Bufanda color Holmes

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Y ahí estaba. En aquel bar de siempre. Misma barra, distinto camarero. ¿Por qué había entrado? ¿Por qué tuvo que recordar el pasado casi olvidado? Era un iluso si creía que lo encontraría. Aun dudando si estaba haciendo lo correcto, abrió la pesada puerta y atravesó el establecimiento alcanzando uno de los taburetes giratorios.

- Un cortado, por favor- pidió tímidamente, quitándose la gruesa y gastada bufanda.

- Hace frío ¿no cree usted?- comentaba el camarero, mientras preparaba el pedido.

- ¡Dicen que mañana nevará!- gritaba con entusiasmo un niño de oscura piel agarrando de la mano de su madre.

El hombre no dijo nada, solo se sentó en la barra y escuchó la charla circunstancial. Posó la pequeña taza sobre sus labios y tragó el delicioso café, sintiendo como su garganta ardía. Empezó a toser escandalosamente, provocando alguna que otra risa en el bar. El hombre cano pretendía quejarse pero una mano rozando su hombro le sorprendió.

- ¿Gregory?- preguntó una tímida voz a sus espaldas.

Dio media vuelta incrédulo. Conocía demasiado bien aquella voz. ¿Qué Hacia su compañero de aventuras ahí? Tenía que estar en Roma, tenía que haber desaparecido del mapa después de aquella nota, después de aquel seco 'adiós'.

- ¿M...Mycroft?- preguntó entrecerrando los ojos, intentando repetirse una y otra vez que aquello no podía ser real.

Ante sus ojos, su pasado. El resumen de toda su juventud. Dejó recorrer la mirada por su cuerpo. Para Mycroft Holmes no pasaba el tiempo. Mismo paraguas, misma sonrisa, mismo pelirrojo.

- El mismo- contestó mostrando su mayor sonrisa- coge el café.

El trajeado empezó a caminar, esperando que el otro siguiera sus pasos. Lestrade observó la pequeña mesa llena de papeles sonriendo de medio lado. Nada había cambiado, misma mesa, mismo chico estresado con sus trabajos a final de mes y mismo tipo común impresionado por su presencia.

- Oh si, perdona, ahora te hago un sitio.

Amontonó carpeta sobre carpeta rápidamente. Dejando la mesa limpia por completo, como si los casos no hubieran compartido sus secretos con la pequeña porción de tarta. Mycroft Holmes tenía aquel don. Capaz de crear de la nada y convertir en nada algo maravilloso.

Greg tragó saliva, intentando desgastar el fuerte nudo de su garganta. Recuerdos se amontonaban en su mente. Fiestas con demasiado alcohol, brillantes ojos azules o pantalones excesivamente estrechos.

El ruidoso bar inundó la escena. Los fieles compañeros de universidad no hablaban, solo contemplaban el trascurso del tiempo ante sus ojos. Mycroft carraspeó al tiempo en el que Greg giraba la cabeza entretenido con el movimiento de la calle.

- Y aquí estamos de Nuevo.

Balbuceó nervioso el ojiazul, intentando romper el hielo entre los dos. Descendió la mirada por el cuerpo del ahora inspector disfrutando del espectáculo. Topándose con su vieja y desgastada bufanda resguardada entre las manos del cano. Sorprendido, abrió los ojos, sin duda era la suya. Mismas marcas imposibles de quitar, mismo color azul Holmes.

- Sí.- susurró terminando su ridícula pequeña taza de café.

La ronca voz de Greg consiguió arrancar al pelirrojo de sus propios recuerdos llenos de ojos marrones y sermones de la bibliotecaria por reír demasiado alto. Lamió sus secos labios, incapaz de camuflar tanto nervio ante el cano.

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