Cuando era pequeña la simple idea de tener una familia lo era todo, y a la vez nada. Un sinfín de emociones que anhelaba, y a la vez evitaba.
Una vida en las calles era muy sencilla cuando eres un niño ingenuo que no sabe lo que sucede a su alrededor. Ser el protegido de los más fuertes, robar comida y subsistir al frío invernal de las noches.
Ser un niño de la calle implica ser libre, y a la vez ser condenado a repetir una vida llena de carencias. Significa que puedes gritar y llorar por lo que tú quieras, y a la vez llorar más de lo que deberías y querrías.
Crecer huérfano es odiar a tus padres y a la vez anhelarlos con tanta fuerza. Porque eres obligado a crecer sólo y con un vacío en el pecho.
Es saber que dependes de ti mismo, y que no hay nadie preocupándose por ti, por si desayunas, por si asistes a la escuela o por si usas abrigo al salir.
Vivir de orfanato en orfanato es vivir con la ilusión de que una mujer vestida como princesa y su caballeroso esposo te adoptarían, y te darían todo el amor que te habían negado.
-Llegamos -sonrió Paz Bauer, con sus manos unidas en una infantil muestra de emoción-. Vas a conocer a los tíos, ¿No te emociona?
Enarqué una ceja.
-¿Los tíos? ¿Sos española vos?
Tanto padre como hija rieron, y el auto dejó de sonar. El aire se apagó subitamente, y supe que era el momento de entrar a lo que sería mi casa.
Tragué en seco cuando el Señor Bauer abrió mi puerta y me tendió su mano con una caballerosidad envidiable.
La tomé por instinto, porque no podía negarme a una sonrisa tan paternal como aquella. Jamás había experimentado éste sentimiento. Aquello solo logró alterarme aún más.
-Solíamos vivir en la antigua Mansión Inchausti -comentó con arqueólogo, caminando a mi lado-. Pero la convertimos en lo que ahora es el Mandalay, así que ahora residimos aquí.
-Ya veo... ¿Y tienen calefacción ustedes? -pregunté torpemente, admirando la estructura de la mansión.
Estaba muy bien construida, y el pintar de las paredes era bastante prolijo, sin malas mezclas ni malos lijamientos.
Nicolás Bauer asintió, sonriendo.
-Aquí no te faltará nada. Tú tranquila, veinte.
-¿Veinte? -pregunté, confusa.
-A papá le gusta enumerarnos a todos -se mofó Paz, caminando a mi lado como si nos conociésemos de toda la vida. Es extraña.
Relamí mis labios mientras cruzabamos el jardín que daba a la entrada. Me hallaba dudosa, y creo que se notaba ya que ambos me miraban con curiosidad.
Acomodé mi bolsa en mis manos. Allí sólo había una caja, que La Flaqui dijo que estaba a mi lado cuando me encontró. Allí solo había una carta que nunca quise abrir y un collar con el símbolo de un mandala.
Curioso.
-Che, Paz -dije ya con más confianza, enredando las tiras de mi bolsa entre mis dedos-. ¿Por qué simplemente no me llevaron al Mandalay? No debían tomarse la molestia de adoptarme.
Ella desvió su mirada, y su padre cogió mi mano.
-Hace catorce años fue secuestrada la hija de dos de mis chicos -dijo él, algo ido-. Decidimos que cuando cumpliese catorce años, adoptaríamos a un chico de esa edad para poderle dar algo de la felicidad que le robaron a esa nena.
Jadeé, temiendo que la respuesta fuera algo dura. Y lo fue.
-Creo que pudieron buscar a alguien mejor...
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Cuando el pasado se repite {Mar y Thiago} [Thiaguella] [Casi Angeles]
Roman d'amourEn un futuro mucho mejor, Mar y Thiago tuvieron a su segunda hija, Allegra, en 2018. Una niña hermosa, de piel nívea, ojos verdes y cabello castaño oscuro. Con su pequeña risa y sus mejillas sonrojadas se ganó el amor de toda su familia. Sin embargo...