III

11 0 0
                                    

Ya he llegado a mi casa. No estoy con el mismo entusiasmo de la mañana.
Estoy arrepentida de haber asistido al curso.
En las cuatro horas que estuve ahí no escuché muy bien lo que se me decía, a mis oídos sólo llegaban transformadas las palabras de: "Los maestros serán malos con ustedes", "No dormirán nunca más", "Despídanse de todo lo que conocen"...
Qué estúpido.
¿Para qué nos hacen ir a estos cursos si sólo van a alimentarnos de negatividad?
Mamá me pregunta que cómo me fue y yo le digo que excelente. Me doy la vuelta y me voy a mi habitación para ahogarme en llanto.
¿Por qué tuve que irme tan lejos? ¿Por qué no me fui a donde todos se fueron? ¿Qué quería probar? ¿Qué soy fuerte? Nunca lo he sido.
No quiero regresar al curso, ni a esa escuela, ni a esa ciudad. Quiero volver a mi secundaria, con mis profesores y mis amigos, quiero volver a lo conocido.
Hoy me doy cuenta que aquel que se sumerge en lo desconocido es lo suficiente valiente -o estúpido- para sobrevivirlo.

Me he pasado toda la tarde en mi habitación escuchando a Andrés Suárez, una de las cosas por las que he decidido permanecer viva es que algún día iré a Madrid y estaré en uno de sus conciertos.
Andrés es el único cantautor que ha hecho que no me sienta tan sola, como mis poemas. Le debo tanto.

Al otro lado de las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora