La esquina de los camiones naranja, amarillo y blanco, tapizada de trausentes y uno que otros vendedores, es escenario de la espera y el desespero de una cita.
Pasaron cinco, los recuerdo, fue al sexto que él llegó.
A mi lado, la joven recostada sobre el teléfono público rezaba porque su amado llegara por ella. Me limite a dirigirle un saludo; los ojos se me hicieron chinos, los labios se entreabieron, mis dientes se asomaron y mi cara sintió un cambio.
Ya habían pasado cuarenta y cinco minutos desde que el puesto de comida me había inundado con sus aromas. Ya no sabía si aquél agujero en mi estómago era el hambre o era su ausencia.
Bajas del autobús, corres hacia mí, me abrazas con total emoción y me besas (adoro esos besos) para luego tomarme la mano y llevarme a caminar justamente a tu lado.
Te cuento historias de lo que han sido mis días, me detengo por ratos solo para mirar tu rostro. Me llevo la sorpresa de mi vida; me estás escuchando con atención e intentas dirigirme unas palabras de ánimo para avivarme. Eres tierno.El domingo 27 de septiembre del 2015, Mérida es un lugar muy concurrido; los niños y adultos en bicicleta, las señoras con sus mejores vestidos, los hombres de a sombrero a pesar de no haber sol. Las bailarinas corriendo de un lado a otro a través del zócalo, los policias en cada esquina, las calles que se cierran para mejor circulación del peatón, los conciertos, las cenas al aire libre, las aves que cantan, un hombre con un telescopio...
La luna estaba por esa fase en donde se pone gigante y poco a poco se esconde detrás de una sombra. Apenada, le decía, y poco a poco se mostraba sonrojada. ¡Qué roja se puso la luna! no aguantó tantos piropos.
Las manos, suaves, tiernas y varoniles sostenían mi barbilla mientras nuestros ojos se contactaban en alguna especie de ritual. Sí, solo ellos y nuestros cuerpos que se estremecen saben lo que significa ese contacto; un beso.
Me sostienes, bajas tu mano como si acariciaras un objeto delicado, algo que a la menor provocación se rompe, así me tienes. Miras mis ojos, miras mis labios, juegas con mi cabello. Cual agua sobre una herida, así lo haces, sabes que me calmas y me curas de cualquier dolor.
Aquí estás cerquita, acercas tus labios, susurras; te quiero.
Pasaba una hora, pasaban dos.
Es hora de irnos. Tú siempre tomas la derecha, a mí ya me gustó la izquierda. Me dices: eres libre.Primera hoja de nuestro árbol de almendras.
