RELATO DE LA AZOTEA

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LA AZOTEA.

La Rubia de la bici

larubiadelabici@gmail.com

Nunca antes había subido a la azotea. Estas cosas las hacía Javier, pero él ya no estaba y ella quería demostrarse a sí misma que no le necesitaba, que podía seguir adelante sin él, que por eso lo había dejado y ahora un cesto de ropa mojada para tender era el primer reto de su vida en solitario.

Subió con el cesto apoyado en la cadera izquierda. Había tardado un rato en encontrar las pinzas, no sabía dónde las guardaba él, tuvo que revolver todo el apartamento hasta encontrarlas y, al hacerlo,  había tropezado con un millón de cosas suyas. El piso era pequeño, solo constaba de dormitorio, salón, cocina y un cuarto de baño, ella estaba deseando que se llevara todo de una vez,  hacía una semana que no vivían juntos y se había quedado temporalmente con una llave para hacer la mudanza. “Ruptura amistosa”, ahora tenía que soportar que tuviera una llave del piso, eso sí, de forma “ temporal”, ¿ y qué significaba eso?, ¿qué podía entrar en su casa, sin llamar, cuando quisiera?. No. Estaba bien intentar quedar como amigos, pero no a costa de entrar en el piso a voluntad. Le dio mentalmente un plazo de una semana, si no aparecía, cambiaría la cerradura. En cuanto a sus cosas, las iría tirando poco a poco según  fueran apareciendo. No tenía tiempo de prepararle maletas, ni ganas, lo que le importaba se lo había llevado, el ordenador y las zapatillas de correr.

Cuando las cosas se ponen imposibles no hay nada que hacer y con Javier estaban un punto más allá que imposibles,  no lo soportaba, ni siquiera era capaz de mirarle a los ojos los últimos días, ponía cara de perrito abandonado y ella no soportaba la autocompasión, se lo veía venir, por eso las caras de pena, lo sabía pero no hacía nada, solo esperar resignado el momento en el que la Reina de Corazones le cortara la cabeza. Pues se la cortó. Pensó que no deberían haber llegado tan lejos, que quizá fue demasiado dura, demasiado fría, pero estaba al límite de sus fuerzas. No podía más.  Y él no paraba de llorar y pedir otra oportunidad, así que tuvo que dejar claro que no, que la ruptura era definitiva. Su pesimismo la sacaba de sus casillas, tiraba de ella hacia abajo,  quería hundirla en su pozo y ella no iba a dejarle. Estaba harta de animarle, de mostrarle ventanas cuando se le cerraban puertas, pero él no se dejaba, le gustaba su pena, se regodeaba y ella  se sentía vaciar por dentro, ¡estaba tan cansada!, le había chupado la sangre, la paciencia, la compasión,  no le quedaba  nada bueno que ofrecerle.

No siempre habían sido así. Aún podía recordar el primer día que le vio. Le pareció físicamente perfecto. Emanaba atractivo por todos los poros de su piel. Entonces, ya estaba de encargada en una tienda de ropa, un día amanecieron sin luz y él le resolvió la papeleta. Un electricista. Jamás hubiera pensado que iba a pasar tres años viviendo con un electricista, aunque, aquel día, él era un príncipe azul que venía a salvarla de un gran problema, primer día de rebajas y sin luz, estaba a punto del infarto y, cinco minutos antes de abrir, llegó él.

Estaba atacada, las dependientas, nerviosas, Pepe, el guardia de seguridad, trataba de levantar manualmente la puerta, cuando ésta subió medio metro del suelo, él se coló por debajo. Vestía unas bermudas horribles y  una camiseta de manga corta. Antes de que terminara de incorporarse, ya la había dejado sin respiración. Lo primero que aparecieron fueron sus piernas,  fuertes, los gemelos muy desarrollados,  tenían ese tono justo, no demasiado inflados,  que ella llamaba “ músculo inteligente”, conseguido a base de esfuerzo aeróbico, no subiendo y bajando pesas en un gimnasio, se arrastró por el suelo y en el gesto se le subió la camiseta con lo que enseñó media espalda, una cintura lisa, sin michelines y unos abdominales trabajados, terminó de colarse bajo la puerta y se levantó con agilidad, era alto,  llevaba el pelo muy corto, cortado con maquinilla al uno o al dos, tan corto que la forma de su cabeza quedaba desnuda y eso era lo más sexy que tenía, sus ojos, verdes, aparecían sinceros y alegres entre un espeso bosque de largas pestañas, su nariz era atractiva y su boca grande, de labios carnosos,  le sonreía.

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