomando su cabeza sobre mi hombro para poder observar aquello que me tenía tan alejado del mundo real.
Sonreí y negué con la cabeza antes de dejar la foto en su debido lugar y tomar nuevamente la bandeja con nuestro desayuno, que había dejado sobre la mesita de la sala en algún momento.
-Vamos a la cama, que se enfría el desayuno y me estoy congelando.- Propuse sonriendo a la persona que era la razón de mis sonrisas, quién me correspondió el gesto seguido de un dulce beso.
-Vamos.-Sentenció él.


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⏰ Última actualización: Aug 11, 2015 ⏰

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