Con luz de día.

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Quiero hacer contigo

lo que la primavera hace con los cerezos.

-Pablo Neruda, Poema XIV

**

-Acuéstate.

Un escalofrío le recorrió la espalda mientras, desnudo, se recostaba sobre la cama todavía tendida.

Cuando vio aquel auto negro detenerse frente a él, jamás se imaginó que las cosas se desenvolverían de esta manera. Una mamada en el asiento trasero del auto, diez minutos en un motel barato, cinco en un callejón oscuro; esas eran las cosas a las que Harry estaba acostumbrado. Cada noche, después de las once, en la esquina de siempre, un auto se detenía frente a él para ofrecerle unas cuantas libras a cambio de un poco de su tiempo... de su cuerpo. Y Harry estaba perfectamente bien con eso. Sabía cómo funcionaba todo esto, un "llegas, comes y te vas", nada del otro mundo. Pero esto era otra cosa.

Por supuesto, al principio (cuando comenzó a intercambiar sexo por dinero, claro) había sido... no difícil, pero sin duda diferente. Muy diferente. La primera noche en que tuvo que salir a ofrecer su cuerpo casi se muere de frío antes de que el primer extraño se le acercara, discretamente, como si lo hubiera encontrado ahí por error. Harry detestaba a esa clase de hombres, a esos que se hacían los mustios a la hora de negociar por sexo, como si no supieran lo que hacían ni cómo habían llegado a los barrios bajos de Londres. Patético. Aun así, Harry les daba tratos de rey; se arrodillaba frente a ellos y les desabrochaba el pantalón él mismo, con una desesperación que sus clientes confundían con un acalorado impulso apasionado, pero que generalmente solo era un apresurado intento de terminar lo antes posible. El tiempo es dinero, bebé, y Harry no iba a desperdiciarlo con un sujeto que no se atrevía a mirarlo a los ojos por vergüenza. Durante los dos años que Harry llevaba en el negocio, había visto casi de todo: cicatrices enormes, penes pequeños, fetiches por las cuerdas, el cuero y la ropa de mujer. Era difícil, por no decir extraño, que alguien consiguiera sorprenderlo y, ¿por qué no decirlo? Asustarlo. Hay toda clase de personas en este mundo y uno nunca sabe. Solo un par de veces había tenido que lidiar con esos tipos raros a los que les gusta sacar navajas, pero nunca iba más allá del susto.

En efecto, Harry estaba completamente acostumbrado a esta dinámica de coger por dinero. Era algo que sabía hacer y, por lo general, le dejaba buen dinero. Ya ni siquiera podía recordar por qué había comenzado a hacer esto en primer lugar, pero la fuerza de la costumbre y la indiferencia lo habían dejado atado a la misma esquina de siempre, a los mismos hombres de siempre...

Por eso, cuando ese auto negro se detuvo frente a él, no supuso nada extraño. Es otro sujeto que viene por sexo, pensó, y se acercó a la ventanilla abierta del copiloto.

-¿Buscabas algo, guapo?- preguntó, recargando los codos contra la puerta, con su mejor sonrisa... pero de inmediato sus labios titubearon. En el asiento del conductor no aguardaba el típico marido insatisfecho de clase media, el homosexual de clóset que solo pagado podía darse gusto... No, dentro aguardaba un hombre ¿cómo decirlo? ¿Elegante? El coche no era último modelo y su ropa definitivamente no era de marca, pero algo en su forma de sentarse, de sostener el volante como si con él pudiera dominar el mundo... era un poco intimidante (y vagamente familiar, también). Fuera de eso, Harry no tuvo ninguna objeción y se subió del lado del copiloto, esperando. Fue hasta entonces cuando el extraño se volvió para mirarlo, con una media sonrisa autosuficiente que casi lo hace enojar. De no tratarse de un cliente especial y atípicamente atractivo, se habría bajado del coche con un portazo tan solo por ese estúpido gesto de su rostro.

-Quisiera pasar la noche contigo.

El corazón le dio un vuelco dentro del pecho. Ojos bonitos tenía una voz profunda, también.

Con luz de día.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora