Parte # 1Nunca podrá decirse que el infeliz Alan omitió ningún medio lícito de zafarse de aquel tunantuelo de Amor, que lo perseguía sin dejarle punto de reposo.
Empezó poniendo tierra en medio, viajando para romper el hechizo que sujeta al alma a los lugares donde por primera vez se nos aparece el Amor.
Precaución inútil, tiempo perdido; pues el pícaro rapaz se subió a la zaga del coche, se agazapó bajo los asientos del tren, más adelante se deslizó en el saquillo de mano, y por último en los bolsillos del viajero.
En cada punto donde Alan se detenía, sacaba el Amor su cabeza maliciosa y le decía con sonrisa picaresca y confidencial: «No me separo de ti.
Vamos juntos.» Entonces Alan, que no se dormía, mandó a construir una altísima torre bien resguardada con cubos, bastiones, fosos y contrafosos, defendido por guardias veteranos, y con rastrillos y macizas puertas chapeadas y claveteadas de hierro, cerradas día y noche.
Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiado de tedio a mirar el campo y a gozar la apacible y melancólica luz de la luna saliente, el rapaz se coló en la estancia; y si bien le expulsó de el y colocó rejas dobles, con agudos pinchos, y se encarceló voluntariamente, sólo consiguió alan que el amor entrase por las hendiduras de la pared, por los canalones del tejado o por el agujero de la llave.
Furioso, hizo tomar las grietas y calafatear los intersticios, creyéndose a salvo de atrevimientos y demasías; mas no contaba con lo ducho que es en tretas y picardihuelas el Amor.
Mylan Alexander.