Prólogo

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Era toda desolación. Tras retirarme de la oficina del oficial O'Neill esa mañana, fue hacia aquel apartamento sin vacilar.

Desorden.

Olor nauseabundo y manchas de sangre se agolpaban en la alfombra color gris de pelo largo.

Las imágenes perturbadoras se suscitaban una y otra vez ante mi vista. Los agentes de policía entraban y salían constantemente del apartamento, desfilando y murmurando en voz alta cosas indescifrables, recogiendo evidencias del desastre.

Sus móviles emitían frases inentendibles y entrecortadas tras los numerosos "prips" de los aparatos de comunicación.

Las pesadas cortinas rojas caían a lo largo y ancho de las ventanas, impidiendo que ingresara un ápice de luz solar, creando un ambiente más tétrico aún.

Los "por qués" retumbaban en las paredes blancas con un eco ensordecedor, haciendo vibrar a los edificios vecinos. Cigarros a medio fumar, colillas desparramadas por doquier y botellas de ron volcadas en el suelo, eran una combinación maliciosa y desesperada; muestra de un alma en pena y solitaria.

El "por qué" me dijo presente otra vez en escena.

Droga. Ese maldito polvo blanco disperso sobre una lujosa mesa baja de vidrio. Tarjetas de crédito, papeles plateados y color manteca. Imágenes propias de una película de terror.

Un escalofrío se apropió de mi cuerpo como un latigazo. Estaba solo excepto por mis propios fantasmas y pesadillas.

Yo, autosuficiente, gigante, todopoderoso...y ahora, no era más que un hombre pequeño y abatido. Una lágrima rodó por mi rostro de acero, escapando de mi mirada imperturbable para llegar finalmente a mi corazón de piedra.

Ya era tarde y la culpa hizo que mi garganta se cerrase en un nudo asfixiante. ¿Cómo seguir? O tal vez sería mejor preguntarse ¿cómo empezar? ¿Por dónde?

Avanzando unos pasos, ingresé por completo al apartamento número 503 de la quinta planta de la torre de edificios ubicados en Erie St. ante las negativas de los agentes de policía quienes deseaban no adulterar la escena del crimen, la cual acababa de despedir el cuerpo inerte de Adrian.

─ ¡Debo pasar, demonios! ─ sentencié con voz lacónica y profunda.

─ Comprendo su dolor, pero déjenos trabajar. Coopere por favor ─ el amable agente me tomó por el codo apartándolo de allí, conduciéndome suavemente hacia la entrada de la vivienda.

Atónito, vi colocar la cinta de "no pasar" atravesando el umbral al mismo tiempo en que me percaté de la existencia de un objeto que llamó mi atención. Sigilosamente, me puse en cuclillas tras la puerta, esperé que nadie me pillase de imprevisto para guardar hábilmente entre mis manos aquel elemento tan preciado que acababa de ver, solitario, sin que nadie hubiese notado su presencia.

¿La respuesta a muchas preguntas? No lo sabía con certeza, pero tenía gusto a afirmación.

Levemente satisfecho me retiré del lugar. Y por detrás, mi soledad.


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Ojos de Tormenta: la atracción - 1era parte Trilogía Miradas **A la venta**Donde viven las historias. Descúbrelo ahora