1. La Ruina de Malfoy y el Olvido de Harry

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Draco se había convertido en un hombre solitario, afortunadamente logró dejar en el pasado sus días de adolescente malcriado —aunque a veces se notaba en su personalidad vestigios de lo caprichoso que podía llegar a ser—, pero esas actitudes eran algo de lo que no estaba orgulloso, ya no más.

Vivía solo y aunque él no lo quería así, el destino le decretó tal final. Se divorcio dos años después de casarse con Astoria Greengrass a los veinticuatro años de edad. Ella quería un hijo, pero él se dio cuenta de que no estaba preparado para criar a alguien cuando cargaba con un pasado como el suyo, mucho menos con los secretos que tenía, no quería provocar tal dolor a un niño como le había sucedido a el mismo en su momento. A sus jóvenes veintiséis, ya experimentaba la solitaria vida de un divorciado deprimido, algo que escandalizaba totalmente al clan Malfoy y a todos los clanes de sangre pura y clase alta del mundo mágico. 

El último de los Malfoy releía un libro de un escritor muggle —aunque no lo admitiría jamás— frente a su chimenea. Con la mano derecha sostenía su libro, Veinte poemas de amor y una carta desesperada de Pablo Neruda, y con su mano izquierda llevaba un vaso con whiskey de fuego, ya era el tercero. 

Pensó, y pensó. En su mente rondaba la idea de vender la vieja mansión, pero no podría ni imaginarse quién querría pagar por un piso que había sido habitado por tantas generaciones de soberbia, que había sido el techo de tanta maldad, la cuna de un gran egoísmo.

Draco miro sobre la chimenea, un cuadro lo retrataba a él, junto con su padre y madre. Trato de apartar la vista, pero los ojos de esos personajes frívolos lo acusaban. Lo acusaban de fallarle, ¿fallarles en qué? se preguntó.

No aguanto un segundo más el acoso por parte de los gélidos rostros y arrojó el vaso sobre la chimenea, provocando una  explosión que lo empujo hacía atrás. Todavía frustrado, lanzo un hechizo que reboto con un espejo hiriéndolo directamente, lo hizo volar hacía atrás al menos dos metros. La magia mezclada con odio y tristeza siempre resultaba mal.

El joven Malfoy despertó horas mas tarde en la comodidad de su habitación. Un dolor agudo en la parte trasera de su cráneo hizo que se sentara a duras penas. Aún se encontraba perdido, pero a pesar de su vista nebulosa pudo visualizar en frente de él, el abatido rostro de su madre Narcissa.

No pudo mirarla y miró a través del ventanal del dormitorio. El cielo estaba nublado, tal como su espíritu.

Narcissa no le dijo nada, no fue a verlo para decirle que estaba bien equivocarse, que debía seguir adelante, que era una persona fuerte. Se lo había dicho miles de veces, pero no había caso, su hijo estaba ahogándose cada vez más en la depresión, que empezó inmediatamente se hubo acabado la guerra mágica.

Solo quería saber que estabas bien cariño, dijo la mujer matando el silencio de la habitación.

Draco no respondió, hace tiempo que no lo hacía, solo le dedicaba miradas lastimosas.

Él ya se había dado cuenta de que ella también estaba muy enferma, pero lo que tenía ella se podía ver. En especial él, que era doctor y además, era su hijo y la conocía bien. Al principio le molesto que su madre le ocultara semejante cosa, pero luego comprendió que no quería hundirlo más en el pozo de la depresión en que se hallaba atrapado. Pero su madre no comprendió, que él se arrastraría dentro de dicho pozo de todas formas.

Narcissa se levanto de su asiento y se sentó junto a Draco en la cama. Ella saco un folleto del Hospital San Mungo. 

Se lo que estas pensando, no volveré a trabajar, Draco tomo el folleto y lo sostuvo en sus manos un momento y se lo devolvió a su madre. No podría.

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