El inicio de la amistad y unas agujas: Raichel

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Raichel

– Ay pobrecita, niña tonta –escuché que me decía aquel chico mirándome con burla y sorna.

– Ya, por favor, déjame –mi voz era temblorosa pero era inútil, lo único que provocaba eran más risas de las personas que tenía en frente

Eran mis compañeros de escuela, niños y niñas, estaba tirada en el suelo, visualicé a unos metros la feria, sonreí al recordar como mis padres me habían traído ayer a ese lugar, mala idea porque el sonreír solo hacía que me molestaran más. Cerré los ojos fuertemente cuando noté que con la punta del zapato me lanzaron tierra. ¿Por qué? ¿Por qué yo si no les había hecho nada?

– Ay no me digas que vas a llorar miedosita –apreté mis puños y me levanté rápidamente enfrentando a la niña que me dijo eso.

– No, no voy a llorar –de repente sacó una aguja de su bolsillo, por lo que me puse pálida y di varios pasos hacia atrás.

– ¿Segura? No intentes hacerte la fuerte porque no te queda, chiquilla miedosa– temblé cuando acercó más la aguja hacia a mi

– ¡Aleja eso!– chille con todas mis fuerzas, abriendo mis ojos.

"No por favor, lo que sea menos eso, las agujas no las soporto" me repetí varias veces en la mente, todavía lo recuerdo...

– Hola cariño–dijo mi abuela a penas me vio entrar por la puerta de su cuarto, sus manos estaban conectadas a varios cables que llevaban a una maquina horrible, una aguja le atravesaba las venas y eso provocaba escalofríos por mi cuerpo, suponía que debía doler

– Hola abuelita ¿estás bien?–sonríe como solo ella sabe, transmitiendo una gran calidez logrando que en mi cara se forme una sonrisa

– No te preocupes por mi cariño, ¿de acuerdo?– Eso parece una promesa trato de calmarme.

– Abuelita, cuando salgas de aquí ¿me vas a hornear esas galletas que me gustan tanto?– digo con emoción esperando a que mi deseo se vuelva realidad.

– Si cariño, si...–tomó mi mano y la balanceó a los lados alegremente

Sonreí como cualquier infante lo haría a mi edad, mientras saboreaba la dulzura de las galletas de mi abuela y mis ojos resplandecían de emoción. Comida como la que preparaba ella, en ningún otro lugar.

– ¿Abue?– pregunté curiosa cuando sentí su mano fría y sin fuerza

Recuerdo a la maquina espantosa soltando un sonido chillante y la línea que antes formaba picos ahora está quieta y recta. Enfermeras y doctores entraron rápidamente, una de ella me tomó en brazos hasta llevarme afuera de la habitación, no sin antes ver por encima de su hombro la mano de mi abuelita colgando de la cama con aquella maldita aguja todavía dentro de su vena. Y en ese instante...la odié, odié tanto esa cosa puntiaguda que hasta fui capaz de culparla por la muerte de mi abuela.

Otra cosa que también recuerdo fueron las palabras de mi madre cuando le dije mi pensamiento sobre las agujas "Ya Raichel, pronto se te quitará eso, ahora ayúdame con los platos". Típico de los padres ¿no? Creen que por ser niños o jóvenes no sabemos nada o que lo que sentimos es algo pasajero. Desearía, de verdad, desearía que aquellas palabras de mi madre hubieran sido ciertas. Pero no.

– ¡He dicho que lo alejes!–me alejé más de ella

Lo único que hizo fue sonreí con la malicia que solo una niña de 8 años podría sentir y se lanzó encima de mí con la aguja en la mano, acercándola a mi rostro. Abrí los ojos como platos, no, dios no, por favor quítate.

– ¡Raichel! ¡Ven hija!– escuché la voz de mi madre a lo lejos, de seguro en la puerta del consultorio

No sé cómo estando con una fiebre tan alta tuve las fuerzas para salir corriendo apenas el doctor pronunció la palabra "inyección". Ya no odiaba las agujas, no, ahora les tenía miedo. Un miedo muy profundo, solo podría relacionarlas con dolor y muerte. Seguí corriendo hasta no poder más, miré a mi alrededor, había llegado al estacionamiento, de inmediato fui al carro de mi padre, abrí la puerta y subí rápidamente encontrándome con él que sorprendido me preguntó

– ¿Raichel que haces aquí? ¿Dónde está tu madre? ¿Qué te dijo el doctor?– No pude contestar porque el portazo de mi madre resonó con fuerza

– Hablamos en la casa Raichel, Frank, arranca el coche y larguémonos de aquí

– Está bien Laura – papá hablo confundido

Durante el recorrido estuve mirando por la ventana llevando mis pensamientos más allá de la ruta hacia mi casa.

– Más te vale que te alejes de ella antes de que te quite a golpes –escucho que alguien dice.

Dejo de sentir el peso de la niña encima de mí y es cuando me doy cuenta que he derramado lagrimas por la humedad en mis mejillas.

– ¿Quiénes son ustedes? –preguntan con voz chillona

– Las que te golpearan si vuelves a tocarla–una segunda voz aparece

Cuidadosamente me levanto del suelo para ver bien a las dueñas de esas voces femeninas. Son dos niñas de mi edad, una rubia y la otra de cabello oscuro. Ya no hay nadie de los que se burlaban de mí, salieron huyendo, y comprendo el por qué al ver que en la mano de la rubia hay un tubo de acero. Me sorprendo y asusto bastante. "Que agresiva" pienso mientras comienzo a temblar. Ay este miedo se quiere apoderar de mí.

– Hola bonita, ¿cuál es tu nombre?- preguntó con curiosidad la rubia

– Rai...Rai...Raichel –respondí en un susurro

– ¿Disculpa?– dijo ahora la de cabello oscuro –Tranquila no te haremos daño, un gusto soy Ally

– Raven –habla de nuevo con voz autoritaria la rubia

– Soy...soy Raichel– digo ya dejando de temblar

– Hola Raichel –dicen a la vez

Las tres sonreímos levemente y es cuando lo entiendo, una amistad acaba de empezar, espero que dure. En ese entonces no lo sabía, no sabía que esas chicas que me habían salvado se volverían mis mejores amigas y que años más tarde, también en mis acompañantes buscando una forma de vencer nuestros miedos. ¿Lo lograríamos? No lo sabían ellas, ni siquiera yo. Pero lo único que sabía, era que si pensaba en emprender un viaje así por todo el mundo, las únicas personas con la que haría ese viaje, serian estas dos grandiosas chicas.

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⏰ Última actualización: Apr 03, 2016 ⏰

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