Contemplaba llover desde mi habitación en la buhardilla de nuestra casita unifamiliar situada a las afueras de Oxford, Inglaterra. Sobre mi escritorio, el ordenador portátil hacía tiempo que se había suspendido automáticamente, ya que mis dedos no habían conseguido teclear ni una sola frase en toda la tarde. Mi cuaderno de notas estaba en blanco, al igual que mi mente, que no conseguía centrarse en la historia que había empezado hacía meses y que estaba condenada a quedarse inconclusa.
Llevaba más de dos meses en este estado catatónico y no conseguía aún ver el final del túnel. Me preguntaba si alguna vez volvería a ser como había sido, una adolescente alegre y creativa. Si me basaba en la evolución que había experimentado en las últimas semanas, podía casi asegurar que ya nunca más volvería a ser así, al menos en lo referente a la felicidad. No era que hubiera tomado la decisión de no volver a ser feliz, sino que no sabía cómo podría serlo sin mi padre.
Mis padres se trasladaron a Inglaterra desde Norteamérica antes de que yo naciera para trabajar como profesores en la ciudad de Oxford. Mi padre era profesor en la Universidad y mi madre era profesora titular en el instituto al que yo asistía. Mi padre siempre había sido un hombre fuerte y saludable, hacía deporte regularmente, se cuidaba mucho y su aspecto lo confirmaba. Era un hombre muy guapo: alto, moreno y atractivo y aunque pasaba de los cuarenta no aparentaba ni los treinta. Esta primavera, él de pronto enfermó. Fue extraño ver cómo en pocas semanas una extraña enfermedad le fue consumiendo hasta el punto de convertir su cuerpo en el de un anciano. Además le había afectado a la cabeza, a veces pensaba que ni siquiera nos reconocía y fue muy duro para mi madre y para mí ver su declive. No hubo tratamiento posible, de modo que permaneció las últimas semanas de su vida en casa, aislado de todo y acompañado en todo momento por nosotras, justo lo que él habría deseado. Hasta que una noche de junio nos dejó tan silenciosamente que si no hubiera estallado una terrible tormenta, mi madre y yo, que yacíamos dormidas a su lado, ni siquiera hubiéramos podido despedirnos de él.
Estaba hundida por la muerte de mi padre, pero sobre todo lo estaba porque sentía que él se había rendido, que había dejado vencer a la enfermedad sin oponerle resistencia y mi padre no era así. Él me había enseñado a esforzarme y a no rendirme nunca desde que era niña. En los simples gestos cotidianos se veía que era un luchador innato y había conseguido transmitirme esa tozudez, esa lucha constante por intentar mejorar, alabando siempre mis pequeños logros y motivando nuevas metas. ¡Estaba tan furiosa con él! ¿Cómo había podido ir contra sus principios y rendirse así?
Desde su muerte, la relación con mi madre no había sido fácil. Era evidente que ella estaba destrozada por su pérdida, siempre habían estado muy unidos, demasiado quizás... Habíamos llevado una vida muy familiar, hasta el punto de que casi no nos relacionábamos con nadie más y lo que hasta ahora no había sido ningún problema, ahora lo era. Mi madre se sentía sola e intentaba volcarse en mí y yo por el contrario deseaba estar sola, de modo que la apartaba de mí. Ambas estábamos aisladas en nuestro sufrimiento y aunque ella se esforzaba por acercarse a mí y por consolarme, yo no se lo permitía. Intentaba hacerme la fuerte, deseaba ser una chica dura e insensible o por lo menos deseaba parecerlo, pero en mi interior habitaba un dolor intenso que me acompañaba sin descanso y que me consumía día a día. No conseguía escribir, mi gran pasión, no me relacionaba con nadie, no podía dormir y de continuar así sabía que no pasaría mi último curso en el instituto, que empezaría en menos de dos semanas.
Garabateé en mi cuaderno de notas, intentando encontrar la inspiración. Si al menos consiguiera continuar con mi novela, quizás podría abandonar mis pensamientos a mi obra, vivirla como si estuviera inmersa en ella como hacía antes y dejaría de pensar únicamente en mi dolor. Desde que mi padre enfermó no había vuelto a escribir y aunque cada tarde me sentaba frente a mi escritorio animándome a hacerlo, esforzándome por superar el dolor, el resultado era el mismo: una página en blanco.
ESTÁS LEYENDO
INICIACIÓN. SAGA TRÍADA
FantasyRebecca Dillen , una joven inglesa de diecisiete años, se ve obligada a trasladarse a Portland tras la muerte de su padre. Allí es atraída inexplicablemente al círculo de los Darcey, la élite de su nuevo instituto. Los hermanos Darcey son como la n...