Amarlo era como estar al filo del precipicio, peligroso. Pero de eso trata la vida. Eso es lo que atrae, el me atraía de mil maneras diferentes, pero a la vez repelía otras mil. No era perfecto, pero casi se acercaba, obviamente tenia defectos, pero ¿quién no los tiene? Con su metro ochenta y cinco atraía la mirada de todas las chicas que lo rodeaban incluyéndome, pero no tanto como a ellas, lo que me llamo la atención de él eran sus tatuajes. Jodeeer! Él era caliente como el infierno.
¿Qué porque hablo de él en pasado? Porque los cuentos de hadas no existen, porque el amor se acaba y ya no puede revivir, porque EL ESTA MUERTO.
Yo lo mate, nuestro amor juvenil era hermoso y conforme pasaba el tiempo, este se acaba. El cambiaba, cuando llegaba la noche llegaban las peleas, las idas a bares eran más frecuentes por su parte. Oh y no olvidó mencionar que después de embriagarse llegara a casa con una de sus tantas putas.
Estábamos juntos sí, pero él seguía conmigo por costumbre, pero ¿yo? Yo seguía con el porque me necesitaba.
Me necesitaba porque si lo dejaba iba a ser mucho peor, así me fuera lejos de él, siempre hallaba la manera de encontrarme.
Por eso tome la decisión de matarlo. Lo planee muy bien de hecho. ¿Qué cómo lo hice? Fácil, lo seguí a uno de los tantos bares que frecuenta, espere que estuviera muy ebrio para acercármele, eso sí, me maquille como una de sus putas y un vestido que mostraba más de la cuenta. Ya que lo tuve engatusado, lo llevé a un motel barato y le seguí insistiendo de tomar, no cualquier cosa obviamente, era cianuro de potasio con poco de alguna otra cosa. Su muerte fue rápida, a pesar de todo, todavía le tenía un poco de cariño. A los minutos empezó a convulsionar hasta que finalmente murió, su corazón ya se había parado. Su muerte fue deliciosa, fue una muerte con olor a almendras.