Suena el timbre del instituto, fin del curso. Después de aprobar todo, adiós a los libros, adiós a los profesores, adiós a los compañeros de clase. En ningún momento me imaginé que este verano sería diferente, contaba con el típico verano metida en casa hasta el día de irme de vacaciones.
La piscina de la urbanización estaba abierta ya, quedaba todos los días con mi grupo de amigos, aunque me lo pasaba bien, en el fondo todos los días eran iguales, o eso era lo que creía.
Una tarde estábamos bañándonos todos, cuando de repente me giré y me choqué con un chico. Salió de debajo del agua y se quedó mirándome. Sus ojos estaban clavados en los míos. Empecé a notar como mis mejillas se ponían cada vez más rojas, cuando me sonrió. Me quedé mirando fijamente su sonrisa. Me costó preguntarle si estaba bien por el golpe que nos habíamos dado. Dijo que estaba todo bien y me sonrió aún más. Me prometí a mí misma que no sería la única vez que vería esa sonrisa.
Solía conectarme a menudo a instagram, a ver las fotos de la gente, y a hablar con las personas que no tenían móvil para poder quedar. Un par de días después de la piscina me llegó un mensaje privado, no sabía quién era, así que, miré sus fotos rápidamente. Era el chico con el que me había chocado en la piscina. Se llamaba Alex. Nos dimos los números de teléfono y hablamos esa noche durante horas, también la noche siguiente y la siguiente. Nos veíamos todas las tardes en la piscina aunque ninguno de los dos nos atrevíamos a acercarnos al grupo del otro para hablar.
Y sí.. llegó esa tarde que no quería que llegase. Esa tarde en la que me tenía que despedir de todos porque me iba al día siguiente de vacaciones. Me había prometido que volvería a ver esa sonrisa, y a pesar de la vergüenza que me daba acercarme al grupo de Alex, saqué valor ni de donde yo sabía que tenía y me acerqué. Al momento todos captaron la situación y nos dejaron a solas. Él se acercó donde yo estaba quieta, paralizada, mirando su sonrisa como una completa idiota. Me cogió de la cintura y me dio un abrazo. Nuestro primer abrazo. Para mí era la mejor despedida de toda la tarde, pero no solo bastó con eso, que mientras nos abrazábamos, sin ni siquiera yo notarlo, me cogió de las manos. Poco a poco se fue acercando más y más, nuestros labios estaban a punto de tocarse cuando me susurró:
-No te vayas...
Mi corazón se me iba a salir del pecho, yo seguía mirando fijamente sus ojos, mientras sentía su respiración a punto de tocar mi boca. No sabía qué responderle, tenía que irme, pero daba lo que fuera porque ese momento no se acabara nunca.
-Te quiero.- Respondí. - ¿Qué clase de respuesta es eso? No me creía que hubiera dicho eso, pero al momento no me arrepentí de decírselo. Noté su sonrisa justo antes de besarme. Sus ojos color verde se cerraron, centrándose en una respiración acelerada. Ese momento eterno para mí, solo duró segundos. Segundos que nunca volverían a ser eternos.
Cuatro de la mañana. Estábamos llegando al aeropuerto. Yo solo seguía pensando en Alex y los miles de kilómetros que nos separarían ahora.
Estaba subida al avión, aunque a esas horas no había estado hablando con nadie, tenía el móvil encendido, así que, decidí apagarlo, cuando vi un mensaje. Era Alex.
- Te echaré de menos, pronto nos vemos pequeña.
Me quedé mirando la pantalla del móvil, leyendo ese mensaje una y otra vez. La azafata me mandó apagar el móvil, íbamos a despegar.
-Yo también. - me dio tiempo a contestar.
Intenté dormirme mientras me imaginaba conversaciones con Alex que obviamente, jamás ocurrirían.
¿Qué había significado el beso de ayer? Era una pregunta que no salía de mi cabeza en ningún momento. Tal vez para él significó todo, o no significó nada. Esa pregunta rondaría mi cabeza todas las vacaciones, hasta que volviese a verle por fin, porque era lo que quería o eso creía.
Cuando me desperté, íbamos a aterrizar después de diez horas de vuelo.
Por fin, California.
