Capítulo único

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Capítulo 1:
Guerra; uno de los recuerdos más regulares en la mente de John Watson. Un hombre, un soldado. Lo que él se cuestionaba es ¿cómo iba a servir un blog a adaptarse a la vida civil? No comprendía en que le ayudaría.
Incluso a primera hora de la mañana él trataba de buscarle el sentido a aquello que aparentaba ser fácil según su psicóloga.
"John, eres un soldado."-le explicó su doctora posicionándose en la silla con más comodidad-"Estás acostumbrado a un estilo de vida diferente al de la persona habitual; y es normal que a veces pienses distinto. Por eso, el blog te puede ayudar. Yo lo leeré cada vez que escribas algo nuevo para ver cómo va tu situación. ¿O realmente tienes ganas de venir una vez cada dos semanas a verme sólo para contarme lo que te pasó durante todos esos días, en una hora?"- Negó con la cabeza.
"Bien; entonces espero con ansias el mensaje tuyo diciéndome sobre el blog y donde leerlo."- se levantó la mujer de la silla y dejó su anotador a un lado. Ella no sólo debía ayudarlo, tenía que. Sentía la necesidad de hacerlo aunque no lo pareciera.
John se fue del consultorio con una pregunta en la cabeza.
¿Cómo rayos iba a comenzar un blog? ¡Su vida era tan monótona que incluso la de un vagabundo era más divertida que la suya!
Y así prosiguió la aburrida semana de John Watson.
Observó la manzana sobre la mesa que él no comió el otro día y la tiró a la basura. Después de todo, ya estaba oxidada.
"La manzana es como el ser humano; cuando es cuidada es roja, apetecible y brillante. Llena de vida. Pero con cada roce con el oxígeno, cada vez que el humano lo respira, se oxida. Pierde más minutos de vida. Y sin embargo es feliz. Indudablemente feliz en muchos momentos de su existencia."-pensó John.
Decidió salir a tomar aire un rato; quizás le aclare la cabeza. Agarró su abrigo, zapatos y bastón. El último lo necesitaba por un trauma en la pierna. Salió de la casa. Él no tenía en mente todo y la nada al mismo tiempo. Cada pensamiento que aparecía mientras caminaba a pasos lentos hacia Russell Square Gardens. Le agradaba ese lugar; de pequeño concurría a la misma con sus padres.
Antes de que toda la familia perdiera conocimiento del otro. La conexión entre ellos no era muy activa por así decirse. No se veían en Pascua. O en Navidad, o en Año Nuevo...O en cualquier día del año. Gracias a eso, a John le fue más fácil irse de su hogar para acudir al campo de batalla como médico.
Llegó finalmente al lugar donde muchos momentos felices sucedieron. Se sentó en un banco disponible, ubicado bastante apartado de la mayoría de la gente. Y volvió a pensar sobre lo que su psicóloga le planteó. Hacer un blog...Bueno; es obvio que va a tener que hacerlo por computadora. Le será más fácil de escribir detalles importantes. Carecía de memoria desde que era menor. Redactar todo exactamente cómo pasó. ¿Y qué más? Estaba por ocurrírsele qué podría hacer cuando fue interrumpido.
"¿John?"-levantó la cabeza y chocó miradas con alguien familiar.
"¿Mike?"-asintió su viejo compañero de la Universidad Barts.
"¡Tiempo sin verte colega!"-dijo sonriéndole-"¿Puedo?"-preguntó mientras señalaba con la vista el banco en el que John estaba sentado. Asintió levemente. Mike se posicionó al lado del soldado.
"¿Cómo estás? Escuché que fuiste herido en Afganistán."-le recordó Mike.
"Pues eso; fui herido en batalla."-dijo sarcástico con una mirada cortante. Toda la mañana tratando de evitar el tema y de repente esto. Mierda; ¿el día es hermoso, no?
"Si."-dijo algo incómodo por el aura que emanaba John. Al traer el tema a la conversación la embarró. Profundamente-"¡Oye! Escuché que buscabas compañero de piso. ¿Por qué no con Harriet?"-cuestionó su ex-compañero.
"No creo que hubiera sido una buena idea siendo honesto; nuestra relación no es la mejor."-dijo John, intentando sonreír. Cosa en la que fracasó; en cambio, le salió una mueca extraña.-"Aunque es probable que siga viviendo por mi cuenta."-bajó ambas manos a sus rodillas en busca de un impulso para poder levantarse.
"Sabes, es la segunda vez que me dicen eso hoy."-dijo Mike con una amplia sonrisa dibujada en su rostro.
John se dio la vuelta confundido.
"¿Quién fue el primero?-preguntó.

--------------------------------------------------Luego de la plática con Mike, este último le invitó a visitar a su "amigo"; quien buscaba un compañero de piso como él. Los dos hombres se marcharon y encaminaron a nueva destinación. Caminaron durante unos 10 minutos; en los cuales hablaron de temas triviales. Mike charlando. Y John siendo John; tratando de sonreír aunque sea un poco. Después, llegaron al Hospital San Bartolomé. Pero John no sabía que allí mismo, estaba alguien que plantaría dudas, sentimientos nuevos y desconocidos. El extraordinario Sherlock Holmes, detective consultor. Cruzaron las puertas del hospital y al parecer, Mike sabía hacia donde iba. Caminaron por los pasillos; monocromáticos y casi vacíos. Luego de pasar unas cuatro puertas de acero, arribaron al sitio donde un sociópata examinaba un microorganismo en su microscopio. Mike abrió la puerta y John pudo observar el lugar mejor. Tenía un escritorio repleto de papeles desorganizados, y unos tubos de ensayo vacíos en su apropiado sitio. Había dos mesas más; en una de ellas se hallaba sentado Sherlock Holmes. Si uno miraba el lugar sin prestar atención a los detalles importantes, diría que el lugar es bastante organizado.
"Un poco diferente a mis días."-anunció John entrando al laboratorio.
"Sí."- dijo Mike sonriendo de lado y luego cerrando la puerta.
Sherlock le echó un vistazo al hombre que dio su opinión unos segundos atrás; nada mal...
"Mike, ¿me prestarías tu teléfono?"-cuestionó el menor de los dos hermanos Holmes.
"Lo siento pero lo he olvidado en la universidad; en el abrigo."-dijo Mike mientras ojeaba unos libros en una estantería cercana a él.
"Te presto el mío, si gustas."-ofreció John.
Sus miradas se chocaron y John pudo ver mejor al hombre en frente suyo. Cabellera negra, oscura y revuelta; alto, alrededor del metro ochenta. Sus ojos; de un color indefinido, como el océano luego de una tormenta. Eran una mezcla de azul, aqua marina y verde. Eran hermosos, cristalinos. Dejó de fantasear y le extendió el teléfono celular. Sherlock tomó el celular y por accidente tocó manos con el soldado; sintió una corriente eléctrica correr toda su espalda. Sherlock estaba confundido. Nunca le había pasado aquello. Y a John tampoco.
"¿Afganistán o Iraq?"
El doctor quedó sorprendido ante tal pregunta. "¿Mike le dijo sobre mí?"- pensó John.
Se miraron unos segundos más, sintiendo una fuerte conexión.
Pero por desgracia, ese momento fue interrumpido por Mike, preguntándole al pelinegro sobre su día; quien respondió cortante. Después de unos minutos de silencio un tanto incómodo para los tres, Sherlock habló.
"¿Te molesta el violín?"-preguntó el extraordinario joven Holmes.
"¿Eh?"
"Los futuros compañeros de piso deben saber lo peor del otro. Tampoco soy muy hablador, ¿te molesta el silencio?"-siguió con las preguntas.
"Para nada. Espera; ¿¡futuros compañeros de piso!?"-exclamó John pasmado.
"Sí, el otro día vi un lindo departamento a buen precio que podríamos pagar juntos."
Por alguna razón desconocida, John estaba nervioso. Quizás demasiado.
"No sabemos nada del otro; ¿y ya estás pensando en compartir un espacio?"
"Sé que eres un ex-soldado y médico, sufriste un accidente en Afganistán, en tu última misión con tu escuadrón. Tu psicóloga cree que sufres de un trastorno de estrés postraumático, y me temo que tiene razón. No eres cercano a tu familia, y lo más cercano es tu hermano con quien tienes problemas porque él es alcohólico. También cabe destacar que es divorciado. ¿No crees que es un buen comienzo?"-dedujo Sherlock.
John estaba impactado. ¿¡Cómo rayos supo todo eso?! ¡Está seguro que a Mike no le dijo sobre su trastorno! Sherlock suspiró; se levantó de la silla y se puso su abrigo.
"¿Cómo...?"-John estaba boquiabierto y Mike con una sonrisa amplia plasmada en su rostro.
"Mañana a las 5:30 pm; mi nombre es Sherlock Holmes y la dirección es 221B, Baker Street."-sonrió Sherlock. "Su sonrisa es hermosa; ¿oh Dios qué me pasa?"-pensó John. La puerta se cerró dejando a un Mike contento y a John confundido.

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John retomó su camino a casa a las 6:00, casi 7:00 pm. Estaba exhausto; el sueño lo carcomía. Abrió el cerrojo de la puerta, colgó su abrigo y apoyó su bastón al lado de una silla cercana a su cama. Ahora que lo pensaba, hoy había sido un día raro. Se volvió a encontrar con Mike Stamford, y gracias a él, conoció a Sherlock. ¡Un muchacho excepcional! Era fascinante la manera en la que pudo deducir todos aquellos datos sobre John; incluso cuando antes le pareció algo entrometido, luego se dio cuenta de lo que tenía en frente suyo.
Alto; perfecto para acurrucarse en su pecho... Cabellera enmarañada; estupenda para enredar sus dedos en ella... Labios rosados y carnosos; que le daban unas ganas inmensas de besarlo...
Mierda, realmente lo afectó el conocerlo. Dejando esos pensamientos y sentimientos nuevos para el Dr. Watson, fue a tomar una cálida ducha. Giró la canilla del agua caliente hasta la mitad e hizo lo mismo con la fría hasta que el agua quedo en una temperatura media. Se deshizo de sus prendas; suéter, camisa, pantalones, medias, ropa interior y zapatos. Súbitamente, se resbaló el shampoo del estante ya un poco mojado por el agua que corría desde las cañerías hasta el cabezal. Cuando lo puso en su lugar los recuerdos volvieron gracias a aquello. Esa cicatriz; que nunca saldría de su piel. John tenía una notable cicatriz en el hombro que fue causada por un disparo en su última batalla con sus compañeros. Al ser herido en batalla, John decidió dejar ese ambiente durante un largo tiempo.
Bajo la ducha, el agua ahogando sus llantos, se encontraba John Hamish Watson. Llorando por los dolorosos recuerdos de su vida.
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Al siguiente día, John repitió su desanimada vida otra vez. Por supuesto; los trescientos sesenta y cinco días del año, y en años bisiestos, los trescientos sesenta y seis días. Siempre lo mismo; se levantaba, se preparaba en la mesa para cuando saliera del baño una manzana y un vaso lleno de agua, se duchaba, se olvidaba de la manzana gracias a los recuerdos y salía de esas cuatro asfixiantes paredes que lo rodeaban. John no era claustrofóbico, pero el estar ya veinticuatro horas en el mismo lugar lo aterraba.
Se sentía como un muñeco; vacío, artificial, parte de la decoración de una casa de muñecas.
Aunque hoy era diferente. Iría a ver un lugar con su futuro y peculiar compañero de piso; Sherlock Holmes. Nunca se cansaría de repetir su nombre, le parecía extraordinario, como el hombre antes mencionado. Era atractivo, inteligente y la manera en la que hablaba con aquel acento volvería a cualquiera loco. Y él era igual que los demás en ese aspecto, Sherlock invadía su mente a cada rato y ni se inmutaba de ello. Por desgracia, lo disfrutaba. Y no podía evitarlo. Pronto se dio cuenta de que una vez sintió esto.
John había escapado de casa hace ya unas dos horas por las peleas que sus padres tenían. Y su hermana no hacía nada para evitar que los adultos abusen el uno del otro; físicamente y verbalmente. Se pegaban, se empujaban, rompían muebles y su hermana Harriet no se movía de las escaleras. Escuchando todo. La primera vez que John presenció aquello, escapó de casa durante unas dos horas hasta que sus padres lo encontraron en aquel lugar especial. El pequeño Watson, dio un brinco de la hamaca en la que según el, volaba. Iba corriendo hasta su Escondite Secreto; en donde el no esperaba encontrar a un niño de cabellos rizados y negros como aquella noche estrellada. Pálido, como la mismísima nieve que caía del cielo estas últimas semanas. Usaba una bufanda color azul marino, un uniforme de un colegio del que John desconocía, unas medias grises y pantalones del mismo gris. Estaba intrigado, el chico asemejaba ser inocente, adorable e incluso dulce. John iba a seguir observando a aquel niño pero este último se despertó. Y luego John lo pudo apreciar. Ojos del color de un arcoíris. No se podían describir, eran hermosos. Se miraron durante unos instantes hasta que el desconocido se levantó, dándose John cuenta de que era alto. Lo miró durante unos segundos que eran eternos y mágicos para el señorito Watson.
"Hola"-dijo el más alto.
"Y John logró describir a aquel niño; una caja fuerte. Una caja fuerte cristalina rodeada de seguridad y cerrojos que en el futuro se abrirían dejando pasar a el ladrón que robaría algo importante para otros, e importante mucho después para el pelinegro. Su corazón; sus sentimientos que corrían como el agua de una canilla abierta."
Sonrió cálidamente. Que mal; él pensaba antes que aquel niño estaba solo. Pero el que terminó estando solo fue él.

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