II

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Observamos al hombre como un ser que contiene únicamente eros y se ahoga en testosterona, al que todos vemos como el mayor donador de sexo; toda amenaza y culpa es gracias a su sexualidad inconsciente e intuitiva que derrochan como arma hacia el vacío y prejuicios que les construimos ya que es "normal" que exclusivamente toquen a la mujer por su erotismo e impulso, que ningún hombre "siente amor", en conceptos equivocados porque no se está en lo correcto y nunca se estará si se continúa con la ideología de que él está en busca de placeres banales como la práctica inconsciente del sexo casual, no se logrará si nos resguardamos matándonos a sí mismas, injuriando nos y envenenándonos en las ideas miserables como el famoso y muy usado "todos los hombres son iguales".

Para llegar a esto, he analizado una serie de puntos, los cuales he comprobado ya que son experiencia viva en mi círculo social principal, algunos de ellos siguen siendo parte de mi teoría metódica en los que no defiendo ni minimizo al masculino sólo conciso mi teoría en contra del hembrismo y la batalla feminista porque todo eso da lugar al hombre como parte de nuestro estudio y pretexto inútil que nos protagoniza día con día.

1. Recuerdo cómo mi padre me contaba sobre su infancia y el universo de violencia que comprimía su corta inocencia. Teniendo seis años de edad recuerda y me relata que salía al campo de su rancho nativo a desgastar su manos de infante de pueblo en el trabajo altamente pesado y no salariado o al menos premiado; sus manos, las que tal vez muchos utilizaban para jugar con tierras o piezas de plástico disfrutando de la inocencia y actuación que solo un infante conoce, pero mi padre, agarraba un palo, un trapo y su útil hacha para las desgastantes labores que quemaban las palmas de sus tiernas manos y pies debido a las horas de camino con un par de zapatos que apenas alcanzaban a cubrir su planta; despertaba antes de que despertara el Sol y lo primero que hacía era barrer esperanzas en los viejos y lodosos pisos en los que vivían más de ocho niños, desayunaba, comía y cenaba ilusiones acompañadas con el postre del miedo y la violencia, misma que era amiga de las grandes manos de mis abuelos que golpeaban sus débiles cuerpos hasta que salían corriendo del miedo y llorando por el dolor. Asistían a la escuela primaria que hasta ahora, ha sido su único nivel de estudios académicos, en ese entonces no existía la oportunidad de ir más allá de una educación a penas básica y elemental, y por si fuera insuficiente, nunca le hablaron sobre una escuela superior o al menos una esperanza de superación y un más allá de la miseria de la que ya estaban acostumbrados.
La mochila que utilizaba era una bolsa de plástico con apenas una libreta y un lápiz obsequiados en verano por el gobierno de su Estado. (México regalando piezas sin valor) Su comida para el recreo era el aroma del pan de sus compañeros y con apenas mirar que ellos podían disfrutar de una tortilla y él sólo observaba, al llegar de la escuela, aún con la barriga vaciada y flagelada lo que continuaba era ir a trabajar caminando hasta que el sol se metía y la esperanza de llegar a casa a comer salía, entraba y se sentaba a merendar una tortilla hecha a mano por su hermana mayor, tortilla de palma que únicamente le sabía si untaba las papas que mi abuelo cosechaba o sal de a kilo, más un vaso de agua de la llave que lubricaba su seca garganta y el sabor de un nuevo golpe antes de irse a partir sus pies casi descalzos caminando por el monte de siembras de papas, aba y maíz que sembraba. Antes de mi padre, está mi abuelo, el viejo lleno de arrugas como pliegues en las sábanas que colgaba su "otra mujer" en los árboles de su rancho, el hombre con antecedentes placeros que para entonces conformaron su escurrida y abundante ignorancia, machismo resplandeciente y despotismo característico. Padre de trece hijos y marido de dos mujeres, una del tamaño de la mitad de su vida, la señora ignorante de rancho, madre de dos hijas adolescentes y uno de apenas seis años. Y la otra, mi abuela, mexicana hembrista, víctima de violencia y madre de doce hijos, distinguidos y no asegurados. Dormía alcoholizada, era proveedora y receptora de flagelación mientras mi abuelo observaba su sufrimiento y contaba la miserable vida que creaba. Injuriaba y vomitaba violencia, la golpeaba como liberando su odio mientras vivía los golpes de su niñez con su padre, mi bisabuelo, un señor español, imponente y muy inteligente según me cuentan, el que siempre preparaba sus golpes como el pan de cada día que le sabían al infierno. Sus hijos más bien eran un tipo de esclavismo que para entonces no era conocido ni arriesgado porque nadie sabía nada y si lo sabían, no hablaban sobre ello, todo se tenía que ocultar; el sexo vivía de bajo del hogar más íntimo y resguardado hacia los ojos de generaciones menores pero se practicaba lujuriosa y constantemente, sin amor, como toda la generación de la familia de mi padre.

Mi abuelo a sus más de setenta años recuerda marcadamente cada cifra de coacción diaria, la ausencia de amor materno y paterno, el despotismo y odio convencible de que sus hijos eran la visión de su mayor pecado. Nunca le conocí un abrazo ni siquiera a uno de sus trece hijos; no les dijo "te quiero" y nunca sabré si siente algo por alguno de ellos; no amó a mi abuela, no amó a su señora ni a la hermana de mi abuela con la que le fue infiel una vez más. No amó ni amará a nadie.

2. Vivo en la teoría de que para amar se tiene que vivir el amor, a lo que sea, que se construya y se provoque, sea de quien sea hacia lo que se quiera. Aquí no hubo una causa ni una razón, a él no lo amaron y casi puedo asegurar que ninguno de sus hijos es producto de amor, mucho menos él. Aprendió de la violencia y la violencia de él, lo crio y lo hizo crecer y así mismo vio crecer a mi papá y a sus dos decenas de hermanos y medios hermanos que estiraron de la misma manera, siguiendo su marcado camino de la lujuria pero destructores y negadores de esa carga de violencia que llevaron durante muchos años.

Análisis 1: Mi padre es el retrato de la ironía de esa debilidad y fortaleza. Dice y asegura "no saber amar" pero yo sé perfectamente que ama a su manera, ama con su carácter y ama con sus pesadas cargas.

Análisis 2: En el caso de mi abuelo, siempre se sintió solo y se ha evidenciado ya que nunca recibió amor de sus fuentes, fue ausente de amor materno y buscó en las mujeres un reemplazo de ese amor por ultra-violencia, la misma que le obsequiaba su padre día a día pero multiplicada. Él es el humano que ha vivido a plena luz los siete pecados capitales, un puñado de reemplazo, amor por dolor; pero eso no lo hace una mala persona, ninguno de ellos es malo, y recuerdo que una vez leí una frase que decía "eres una buena persona a la que le han pasado cosas malas" y, automáticamente pensé en mi papá, aunque bien sé que su vida fue muy careciente en todos los sentidos, incluso, la vida más careciente y un absorbente ejemplo de sufrimiento escandaloso de mi ascendencia.

Análisis 3: Las plagas de recuerdos provocan que se ahoguen en su veneno transparente; nunca pensaron que vivían del pecado y creían que eso estaba bien puesto que eso mismo los hizo crecer, nadie, ni la misma razón les dictó un acto de respeto familiar.

3. Hay una clave más que me provoca creer que mi padre se simboliza como una persona dentro de la tendencia latinoamericana y española del "machismo invisible" como patrimonio y poder del sistema patrialcal herededado desde los neandertales. Detonemos primeramente que no se sobre-impone a la mujer pero sí le tiene un miedo infundible y es por ello su reacción de amenaza desprevenida y el apego que necesita a causa de la ausencia de su madre, que busca en la mujer la protección simbolizada de un ser protector y poseedor de sus heridas y debilidades sobresalientes para cubrir las mismas en algo superior a su fortaleza; una iconografía de su protección: la mujer.

Apoteosis a la perfección masculina y otras contradicciones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora