- VIII - La verdad más amarga.

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- La verdad más amarga -

Las calles limpias y pulidas eran un bullicio constante en el día a día de la majestuosa ciudad. Torres exuberantes se abrían paso hacia el cielo protestando ante las escasas nubes y entre las espaciosas y numerosas casas se exhibía con magnificencia una fortaleza digna de baladas. El hogar del dueño legítimo del Reino de Fanlird: el rey Osboron Dein Tolomir de Loerlan.

Todos se aparapetaban junto a la gran puerta de la ciudadela para ver con exactitud que estaba sucediendo.
Un grupo de mujeres sacaban a relucir sus más oscuros marujeos sobre el tema del que podría tratarse y varios guardias empujaban para no desbordar al gentío por el portón.

—¡Qué ven mis ojos!—gritó por encima de la multitud un ciudadano—¡Enanos de las lejanas montañas del sur!—. La mayoría lo miró con gesto incrédulo.

—¡Sí, sí!—dijo otro apuntando con sus manazas sucias de haber estado en la forja—. ¡Y vienen acompañados de ese cazador tan temerario y personas que desconozco! ¡Y un anciano con vestimentas nunca vistas por mis ojos!

Las puertas se abrieron después de que los soldados no percibieran ninguna amenaza y dejaron entrar a los extranjeros, que parecían apurados con los pesados carromatos. En ellos se vislumbraban cuerpos inertes tapados con mantas manchadas de sangre.

Los ciudadanos loerlanos miraban con horror las caras desoladas de los enanos. Sus rostros reflejaban una dura pérdida. Al cabo de varios minutos el gentío volvió a su rutina desapareciendo de la zona del portón.

—Estaba empezando a incomodarme...—susurró el desgastado Thurimar a Dalibor. A su lado Ciarán le respondió con una palmada en la espalda. Se sentía vacío ante la noticia de los enanos.

Esa misma mañana, Ciarán, Zarco y compañía habían acudido a la llamada de auxilio de los fatigados enanos. Les dieron de comer y descansaron para reponer fuerzas y curar a los heridos (gracias a Endor).
El testimonio de Dalibor les dejó de piedra. Les contó todo lo sucedido desde que dejaron semanas atrás el campamento fronterizo. La lucha en el puente, la visión de un enorme ejército teracino, la emboscada de los elfos oscuros...Ciarán no daba crédito y Sren no dejaba de murmurar sandeces. Ellos también contaron su historia.
Zarco se mostró afectado y se imaginaba con terror que hubiera hecho él delante de los elfos oscuros. Eran la reencarnación del mismo mal.
Ciarán tranquilizó a los enanos asegurando que su rey sería comprensivo y ayudaría en lo que hiciera falta. Ladith y Endor ayudaron en lo que pudieron a los heridos y algunos todavía en estado de shock desmentían la realidad. Dalibor sólo quería cobijo durante unos días, para luego volver a su tierra para avisar a los suyos y vengar a sus muertos.

El portón se cerró tras los enanos y varios soldados los escoltaron hasta la plaza principal donde se hallaba la fortaleza del rey Osboron. Sren, sin previo aviso, corrió para abrazar a su esposa que esperaba impaciente junto a Glert (hermano de Ladith) y varios parientes también preocupados, a los pies de la fortaleza.

Ciarán y Zarco sonreían ante la felicidad de sus compañeros al reencontrarse con los familiares. Endor, callado y distante, parecía haber notado algo.

—Parece que a nosotros no nos espera nadie—dijo Ciarán a Zarco con una sonrisa fingida—. No somos tan distintos como creía.

—No. Sois muy diferentes, Ciarán de Hudskar—una voz retumbó a sus espaldas. Se dieron la vuelta sorprendidos.

—No puede ser...—musitó Zarco.

—A Zarco lo estaba esperando yo—la voz no mostraba desvarío alguno.

—¡Tú! ¡Otra vez!—habló Zarco sorprendido y asustado.

—¿Co-conoces a es...esta...criatura...?—tartamudeó Ciarán. Fue un error llamarle criatura.

- DESOLACIÓN - Crónica de los Olvidados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora