Capítulo 2.

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Encontré al hombre en una fábrica abandonada, llorando desconsolado en un rincón de su mugrienta habitación, tiritando y en un estado demente, inyectándose una droga blanquecina, seguramente heroína. Parecía suplicar con sus ojos que lo matara ahí mismo, salvarlo de aquél infierno que llamaban vida. Saqué uno de mis cuchillos más afilados y efectué un rápido y limpio corte en su garganta. La desesperación de sus ojos se empezó a apagar poco a poco, hasta no mostrar ningún tipo de emoción o luz. Me agaché a limpiar la sangre del cuchillo con la ropa del muerto y salir de aquél lugar de mala muerte, pero oí un ruido.

Me levanté a la velocidad de la luz y me giré, empuñando con fuerza mi cuchillo y con la otra mano cerca de mi estuche por si necesitaba sacar otro. Escuché otro ruido proveniente detrás mío y ejecuté un rápido movimiento intentando cortar el culpable de aquél sonido, pero el cuchillo no llegó a tocar ninguna superficie. Estaba alerta, pero tranquila, confiaba en mi fuerza y habilidad en cualquier tipo de lucha, ya sea a distancia o cuerpo a cuerpo. Pero aquella presencia se sentía fuerte, y se sentía por toda la habitación, provenía de todos los rincones, de todos los lugares, hasta la sentía cercana a mi. De repente, oí una respiración lenta sobre mi nuca. No reaccioné lo suficientemente rápido, ya que inmediatamente sentí el frío de un cuchillo sobre la piel de mi garganta.

-Muy lenta.

Tiré el cuchillo que tenía en mano al suelo. Empecé a respirar entrecortadamente.

-Sasin. -Pronuncié su nombre, con mi garganta ardiendo. La primera palabra que pronunciaba a otro ser vivo en seis meses era el nombre de mi hermano.

Él retiró su cuchillo de mi cuello y yo me giré hacia él para encontrarme con su fría mirada. Sentía un hilo de sangre brotar del lugar donde había presionado su cuchillo. Hacía seis meses que no lo veía. No había cambiado nada, la característica piel blanca que tenemos todos los coreanos (la humareda de contaminación no dejaba salir el sol), sus fríos ojos negros y su pelo azabache, junto a su máscara de gas. Siempre tenía una apariencia impecable, cuando lo normal era parecer enfermo por el ambiente. Le echó una ojeada inexpresiva al cadáver del hombre que yacía en el suelo.

-Parece ser que te me has adelantado. -Me devolvió la mirada-. ¿Orgullosa de matar a un hombre que ya estaba prácticamente muerto? Él mismo te ha hecho la mitad del trabajo.

Me quedé callada y le devolví la mirada sin decir una palabra. Seis meses en los que no tenía noticias de mí, no sabía si estaba muerta o viva, y lo primero que hacía era hablarme de aquella forma. Pero siempre fue así. Desde pequeños. Las cosas no iban a cambiar en aquel momento.

-Su recompensa es alta. -Dije secamente. -Yo también te he echado de menos, hermanito.

-Pensaba que estabas muerta.

-Vaya, si hasta piensas en mi.

Me miró con dureza. Empezó a caminar hacia la puerta y yo lo seguí. Sabía que íbamos al mismo lugar. Cada día él se proponía una víctima, y no volvía hasta hacerla desaparecer del planeta. Nunca mataba a más de uno en 24 horas, mataba a uno y volvía a la sede a descansar hasta el día siguiente. Y yo había matado a su víctima. Salimos de la fábrica en silencio y caminamos hacia el centro de la ciudad. La calle estaba desierta y muda, un silencio roto de vez en cuando por algún que otro grito y sonidos de cristal rompiéndose, o el canto de algún cuervo. Siempre había cuervos. Un aspecto tétrico y frío permanente en la ciudad de Gomun. Los rascacielos, los que seguían en pie, parecían estar juzgándonos, observando nuestros movimientos. Había dejado de nevar.

Nos metimos en una pequeña calle y paramos frente a un edificio gris, de aspecto descuidado pero de una altura considerable. Había un mediano cartel, con un símbolo pintado en él: Una máscara de gas rodeada de flores. Era un símbolo extraño para una agencia de asesinos a sueldo. La sede de Senespera.

Los cuervos habían dejado de cantar, estábamos sumidos en un silencio agobiante. Cuando di el primer paso, para dirigirme hacia la puerta de la sede, oímos un grito, procedente de una ventana de la sede. La ventana se rompió y apareció una ágil figura de ella, que saltó hacia nosotros como un depredador hacia su presa.


Senespera [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora