Desde la oscuridad

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"Me hundo todavía más abajo del ataúd, aunque encierre en su interior la misma muerte"

- Erich Maria Remarque/ Sin novedad en el frente -


  Cuando fui a abrir la puerta de mi casa, uno de los tipos me agarró por atrás mientras otro me golpeó en la cara con el puño. Me empujaron hacia una camioneta blanca que estaba estacionada con el motor en marcha y alguien al volante. El que me tenía agarrado me dijo "callate y bajá la cabeza". Al rato estaba metido en un ataúd en la parte de atrás de una Volkswagen. Me ataron las manos y los pies con alambre y me pusieron una capucha negra. No sabía qué pasaba ni a dónde me llevaban. Con el traqueteo del camino me golpeaba contra los costados de la caja de madera. Escuchaba las voces de los dos tipos que iban sentados sobre la tapa del ataúd. Era como si estuvieran en una habitación contigua hablando con la puerta cerrada, los oía, pero no entendía qué decían. Me empezó a faltar el aire. No podía moverme y casi ni respirar. Tenía miedo. 

 Así empezó mi secuestro. No lo supe en ese momento, pero aquel sábado 24 de agosto de 1991, a la 1.15 de la madrugada, en la profunda oscuridad de ese cajón de muertos, algo en mi interior cambió para siempre. En total estuve secuestrado 14 días en el sótano de una casa en el barrio de San Cristóbal, exactamente en la avenida Garay 2882 (hace poco cuando inauguramos el Metrobus del sur pasé por la puerta y no pude dejar de mirarla).

En 1991 yo era solo un ingeniero, padre de tres hijos, que se ocupaba principalmente de su trabajo, su familia y de sí mismo. Esa es la verdad. No me faltaba nada, era exitoso, era muy joven (¡qué joven es uno a los 32 años y no se da cuenta!), y creía saber más o menos cómo iba a ser mi vida hasta retirarme. Cuando digo que algo cambió ese día, pienso que fue el final de una especie de certeza ingenua que tenía sobre el futuro, una seguridad injustificada sobre cómo iba a ser mi vida.

Cuando abrieron el ataúd y respiré profundo todo el aire que pude (nunca antes o después respiré con tanta desesperación) ya no estaba más seguro de nada, ni siquiera de si iba a seguir vivo ese día.

La mayor parte del tiempo la pasé en una caja de madera de un metro y medio por un metro y medio. Me hablaban y me bajaban la comida desde un agujero en el techo. Cada minuto podía ser mi último minuto. A veces me decían "a ver, ponete debajo del agujero que te vamos a pegar un tiro". No se lo deseo a nadie.

Desde que fui liberado empecé a vivir de una manera muy distinta. Me sentía como aquellos que se sobreponen a una enfermedad terminal o se salvan en un accidente. Todo me parecía nuevo y frágil. No entendía quién era ni de qué se trataba todo. Encontré en la incertidumbre un poder que me impulsaba hacia adelante. Con el tiempo llegué a estar convencido de que la libertad que recuperé después de mi secuestro fue mucho mayor que la que tenía antes. Sin saber cómo, en ese extraño intercambio recibí más de lo que me sacaron por haber sido secuestrado. Quedé más libre que nunca para hacer cualquier cosa, hasta para pensar por primera vez que podría crear mi propio destino. 


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Macri: amor o venganza?Where stories live. Discover now