Nano es su apodo, pero realmente se llama Hernán. Un adolescente inquieto, como la mayoría de sus compañeros de colegio, aventurero por naturaleza, lleva en sus genes, la historia pampina de sus abuelos mineros del salitre. Sus mejores notas las tenía en Historia y Lenguaje, le encanta improvisar sus historias, le "pone color", como dice la juventud de hoy. Cuando hace sus exposiciones orales, en cualquiera de esas dos asignaturas, más que exponer, actúa. ¡Y cómo lo hace! Si pareciera que va a ser actor, pero además, es creativo, le gusta improvisar. Nano, además, es el líder de su curso, sus compañeros lo apoyan y le siguen, se ha ganado su cariño. Se ve siempre alegre lleno de entusiasmo. Su simpatía alcanza a sus profesores, los cuales siempre lo tienen en cuenta para cualquier actividad del colegio.
- Hernán, la semana que viene vamos a disertar sobre los mineros, ¿estás dispuesto a improvisar algo? - Pregunta su profesor de Historia.
La respuesta es espontánea - ¡por supuesto, profe! - responde Nano con manifiesta alegría reflejada en sus ojos. En realidad, siempre es así, optimista, dispuesto a cumplir como estudiante, aunque sus notas son de un alumno promedio, su actitud es altamente valorada por sus profesores. Y lo más importante, logra involucrar a sus compañeros de curso, ya sea en sus obligaciones docentes, como en sus travesuras.
Como Nano es nieto de pampinos y su profesor de Historia le pidió una disertación de los mineros en Chile, se le ocurrió una idea. Siempre había querido visitar algunas salitreras, ya abandonadas: Humberstone, Santa Laura, La Noria o cualquiera donde pudiera sentir aquellas sensaciones que sus abuelos le contaban en sus constantes narraciones. Le parecía que cada historia era una especie de leyenda que lo motivaba a conocer aquellos lugares fascinantes para él. Es así que invitó a tres de sus compañeros de curso, sus mejores amigos, con los cuales formaba grupo de trabajo en sus tareas escolares, para que lo acompañaran en esa aventura que quería vivir. Paul, Tito y Stuats, fueron los preferidos de Nano, para realizar ese soñado viaje a las mineras abandonadas del norte de Chile. Los prefirió a ellos porque tenían características similares, les gustaba la historia, la aventura y tuvieron la disposición y el permiso de sus padres para llevar adelante aquella expedición. Había que conocer todo acerca de los mineros: condiciones de trabajo, el famoso pago en "fichas", el abuso reinante, la explotación de familias enteras, de dónde partieron los mineros asesinados en la Escuela Santa María de Iquique y tantas vicisitudes y penurias en las que vivían los obreros salitreros. Tenían que conocer qué hacían en sus ratos libres, sobre las pulperías, en realidad era una gran empresa realizar esa investigación en el terreno mismo donde ocurrieron los hechos.
Así, Nano conversó con sus compañeros elegidos y les dijo que el fin de semana debían pasar a buscarlo a su casa, ubicada en Avenida Chijo. Debían llevar sus colaciones y el dinero para sus pasajes...
- ¡Ah, no se olviden de llevar mucha imaginación y cuaderno y lápiz, para anotar todo! Les dijo Nano.
- ¡Por supuesto! - respondieron a coro sus tres amigos.
La fecha indicada era el sábado 07 de julio, la hora, 08 de la mañana en casa de Nano. Pero la noche del viernes anterior, nuestro protagonista estaba nervioso, o más bien, ansioso, deseaba fervientemente que llegaran las ocho de la mañana para dar inicio a vivir su sueño: conocer las salitreras abandonadas al interior de Iquique. Al acostarse pensaba en todo lo misterioso que sería ese viaje.
- ¿Encontraremos restos de pampinos que hallan muerto en las salitreras? - Se preguntaba lleno de asombro.
- ¿Y si encontramos objetos utilizados por los mineros antiguamente? ¡Sería genial! - Seguía pensando.
Y así, pensando y pensando en su ansiado viaje, Nano se quedó dormido, con la convicción que sus amigos irían muy temprano a buscarlo. Antes de acostarse había preparado todo en su mochila: colación, linternas, pilas y su inseparable amiga, la filmadora, que algún día le había regalado su abuelo paterno, para recoger evidencias de su aventura.
Plácidamente, Nano, se quedó dormido, su rostro mostraba una leve sonrisa, quizás por lo maravilloso que habría de resultar su viaje. A su lado, la mochila, cargada de ilusiones, esperando la llegada de la mañana para recibir a sus compañeros y dar inicio a su tan ansiada aventura.
Mucho antes de las ocho de la mañana, a eso de las seis y media, despertó como asustado, miró su reloj despertador y se dijo: - ¡Uf, menos mal que falta mucho!
Pero igual se levantó, se dio una rica ducha, se sirvió un suculento desayuno que le había preparado su mamá, pues ella sabía que la jornada iba a ser larga, y se sentó en el living a esperar a Paul, Tito y Stuats, quienes tocaron el timbre de su casa cuando las manecillas del reloj mostraban que faltaban cinco minutos para la hora señalada.
- ¡Hola, muchachos, buenos días! - Los saludó Nano, agregando de inmediato - ¿Todo listo?
- ¡Hola, Nano, si, todo listo! - Respondieron sus amigos.
Tanto Nano como sus compañeros de curso iban vestidos como para un viaje emocionante, con sus pantalones de mezclilla, sus camisas de cuadros y cada uno con su gorrita, con la visera hacia atrás. Paul, se había encargado de llevar una pequeña tienda de campaña, por si tenían que pernoctar hasta el domingo. Él era el más arriesgado de todos, así que iba a ser todo lo posible por quedarse a dormir en alguna de las salitreras. En cambio Tito, que a todo esto, era el más estudioso, el de mejores notas, no podía dejar de llevar su libro de aventuras de Tom Swayer, que tanto le gustaba leer. Stuats, más inquieto y un poquito desordenado, pero muy responsable, llevaba en su mochila, linternas, una caja de fósforo, para hacer alguna fogata y una suculenta colación que, de seguro, iba a alcanzar para todos.
Se despidieron de Sara, la mamá de Nano y tomando sus mochilas en los hombros, llenos de alegría y entusiasmo partieron rumbo al Terminal de Buses, a la salida de Alto Hospicio, esperando que algún vehículo los llevara hacia su encuentro con la historia. Cerca de una hora demoró el bus que logró transportarlos hacia la oficina Santiago Humberstone. Llegaron a eso de las doce horas, con un hermoso sol, pero que no calentaba, pues era época de invierno. Sus mentes comenzaban a dar paso a la imaginación. Estaban plenos de felicidad, en sus ojos se podía apreciar su anhelo e inquietud por comenzar su recorrido, por aquella abandonada oficina salitrera. Aunque a decir verdad, no estaba tan abandonada, había cuidadores y guías que acompañaban a los turistas para mostrarles cada una de las instalaciones del lugar. Quedaron muy sorprendidos cuando, la señorita guía, les mostró el teatro de la oficina, donde poco más o menos de un siglo atrás, se vestía de alegría, música y color, para que los pampinos pudieran apreciar obras de teatro, espectáculos musicales y diferentes manifestaciones del arte y la cultura. ¡Estaban impresionados!, si hasta les parecía ver a los actores de aquella época presentándose para los mineros, sobre todo para los más pudientes, ya que en la mayoría de los casos, esas actividades eran pagadas y los mineros no tenían el dinero suficiente para asistir, recordando que a ellos les pagaban con fichas que a su vez, sólo las podían gastar en las llamadas pulperías, que eran propiedad de los mismos dueños de las minas. El arte y la cultura estaban vedados para la inmensa mayoría de los mineros de aquellas salitreras. Esto lo sabían ellos, pues su profesor de Historia, les había contado algunas anécdotas de esa parte de la historia de nuestro norte pampino.
Pudieron conocer además lugares donde estudiaban los hijos de los dueños de las mineras. Locales de madera, con techos muy altos y pupitres igualmente de madera, de la buena. Así fueron recorriendo todas las dependencias de Humberstone, lentamente, como imaginando en cada lugar a personas de la época, las veían con sus trajes de antaño, muy llamativos y ¡tan diferentes a los de ahora! En realidad estaban fascinados los cuatro amigos. NO salían de su asombro al ir conociendo cada rincón de aquel lugar.
Llegó la tarde y con ella, como era de esperarse, los deseos de almorzar. Salieron de la oficina salitrera y decidieron almorzar a orillas de la carretera. Todo les parecía fascinante. En el lugar elegido, había unos bancos de madera, pequeños y decidieron que en ese lugar tendrían su primera colación. El sol seguía presente muy en lo alto, pero su calor era demasiado tenue para buscar sombras, así que - ¡Aquí mismo! - exclamó Stuats, el muchacho que iba más apertrechado de alimentos para ese viaje. Y sacaron sus respectivas colaciones. Nano, llevaba un exquisito pollo al jugo que su mamá le había preparado la noche anterior, acompañado con arroz primavera. En cambio, Paul, llevaba su plato favorito bistec a lo pobre con hartas papas fritas. Finalmente Stuats, mostró un sabroso plato preparado de pescado frito con arroz perla y ensalada a la chilena. Todos almorzaron felices, se veían muy entusiasmados recordando su paseo por la Oficina Humberstone, pero Nano, con un poco de picardía les dijo:
- ¿Vieron cómo me miraba la guía?
- ¡A'onde! - exclamó Paul, quien estaba seguro que era él el preferido de la guía.
- ¿Acaso no creen que la dejé loca con mis bellos ojos azules? - agregó sin ruborizarse.
- ¡Error! - NI tu nariz de tucán, dirigiéndose a Nano, ni tu cara de lentejas, señalando a Paul, la iba a encantar, en cambio, yo si la dejé loca. Mi risa y mi simpatía la hacían suspirar... jajajaja.
- ¡Jajajajaja... - se reía Nano, agregando - yo creo que al final todos la dejamos boca abierta, pero la verdad es que la guía está muy linda... jajajaja!!!
Al finalizar sus apetitosos almuerzos, Stuats les ofreció a sus amigos unas bebidas y las frutas que su mamá le había preparado para compartir con sus amigos. Luego de almorzar, decidieron descansar un rato, pero la verdad es que estaban tan cansados, quizás por la poca costumbre de hacer un viaje relativamente largo y caminar toda la tarde por las arenosas calles de Humberstone, además ya se asomaba el frío acostumbrado en esa parte del territorio nortino. El sol se hacía cada vez menos tibio.
Al asomarse las primeras sombras de la tarde, comenzaba a conversar acerca de los datos que habían recogido de su visita a Humberstone y tal parecía que todo estaba en orden, que la información recogida era suficiente para realizar una buena disertación, más lo recopilado en internet y en la biblioteca del colegio.
Sin embargo, Paul, al mirar hacia el lado sur observó las ruinas de la que fuera una pujante minera, la Oficina Salitrera de Santa Lucía. Se podían apreciar las chimeneas y las viejas murallas y vagones que antaño utilizaban los pampinos para transportar el salitre.
- ¡Podríamos dar una vueltecita por la Santa Lucía! - Exclamó con mucho entusiasmo
- ¡No! - Dijo tajantemente Nano. - Se nos va a hacer demasiado tarde para regresar - recalcó.
- ¡Pero si yo traje esta cabañita para que podamos dormir! - Replicó Paul
Stuats, que observaba el diálogo de sus amigos, se entusiasmó con la idea y les manifestó:
- Yo apoyo al Paul, vamos a quedarnos y nos vamos mañana bien tempranito, total mañana es domingo.
- No sé - dijo Nano. Agregando luego - pero si ustedes quieren, no me voy a hacer de rogar.
Y juntos, a coro exclamaron:
- ¡Entonces nos quedamos! ¡Urraaa..!
Y dicho esto, los tres se encaminaron hacia la abandonada oficina salitrera Santa Lucía. Como la noche llegaba a pasos agigantados, se observaba mucha oscuridad, sombras que causaban cierto temor en aquellos niños aventureros, sin embargo, estaban decididos a recorrer el lugar. Primero se acercaron a orillas de una gran torre que se haya en el lugar. Todo de madera desgastada, con mucho peligro para pode escalarla, así que decidieron seguir su recorrido. Sus miradas se dirigieron hacia unos galpones a un costado cercano a la torre.
- Exploremos ese galpón - dijo Nano, que ya estaba totalmente entusiasmado con la idea del recorrido.
- ¡Claro! - dijeron a coro sus amigos.
Y a pesar que avanzaban juntos, en más de una ocasión de apartaban uno de otro, pero luego volvían a juntarse y seguían normalmente su viaje hacia el misterio de aquella oficina. Después de caminar alrededor de una hora por aquel lugar y cuando ya la luna se había apoderado del cielo poco estrellado de aquella noche, decidieron sentarse a conversar a orillas de unas pequeñas escalinatas a la entrada del galpón.
De pronto, sintieron unos gemidos al interior del misterioso lugar.
- ¿Escucharon? - Preguntó Stuats, sin dejar de manifestar su asombro.
- Yo no escuché nada - respondió Paul, mientras Nano dirigía sus miradas al interior de lugar.
- Creo que sería bueno echar una mirada - dijo el mayor de los tres.
- Me parece buena idea - dijo Paul.
Y nuevamente volvieron a ingresar al galpón, en busca de aquello que provocó ese misterioso gemido. Se veían bien, no manifestaban temor y seguían su rumbo a paso lento pero firme. Nano siempre iba a la cabeza del grupo, quizás unos cinco a diez pasos más adelante que los demás. De pronto, Stuats, se acercó corriendo a Nano y expresó todo su temor, diciéndole:
- Nano, acabo de ver una sombra hacia esa dirección, tengo miedo.
- ¡Ah, cállate, no seas cobarde! En este lugar no debe haber nadie - respondió el joven.
- Pero Nano, por favor, estoy temblando de miedo - replicó Stuats.
Nano, que a todo esto había cambiado un poco su carácter afable por uno más tosco con sus compañeros, le respondió tajantemente:
- Si tiene miedo, regresa solo a la entrada, nosotros vamos a seguir.
Pero algo terrible ocurrió, Stuats se había desmayado del terror que le provocó, no solo la sombra que había divisado, sino por las palabras y la forma en que Nano le había respondido.
- Nano, el Stuats de murió - expresó muy temeroso Tito.
- ¡Bah!, no le hagas caso, está fingiendo para que regresemos - contestó Nano.
- ¡Pero, Nano, mejor nos devolvemos - dijo con mucha fuerza y cierto temor Tito.
- ¡No, yo estoy de acuerdo con Nano, debemos seguir - se manifestó Paul.
- ¡Si! - dijo Nano - dejémoslo ahí no más, a la vuelta lo recogemos
Así que Tito, con recelo y Paul con Nano, haciéndose los fuertes, decidieron continuar su recorrido por los misteriosos pasillos de aquella construcción. Caminaron cerca de quince minutos. No pasaba nada. Todo oscuro y tenebroso. Los tres amigos caminaban muy cerca uno del otro, manifestando así ese temor que no querían reconocer. Nano se hacía el más fuerte, sin embargo, igual lo invadía un tibio escalofrío que no lo dio a conocer a sus amigos. Paul, se veía más seguro, pero sus ojos azules, denotaban el temor de todo su cuerpo. Tito, el más inteligente, tampoco dejaba ocultar su temor, su rostro se volvía pálido a medida que avanzaba. Pequeños chillidos se oían de vez en cuando y eso provocaba que se acercaran más, como una forma de protegerse. Sin embargo, lo malo del pasillo, hecho de madera ya carcomida por el paso de los años, los hacía tropezar y provocaba que de repente se alejaran un poco. Fue en uno de esos instantes, en que tropezándose lograban alejarse, cuando se oyó un fuerte ruido, eran pasos de hombres, el temor los invadió, los pasos cada vez más fuertes se acercaban a ellos. Sin embargo, seguían separados, como si aquello los hubiera dejado inmóviles. Sus linternas, inexplicablemente dejaron de alumbrar, lo que llenó de mayor angustia al trio de muchachos. De pronto, Nano, que iba al frente del grupo y alejado de los demás, sintió que una mano le tocaba el hombro. Lanzó un espectacular y ensordecedor grito. Era en joven Tito, quien le dijo con gran temblor en sus palabras: