•Prólogo •

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El ser humano siempre trata de repeler lo que le molesta, lo que le causa disgusto y es bastante natural. No puedes pedirle a un niño que ame ir al doctor, a sabiendas de que este le detesta porque le causa dolor, incomodidad.

Por eso todos entienden perfectamente porque odio la ciudad, detesto el ruido, la gente molesta, deshonrada, casi robótica. Detesto todo lo perturbante.

Desafortunadamente, toda mi familia ha nacido y crecido en el ruidoso Manhattan, así que me he criado con el constante sonido de los claxons. Lo mas curioso, desde bebé deteste la idea de los sonidos fuertes, lo que obviamente fue un dolor de cabeza para mis padres en los primeros años de mi vida.

Y cuando surgió la oportunidad de tomar mi último año en la lejanía, en la mina de carbón blanco, solo tomé la posibilidad. Nunca le vi el problema a la soledad, es mas, mejor para mi si hay dos o tres persons en aquel pueblo; Además, Beauford Blenkov era uno de los mejores académicos egresados de la universidad y a diferencia de muchos colegas con el mismo rubro, se había dedicado a investigar la ciencia de la medicina a fondo y lograr bastantes aportes a esta. Además, este también ejercía como el modesto doctor de una "ciudad" de no mas de cuarenta personas, creo.

McCarthy sonaba una gran idea para mí, a pesar de los conentarios realizados por mi familia, amigos y hasta, docentes de la misma universidad. ¿Qué podría ser mejor que paz y tranquilidad?, cabe mencionar que no habría gente molesta fisgoneando por ahí, tal como la habría en los centros médicos que el resto de la promoción haría su su práctica. Además, sería el aprendiz de una eminencia como Beau Blenkov.

A pesar de tener todo esto resuelto, y decidido en mi cabeza, había una pequeña vocecilla diciendome que ocurriría algo, premonición o no se qué. Y la última noche en Manhattan, fue un completo horror.

Me había despertado dos veces por pesadillas acerca de mi próxima aventura: Siendo devorado por lobos, cayendo al hielo, muriendo de hipotermia...Creo que fácilmente, podría haber creado mi propio libro de Mil maneras de morir, pero en Alaska, McCarthy.

Decidí dejarme de chorradas y tomé unos calmantes que encontré en el baño, de seguro eran de mamá; Por suerte, luego de eso, dormí como un bebé las cinco horas que me quedaban de sueño.

Paul, mi hermano mayor y el del medio, fue a dejarme al aeropuerto a eso de las nueve, mi vuelo partía a las diez y media de la mañana. Mientras esperaba, él no dejaba de sermonearme acerca de los riesgos de vivir cerca del hielo y que tuviese mucho cuidado, recordándome que iba a estudiar.

-¿ Y crees que hay chicas, Paul?, McCarthy no es un lugar para ligar. Además, a la primera miradita, la mitad del pueblo ya comenta que te casarás en semanas- le contesté irritado. Mi hermanito se limitó a asentir y a suspirar apesadumbrado.

Cuatro horas después, cuando estaba aun volando en mi avión, empecé a ponerme nervioso, y ni idea de porqué. Yo había escogido esta pasantía con sumo cuidado, era algo que realmente yo deseaba y quería; Así, decidí nombrar y calificar este sentimiento, ansias.

Eran simples ansias

A la quinta hora de mi vuelo de ocho, me desperté por los ronquidos del viejo gangoso sentado a mi lado. Cuando porfin me bajé del avión, esperé que procesaran mi equipaje y me dispuse a salir del aeropuerto. Iba por la salida cuando un viento gélido se metió dentro de mis pantalones térmicos.

Oh santo Cielo

Allí, en medio de la salida del aeropuerto, y con mucha gente mirando, solté mi carrito de golpe y abrí la maleta en la que sabía que mi abrigo de nieve estaría. Maldita sea, debí hacerle caso al tarado de Paul y haber dejado el abrigo en mi regazo todo el viaje. Al llegar el avión estaba estacionado bajo un techo, por lo que no sentí mas frío que el normal al salir de él.

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⏰ Última actualización: Aug 28, 2015 ⏰

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