Él

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La fatiga invadía todo mi cuerpo. Los brazos me temblaban sin cesar y mi respiración parecía no querer normalizarse. Quise moverme pero las húmedas sabanas se pegaban a mi piel privándome de toda acción. El vello se me erizó al notar una insignificante caricia de la mujer que tenía junto a mí. Tan sólo se había movido un poco y ya me había provocado. Tenía los sentimientos demasiado a flor de piel, todo estaba demasiado reciente. Unos segundos atrás y aún me podría ver sobre ella, haciéndola completamente mía.

Me volteé para poder observarla detenidamente. Estaba concentrada mirando las ropas que habíamos dejado sobre la moqueta. Deseaba insistentemente que permanecieran allí todo el tiempo posible. Adoraba contemplar su pálida piel reseguida por aquellas finas curvas tan apetecibles.  Acariciarla y sentirla bajo y sobre mí. Quería volver a besar cada una de las pecas que adornaban sus hombros. Volver a sincronizar nuestros movimientos como si de una sola persona se tratase. Quería lamer una y otra vez aquella marca de nacimiento tan peculiar formada en su pecho izquierdo. Volver a presionar mis labios contra su vientre y muslos, marcándola, haciéndome su propietario.

Quise tocarla y que notara que estaba ahí, esperándola pero mi mano resbaló sobre su cintura. Con total indiferencia dirigió su mirada hacia el gran ventanal que nos mostraba una bonita pero fría imagen: la torre Eiffel semi oculta tras las pequeñas gotas de una lluvia pasajera.  Quería que me prestara atención, estaba ahí por algo, no me merecía tal indiferencia.

Volví a rozar su cintura, una y otra vez, con insistencia. No pararía hasta que por fin notara algún cambio en su expresión, alguna muestra de que aún se acordaba de mí. Tenía la pequeña esperanza de que ella no fuera como yo; un hombre que lo único que sabe hacer es aprovecharse de las mujeres a costa de sus sentimientos, tan sólo por obtener un poco de placer nocturno. No quería encontrarme con alguien como yo y así probar mi propia medicina. No quería experiméntalo.

Me levanté para quedarme sentado a su lado y fue entonces cuando pareció activarse el mecanismo que funcionaba dentro de ella…. Se giró y me miró. Moría por saber que pasaba por esa mente que tan loco me volvía. La tenía frente a mí, con el pelo revuelto y pegado a la cara. Sus mejillas levemente sonrosadas la hacían ver aún más hermosa, si era posible. Pero hubo algo que llamó mi atención. Sus ojos no brillaban. ¿Dónde se había ido aquel destello de ilusión, de esperanza? ¿Dónde estaba aquel brillo que me había cautivado desde la primera vez que la vi? ¿Dónde estaba?

Acababa de llamar a Louis para salir un rato a un bar musical de la zona. Necesitaba salir y despejarme. Respirar un poco de aire puro y que me contaminara de esa pureza, relajando así el ritmo tan acelerado de mis pulmones y de mi corazón. Debía respirar más lentamente si es que no quería morir a tan temprana edad; aún tenía mucha vida por delante, muchas mujeres, muchas noches de pasión para desperdiciarlas por culpa de mis padres.

 

Odiaba cuando se presentaban en mi apartamento sin avisar, creyéndose dueños de todo lugar donde pisaran. Me habían vuelto a dar el mismo sermón desde que cumplí los 18 años. Siempre haciendo voz de su autoridad y recordándome, una vez más, qué era lo primordial en mi vida: heredar la bodega de mis padres. Cuando mi bisabuelo llego a Paris desde Italia fundó la que es ahora una de las bodegas más importantes en la capital: “Biancarella”. Mi bisabuelo la fundó bajo el lema "Dimmi come ti chiami e ti dirò chi sei", cada uno de los vinos que producía eran nombrados con apellidos originarios italianos, cada uno con un significado diferente. Ese fue el primer atractivo que atrajo a los empresarios para invertir en la bodega. Además, como buen italiano que era él, su bodega era una de las principales exportadoras de vinos del Piamonte, sobretodo de Dolcetto (vino que era de su especial agrado).

Como una lluvia pasajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora