Sonrisas que reflejan lágrimas

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Debo ir a Cuba-me dije a mí misma- No importa cuánto cueste, estpy dispuesta a pagar el precio por obtener la verdad y luego hacer justicia.

Hubo un apagón y mamá empezó a maldecir por la interrupción de su baño que ocasionó la falta de energía eléctrica, mientras yo me dirigí ensimismada a la ventana que hacía un mes que no abría.

Dinelle me había acostumbrado a mantenerla siempre abierta, ya que a menudo lanzaba algún papel, alguna pequeña piedra, y hasta recuerdo que en una ocasión lanzó uno de los tomates que acaba de comprar en el mercado de la esquina de mi casa. Él decía que yo era una floja, y que si no hacía eso, sentiría un gran remordimiento de consciencia cuando el bulto de grasa en mi cuerpo empezara tener un desarrollo poco agradable, por estar haciendo una nueva versión de la película: "La bella durmiente". Pero yo sabía bien que eso no era del todo verdad. Estaba segura que despertarme no era su único objetivo. Él sabía que cada vez que hacía eso, me tocaba ir a su casa a darle los saludos que mi mamá le enviaba, recordándole así una de las razones por la que no era de su agrado.

Mi madre por su lado, nunca entendió que lo que hizo que me enamorara de Dinelle fue precisamente esa falta de tornillos en su cabeza y su inmadurez .Pero de esa manera era feliz, y lo más importante, es que me hacía feliz también, inmensamente feliz como pocas cosas en esta vida habían podido hacerlo.

Es que Dinelle parecía un chiquillo de 10 años, su temperamento sanguíneo hacía que mi vida fuera más divertida. Tenía ese toque de locura que a mí me hacía mucha falta. Su exagerada alegría encajaba a la perfección con mi antipatía, y hacía que ambos nos sirviéramos de equilibrio. Cuando Dinelle llegó a mi vida literalmente todo cambió, me hizo sentir por primera vez viva y feliz. Ahora que se había ido, mi existencia empezaba a carecer de sentido, todo mi mundo de arcoiris se había vuelto gris. Era un infierno ver alguna fotografía, un mensaje, una carta, un detalle, un paisaje, y todo, todo lo que mis ojos podían observar me recoradaba a él, y lo que no era observable también, así como el aire que respiraba. Lo peor de todo era que el dolor se había hecho directamente proporcional al tiempo. Entre más pasaban los días, más dolor sentía.

No me molesté en intentar explicar cuán difícil era para mí respirar a nadie, porque las posibilidades de que alguna persona sobre la faz de la tierra llegara a entenderme, se reducía exactamente a la misma cantidad de dinosaurios que habían en la actualidad. Por esa razón opté por colocarme el amargo disfraz de la indolente, teniendo así que aprender a llorar sin lágrimas, y con falsas sonrisas.

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⏰ Última actualización: Sep 29, 2015 ⏰

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