Rercuerdo que por aquella época el sobresalto de la alarma sonando a las 8 y 30 de la mañana era el inicio normal, de una mañana normal. Pero aquel día me desperté a las 9 y 13, por mi mismo, como si mi cuerpo tuviese su propia alarma de que aquello no era normal. La noche anterior se había ido la luz en toda la casa, y aunque volvió en pocos minutos, la hora y la alarma del despertador en mi mesita de noche volvieron a la hora 0.00, por eso no sonó. Pegué un brinco intentando en el aire meterme dentro de los pantalones a la vez que me cepillaba los dientes y arreglaba mis pelos con las manos, todo en un salto de a penas medio segundo. La imposibilidad física de tantas acciones en tan poco tiempo, unido a la incapacidad del hombre de abordar tareas paralelas, acabó con mis huesos en la alfombra de mi habitación, aplastando con mi propio torso el portatil en el que guardaba mi trabajo de los últimos días, ese que debía exponer en menos de 10 minutos en las antípodas de mi ciudad.
Corrí calle abajo hacia la parada del bus más cercano, encontrándome por el camino a algún vecino absorto por mis jechuras de camiseta por fuera, zapatos a modo de chanclas, y el rostro a medio camino entre desencajado y pidiendo dormir 5 minutitos más. LLegué a la parada repleta de gente casi a la vez que podía divisar a lo lejos la llegada del bus, parece que el primer golpe de suerte del día llegaba, aunque nada más lejos de la realidad, a medida que se aproximaba se podía intuir el poco espacio que quedaba dentro y la cantidad de gente en cola que estábamos fuera. Mentalmente me puse a hacer cálculos sobre aforos, metros cuadrados por personas y demás variantes, a la vez que la cola se desahogaba poco a poco en fila de a uno, y el bus engullía su desayuno diario de personas. Pues sí, se paró delante de mi, la cola paró delante de mi, 'el autobusero' cerro las puertas en mis narices porque consideraba que yo no cabía ya, pero la gorda de camisa de flores con un yorksire en los brazos que entró delante mia si.
Qué no cunda el pánico, solo eran 2 kilómetros y medio de distancia entre donde estaba y mi destino: la facultad. Podía cubrir esa distancia corriendo, no sé en que tiempo, pero podía cubrirla probablemente antes de que apareciese y me llevase a mi destino el siguiente autobús. Empecé a correr como un condenado, y juró que no pasó ni 2 minutos corriendo cuando me adelantó por mi izquierda un bus vacío, de la misma linea, cogiéndome en tierra de nadie, entre la parada anterior y la próxima.
Cubrí el trayecto a pie con más testosterona que otra cosa. Ya era un 'por cojones', aunque llegué 23 minutos más tarde de lo debido y oliendo a sudor sobaquil, conseguí entrar en el aula de mecánica en la que ya había empezado la clase. Un alumno exponía su trabajo, el resto escuchaban, y el profesor sentado sobre su mesa, parecía tomar nota o leer el periódico, nunca supe interpretar muy bien sus intenciones. Cuando acabó el compañero, Don vicente que había reparado en mi llegada antes, me preguntó que si quería exponer mi trabajo, lo estaba haciendo por orden alfabético, y aunque mi turno pasó hace 7 alumnos, me estaba dando esa posibilidad. Ahora el problema era que el trabajo en sí no existía, así que debía mentalmente rescatar la información que pudiera para salvar los muebles con la mayor dignidad posible.
No sé si estaba nervioso o venía sudado ya de antes, el caso es que no hablé ni 3 palabras cuando Don Vicente volvió a interrumpirme. Oye Alejandro!!(a la vez que miraba anotaciones) pero si tu no tienes aprobado el control de febrero, no puedes exponer todavía, era eliminatorio... Medio aliviado, medio con cara de idiota me retiré y me senté, sólo a penas 3 minutos, puesto que me dí cuenta que tampoco tenía mucho sentido que permaneciese allí sentado, así que agarré mis cosas y salí por la puerta.
Al menos todo había pasado, ahora necesitaba apoyo emocional, e intenté encontrarlo en la que por aquel entonces era mi novia, Susana, que acaba de terminar un examen y su facultad estaba a penas unos metros de la mía. Con más ganas de llorar que otra cosa, me presenté en la cafetería de la facultad de mi novia, de forma inesperada, y quizá eso fue lo que provocó que la pillase sentada compartiendo un cafe y besándose con mi mejor amigo.....
De pronto todo cambió, todo el dolor de golpes sucesivos pero independientes se tornó en incredulidad. Todas la calamidades remotas encadenadas se convirtierón en una única situación completamente extraordinaria. De pronto reí sin parar, dejé de sentirme desdichado y pasé a disfrutar de una situación única, ¿qué probabilidades existen de encadenar tantas desgracias seguidas? estaba viviendo una situación de 1 entre mil millones, reí como si debía sentirme afortunado por albergar tanta desgracia improbable en tan poco espacio de tiempo. Me sentía vivo, dentro de un caos incontrolable, y una incertidumbre a la que ya casi le pedía más, si era posible más, o si era capaz de más. No importaba el color de los sucesos, ni las consecuencias de las desgracias, sólo importaba lo extraordinario, la casualidad elevada en su máxima potencia, la sensación de no tener control sobre nada, por eso reí sin parar, en medio de la cafetería y una nube gris de gente mirando. Reí sin saber, de que color era la risa nerviosa de la casualidad.