Tormentosa Emma.

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Y así empezó, con la música demasiado fuerte emanando de los auriculares, la perfecta canción que me hacía sentir vulnerable. Esa grandiosa melodía que era capaz de hacerme compañía cada vez que la necesitaba. Así que cerré los ojos y me concentré en la letra, dejando que el resto del mundo pasara a mi par, sin notarlo. Y trate con todas mis fuerzas contener las lágrimas que se asomaban por mis parpados cerrados, intentando saltar hacía mis mejillas y empaparlas, para que el resto supiera la tormenta que estaba ocurriendo en mi interior. No sabía cuánto más iba a soportarlo, solo sabía que no sería mucho tiempo.

Después de varios intentos fallidos por continuar caminando, me deje caer sobre la pared más cercana, allí en la calle. El viento azotaba contra mi rostro, helándome desde la nuca hasta el dedo más chiquito del pie. No me di cuenta de que mantenía mis manos como puños, fuertemente aferradas a la falda que traía puesta, hasta que rocé con ellas mis piernas, pellizcándome la piel. Me pareció oír un trueno en lo alto del cielo, pero quizá solo fuera yo, rompiendo a llorar. Automáticamente, cubrí mi rostro con ambas manos. Lo más sano hubiera sido intentar respirar, mas mi garganta estaba cerrada y el hecho de que el aire no ingresara a mi cuerpo no me importaba. “Quizá así todo termine más rápido”, pensé. Innumerables sollozos le siguieron a las lágrimas, tantos como los errores que había cometido en la vida. Los recuerdos se mantenían tan vividos en mi mente que podía sentirlos a carne viva. Ni siquiera los pedía, tan solo aparecían de repente, haciéndome volver en el tiempo a aquel lado oscuro del que había intentado escapar mis últimos doce meses.

No note la mano sobre mi hombro hasta que lo escuche hablar:

-¿Te encuentras bien?

La lluvia lo había empapado de pies a cabeza y ahora sus cabellos castaño oscuro chorreaban agua. Parecía que toda su ropa se había arruinado y que se moriría de frío, con tan solo una remera, pero aun así mantenía una chispa de felicidad en su mirada. Lo observé de pies a cabeza, intentando descubrir por qué habría de sentirse perdido en el mundo, y no la hallé. Aunque pareciera que todas las cosas que cargaba en la mochila se le hubieran mojado y machucado, no parecía estar desorientado. Entonces, me encontré con sus ojos mirándome y recordé que debía responderle.

-Estoy bien. –mentí, con la voz quebrada al final.

-Oye. –dijo, cuándo pensé que se iría- No te conozco bien, pero no eres muy buena mintiendo, ¿sabes?

-Qué más da. Déjame en paz.

Abracé mis piernas mientras hundía mi cabeza entre ellas, ocultando mi rostro de aquel desconocido. Espere a oír el repiqueteo de sus zapatos al marcharse, pero no sucedió. Las lágrimas jamás dejaron de cesar de mis ojos.

-Bien. –mascullo por lo bajo. Logre observar por el rabillo del ojo que tomaba asiento a mi par. – Pues entonces no me iré.

Un escalofrío recorrió mis brazos, estremeciéndome. ¿Acaso tenía un cartel en la frente que decía <<jueguen conmigo que me encanta>>? Me mordí el labio, intentando olvidarme del dolor que sentía en ese momento, hasta que pude saborear el metálico sabor de la sangre. Volví a pellizcarme la pierna.

-¡Ay! –chillé esta vez, agotada.

-¿Estas bien? –volvió a insistir.

No entendía de donde surgía tanta curiosidad, así que alce la vista y lo mire a los ojos, sin molestarme en ocultarlo todo con una gran sonrisa, porque no lo conocía y no creía poder hacerlo nunca más. Lo mire tan fijo a los ojos, que creí que jamás me cansaría, hasta que volvió a abrir la bocota e interrumpir el momento.

-Puedes confiar en mí. No conozco a ninguno de tus amigos o familiares para andar divulgando lo que te ocurra. –murmuro. Creí que iba a sonreír, porque una de las comisuras de su labio se alzó con  intención, pero al final termino por quedarse serio.

-No. –dije firme, mientras luchaba con controlar el nudo de mi garganta- No voy a confiarte nada.

-De acuerdo. –pareció aceptarlo, fijando su vista en algo más allá del tráfico, que se había estado acumulando a estas horas- Al menos dime qué puedo hacer para ayudarte.

-Vete. Quiero estar sola.

-No creo que quieras eso. –me desafío, volviendo a colocar su mirada sobre la mía- ¿Estoy equivocado?

Y lo peor de todo no era que aún seguía insistiendo sobre un tema que no quería tratar, sino que tuviera razón en todo lo que decía. Sí, quería hablar y, sí, quería compañía. Pero no él, no estaba segura, no ahora. Estaba demasiado confundida como para tomar una decisión. Había, literalmente, una verdadera guerra en mi interior. No podía dejar de pensar. No había sido capaz de hacerlo desde hace unos días y no lo haría ahora. Ya no escuchaba el sonido de la música.

Una gota de algo mojó mi mano, y no era de lluvia.

-¿Qué te hace tanto mal? –casi olvidaba que estaba allí a mi par, demasiado concentrada en mis pensamientos- ¿Qué te hace llorar tanto?

-El no saber. –confesé al fin.

Él espero una respuesta, demasiado paciente para mi sorpresa. Al parecer, había terminado por asumir que le contaría mi historia tarde o temprano, y que solo debía darme tiempo, aunque no me dio espacio, sino que se arrimó un paso más hacia mí.

-Lo que de verdad me inquieta es no saber cómo seguir, ni en quién confiar realmente. Es no  saber si alguna vez todas aquellas palabras de amor que me dirigió de verdad las sintió o si fueron solo palabras. No saber si alguno de todas las cosas que pasamos juntos significó algo o si solo fueron un momento más en la vida. Necesito saber que puedo confiar en alguien después de eso, necesito saber que no soy yo el error de todos los errores. Realmente necesito un abrazo.

Y cuando creí que nada más podía pasar para arruinarlo, que nada más podía hacer para hundirme en aquella depresión, las lágrimas brotaron aún con más fuerza, justo en el instante en que él se inclinaba para acunarme en sus brazos.

Me quede allí durante mucho tiempo, creo que fueron horas, con mi cabeza hundida en su hombro y la suya sobre el mío. Podía sentirlo respirar contra mi cuello, podía sentir cómo latía su corazón. Y por un momento no me creí sola. Recordé todos los momentos que había pasado para llegar a donde estaba y todo lo que me había sacrificado para conseguirlo. Dolió, todo aquello por lo que me vi obligada a atravesar dolió muy fuerte, pero aun así seguía viva. Fue entonces cuando comprendí que, a veces, las cosas pasan por algo. Las personas se van y vienen, y la vida no se detiene. Algunas llegan sin pensarlo, sin pedirlo, cuando menos lo esperábamos. Y no me sentía sola. Ya no más.

Su ritmo respiratorio se había convertido en el mismo que el mío y ninguno se separaba.

-¿Cómo lo haces? –pregunte, de repente.

-¿El qué?

-El mantenerte fuerte, aún bajo la tormenta, sin dejar que nada te afecte.

-Sí me afecta. –admitió contra mi cuello, erizándome los bellos de la nuca- Solo no lo demuestro.

-Yo no soy tan fuerte. –lamente.

-Te envidio. –dijo luego, obligándome a incorporarme y separarlo unos centímetros de mí, porque no podía creer haber escuchado salir aquellas palabras de su boca- Envidio la facilidad que tenes para descargarte, porque yo no puedo. Y eso me mata, me asecha todas las noches.

Mi corazón se partió en dos en aquel preciso instante, y lo abracé, porque él hubiera hecho lo mismo.

La forma en que dos personas que no se conocen pueden agradarse y llevarse bien, hasta el punto de llegar a convivir mejor y complementarse de una forma que jamás creían posible –incluso- con los más cercanos, se me antojaba extraña pero placentera.

-Por cierto, no creo haber oído tu nombre. –comenté, volviéndome a apartar de él.

-Eso es porque no te lo he dicho. –comento entre risas, mientras depositaba un beso sobre mi frente- Me llamo Connor.

-Un gusto. –dije extendiendo mi brazo hacía delante formalmente, la cual el tomo en forma de saludo- Soy Emma.

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⏰ Última actualización: May 14, 2013 ⏰

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