A veces, el esfuerzo no tiene recompensa. A veces, la única recompensa es saber que has hecho lo que creías que era mejor. Abro los ojos y veo las paredes rocosas que rodean la habitación en la que me encuentro. Estoy tumbado en una pequeña, pero cómoda cama en una esquina de la habitación. En frente de mí, veo mi mochila de cuero, que contiene un mapa y una bolsa de plástico llena de fruta. Al lado de la mochila, unos rayos de luz que llegan hasta mí por medio del agujero gigante en medio de la pared de piedra me invitan a levantarme de la cama y a proseguir con mi búsqueda.
Me incorporo y abro la mochila en busca de la bolsa con fruta para comer un par de manzanas. Al lado de la cama tengo un suculento manjar de frutas exóticas, tales como tajadas de sandía y melón, fresas y unos cuantos plátanos. Como sé que los plátanos van a aguantar más tiempo en la bolsa maduros que el resto de la fruta, decido llenarla con tres o cuatro. Busco con la mirada en el suelo de piedra mis zapatillas deportivas y las encuentro a los pies de la cama. Después de calzarme, me dispongo a salir por la desigual puerta enfrente de la cama.
Fuera de la habitación, me encuentro de nuevo en el laberinto en el que llevo varios días perdido. En cuanto salgo de la habitación por el agujero en la pared que simula una puerta, veo que el agujero se rellena de forma inexplicable hasta convertirse en parte de la pared del laberinto. Recuerdo haber venido del sur hacia el norte, así que prosigo mi camino girando a la izquierda, volviéndome a perder.
Estoy asustado. Tengo comida, pero no pruebo el agua desde la noche pasada, en una de las extrañas habitaciones que contiene este laberinto, pero por algún motivo, esta desaparece por las mañanas, así que tengo que continuar mi camino como puedo. Tengo al garganta algo seca y el sol está en su punto más alto, por lo que el calor hace que me deshidrate todavía más. Sin embargo, creo que puedo aguantar un par de horas hasta encontrar otra habitación oculta en el laberinto y poder volver a refrescarme la boca. Estoy prácticamente toda la tarde buscando el centro del laberinto hasta que se pone el sol y me conformo con una modesta habitación de paja escondida en una de las paredes que sin duda, he visto más de una vez.
Me tumbo encima de la cama de paja y cierro los ojos, intentando dormir. Llevo más de tres días en el laberinto y creo que voy a volverme loco. Sé que el final de mi viaje está cada vez más cerca y empiezo a llorar. Llorar de incertidumbre, llorar de no saber ni mañana moriré, si mañana tendré que matar a alguien, o llorar de no saber si mañana, ella morirá.
Sí, ella, la persona que durante estos últimos meses lo ha significado todo para mí. Ella es la única persona por la que daría la vida en estos momentos. Me he levantado cada mañana pensando si ella estaría a salvo en su casa, sin preocupaciones ni nada por el estilo. Pero esta mañana, todo ha sido diferente. Lo único que tengo claro es que quiero salir de aquí y buscarla. Cierro los ojos y vuelvo a dormir, deseando que mañana sea el día en el que pueda verla de nuevo.
La soledad es algo muy malo, que nunca desearía a nadie. Aunque por el contrario, nunca viene mal algo de soledad para despejar la mente y aclarar las ideas; pero con el tiempo, la soledad te acaba volviendo loco. Cierro los ojos e intento dormir, evadirme de la realidad a un mundo donde las personas no actúan por codicia, orgullo y gloria, un mundo en el que ella y yo podríamos estar miles de horas juntos sin que nada nos lo impidiese. Me repito a mi mismo que debo dormir, que mañana será un día duro de búsqueda por el laberinto y si no tengo energía suficiente, puedo acabar perdiendo el conocimiento y tengo totalmente claro que quedarme una noche solo ahí fuera significa morir. Lo sé por los aullidos de lobos y relámpagos que oigo todas las noches, que esperan impacientes a que una presa salga indefensa para poder saciar su apetito. Al final, consigo reducir mis pulsaciones y me duermo en la no tan incómoda cama hecha de paja.
Cuando me levanto, un nuevo día amenaza. Recojo todas mis cosas de la habitación y salgo al laberinto de nuevo, viendo cómo el agujero del que he salido se desvanece fundiéndose con la pared. Como es muy pronto, consigo tomar la posición del sol como referencia y sigo avanzando. El centro del laberinto, mi objetivo, no puede encontrarse muy lejos. De vez en cuando hago alguna marca en las paredes planas para ir sabiendo por dónde he ido, y hace ya dos días que no veo ninguna.
Es un día distinto a los demás. Tras una larga y sonora noche de tormenta, no hay ni una sola nube en el cielo, el calor parece haberse evaporado a otro lugar, e incluso las paredes me parecían distintas, tal vez por el tono amarillento que presentaban ahora que el sol brillaba con fuerza.
Oigo un estruendo procedente del sentido por el que he llegado a la última habitación de paja. Veo algo de movimiento al final del gran pasillo en el que estoy, así que intento enfocar bien qué puede ser. No se trata de una figura, lo cual es un alivio, pues no tengo fuerzas para luchar contra alguna bestia o criatura ahora. Es algo parecido a un efecto óptico en el cual las paredes se alejan y separan con total normalidad. Me cuesta entenderlo, hasta que al final me doy cuenta: las paredes del pasillo se están estrechando rápidamente hacía mí.
Un escalofrío me recorre el cuerpo desde las puntas de los dedos de los pies hasta la nuca. Me quedo petrificado hasta que entiendo que lo mejor que puedo hacer es echar a correr. Recorro el pasillo, huyendo de las paredes que tratan de estrujarme los huesos y doblo unas cuatro esquinas hasta que me doy cuenta de que ya no oigo nada. Inconscientemente, vuelvo a la última esquina que he cogido para mirar atrás y darme cuenta de que ya estoy salvo. Aunque, ¿qué demonios?, un asesino anda suelto por este laberinto y debo encontrarlo antes de que ella muera.
Vuelvo a cambiar de dirección y sigo el camino hasta llegar a una esquina. Antes de cruzar por ella, el corazón me da un vuelco. Detrás de esa esquina hay una plaza cuadrada enorme, el centro del laberinto. Me echo cuerpo a tierra y me deslizo lentamente para asomar los ojos por la esquina y observar lo que me espera: un hombre en pie, vestido con un abrigo de piel, me da la espalda en el centro de la plaza mientras observo cómo da vueltas . Me pregunto cómo puede soportar el peso y calor que le proporciona ese abrigo con el día tan "bueno" que hace. Tiene el pelo negro, como el azabache, como el cielo en una noche de luna nueva. Sus ojos, rojos como la sangre humana, amenazan con la muerte a cualquiera que se cruce con ellos. Esos ojos me dan miedo, y respeto de alguna forma. Cada vez que veo que van a mirar hacia mí, vuelvo a esconderme detrás de la esquina.
Y espero. Espero sentado hasta encontrar la manera de salir vivo. No tengo armas de ningún tipo y ahora mismo no estoy a mi máximo rendimiento como para enfrentarme en una pelea cuerpo a cuerpo. Vuelvo a mirar sigilosamente, hasta que me reconozco a una joven en el centro de la plaza, junto a él. No necesito ojos de halcón para saber quién es; es ella.
El miedo recorre mi cuerpo en forma de un frío aterrador. Comienzo a sudar, y el sentimiento de incertidumbre que había tenido estos días se había esfumado por completo. Tengo totalmente claro que hoy voy a morir. No puedo salir así como así y sacarla de ahí, puesto que desde mi posición hasta la suya hay por lo menos cincuenta metros, y no sobreviviría, probablemente ni yo ni ella. Mi única prioridad ahora mismo es salvarla, pero no sé cómo hacerlo sin poner en peligro su vida de alguna manera. Intento buscar otra forma de salir ahí fuera, pero no se me ocurre nada, las paredes del laberinto son demasiado altas como para escalarlas y buscar una salida más cercana, pero es imposible. O me descubro o sigo esperando. Y creo que llevo esperando suficiente tiempo como para dejar pasar una oportunidad como esta. Me levanto, con la cabeza bien alta y con la idea clara de que una persona como mínimo va a morir hoy. Me llamo León y esta es mi historia.
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El último elemento.
AventureLeón, un joven de diecisiete años es elegido para luchar en una guerra donde los principios son la mayor arma posible. Sin embargo, la cosa se pone fea cuando la chica de sus sueños entra a formar parte.