V e i n t i c u a t r o

8.8K 1K 197
                                    

Durante toda mi infancia, mi madre se dedicó a regañarme cuando hacía las cosas mal, y aquello me molestaba, pues creía que ella pensaba que no sabía lo que estaba haciendo, o que me consideraba un idiota. Pero, años después, comprendí que ella solo buscaba lo mejor para mí.

No hay amor más sincero, que aquél que una madre le profesa a sus hijos.

No podría describir en palabras el dolor que sentí cuando perdí a mi madre. Creí que moriría con ella por la tristeza y la desesperación que apresaron mi cuerpo cuando vi que sus ojos no volvieron a abrirse.

Dos días después, en su funeral, no tuve el valor de acercarme al ataúd y apreciar por última vez su rostro, pero es que... aquella mujer, simplemente no era mi madre. Annie Flores siempre fue una mujer hermosa y llena de vida, con la felicidad desprendiendo por cada poro de su cuerpo. En cambio, la persona que yacía en la caja de madera, era pálida y tétrica, lo contrario a mi progenitora. Además, mi madre no querría que la recordara de esa manera: muerta.

El velorio se llevó acabo en una casa funeraria en el centro de Kirova, a las diez de la mañana. El cielo estaba sincronizado con mis sentimientos, pues éste estaba nublado y algunos truenos rompían la calma del lugar.

Habían más de ochenta personas reunidas ahí, la mayoría de ellas eran personas de la edad de mis padres, y algunos niños que tenían que estar ahí por obligación. Los pocos rostros que reconocí, pertenecían a los familiares y amigos cercanos de la familia, además estaban presentes Mattias y Victoria, quienes estaban sentados uno a cada extremo de la habitación.

Me encontraba cerca de la entrada, fumando un cigarrillo que, a simple vista, se notaba que no sabía fumar. Era la segunda vez que me tragaba el humo y maldecía por lo bajo. ¡Era un asco! Pero Mattias me había recomendado que lo hiciera para que la ansiedad disminuyera.

Entonces, una mujer ataviada con un vestido negro por debajo de las rodillas, caminó en mi dirección, distrayéndome de mis pensamientos.

Julissa.

Cuando nuestras miradas se conectaron, corrió hasta mí ignorando el hecho de que llevara tacones puestos, los cuales repiquetearon contra la grava de la calle, provocando un curioso ruido.

Nos abrazamos y la opresión de mi pecho disminuyó considerablemente. Su perfume embriagó mi olfato y el calor de su cuerpo fue un tranquilizante natural. La sostuve de la cintura y del cuello, atrayendo su cuerpo lo más cerca posible, y ella acarició mi espalda con dulzura.

-¿Cómo estás? -preguntó separándose apenas unos centímetros de mí-. De acuerdo, fue una pregunta estúpida. Mejor dime, ¿necesitas algo?

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, y Julissa la limpió antes de que se perdiera en el abismo de mis clavículas.

-Te necesitaba -susurré con el labio tembloroso.

Sus mejillas se sonrojaron y no dudó ni un segundo en volverme a atrapar entre sus delgados brazos.

-Estoy aquí -acarició mi cabeza, enredando sus dedos entre mi cabello-. Tranquilo, no me iré a ningún lado.

Enterré mi cabeza en su cuello, deleitándome con su exquisita presencia. Mi respiración se agitó y mis latidos aumentaron su velocidad. Una sensación parsimoniosa me invadió. Julissa podía calmarme con una simple mirada.

-¿Bruce?

La armoniosa voz de Victoria llenó mis oídos y, por mero instinto, me aparté con brusquedad de Julissa, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban.

-Hmm lamento interrumpir -dijo Victoria, analizándonos a ambos de pies a cabeza-. Tu tío Saúl te está buscando.

-Sí, gracias -respondí sin mirarla-. ¿Recuerdas a Julissa?

Dulces sueños, BruceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora