En cuanto sus ojos se abrieron en aquella sala aséptica, dolorido y casi sin poder moverse, descubrió que algo había salido mal en la misión, pese a que no fuese capaz de recordar el qué. No era más que una misión rutinaria. Solo captar enemigos del régimen de Hydra y darles un castigo ejemplar para hacer que los rebeldes se afiliaran a la causa, por su bien. Sin embargo, se encontraba tendido en una camilla, rodeado de máquinas que le inyectaban el calmante suficiente como para dejar dormido a un caballo durante días, y una pequeña botella de la cual salía un tubo que se unía a la vía que ya tenía puesta y que no supo ubicar por el nombre. A esas alturas se había acostumbrado a todo lo que tuviesen para él. Sería una tontería negar que había pensado más veces de las que podía contar en suicidarse. Además, también había intentado arrancarse la monstruosidad que sustituía a su brazo izquierdo. ¿Tan mal soldado había sido, luchando por lo que él creía una causa justa, como para que su futuro estuviese teñido de sangre, dolor y miedo?
Aquel brazo le había costado sedaciones involuntarias y más lavados de cerebro de los que, irónicamente, podía recordar. La gran mayoría de cicatrices, que pasaban por daños colaterales de la fijación al hombro, habían sido causadas por él mismo, intentándoselo arrancar. Pierce nunca dio explicaciones a los científicos acerca de la proliferación de cicatrices donde no debería de haber ninguna, pues, en un principio, el trabajo que le habían realizado en el hombro había sido perfecto.
No le echaba la culpa a Steve por no haber ido a buscarle cuando se cayó del tren. Tampoco le culpó cuando hizo que le reconociese, a base de golpes, a bordo del Helicarrier 03 que se caía a pedazos. Ni le culpaba por haberle hecho ver que si vida real había sido otra. Tan solo se culpaba a sí mismo por haber sido tan incrédulo en 1945, cuando cayó en Azzano ante las tropas de Hydra con una tecnología que no conseguían entender. Debería de haber hecho caso a su pequeño Steve interior que le decía, más bien, le gritaba, que no hiciera aquella tontería que le costaría, cuanto menos, la vida a él y al pelotón. Sin embargo, lo hicieron. Se colaron bajo las narices del enemigo para acabar con una de sus bases y quedaron atrapados. Los nazis, o seguidores de Hydra, los utilizaron como esclavos para que construyesen el armamento adaptado a la nueva munición proporcionada por el Teseracto, que servía para borrar del mapa, literalmente, a los enemigos. Y él, como no podía ser de otra manera, acabó convirtiéndose en la rata de laboratorio del doctor Zola. Lo que el científico quería conseguir, era emular el suero que le recorría a Schmidt por las venas y que había tenido éxito, después de ser perfeccionado por Erskine, una vez lo inyectaron en Steve. El objetivo era volver a crear supersoldados utilizando ese suero.
El resultado fue que la piel seguía en su sitio. Tampoco tenía delirios de grandeza. Lo que realmente había conseguido era dotar al Sargento Barnes de una fuerza por encima de lo normal, y había cambiado su metabolismo, haciendo que su organismo respondiese de manera más eficiente a los estímulos externos. Ante estos resultados, los científicos, mientras hacían pruebas con él, cada una más dolorosa que la anterior, intentaban sonsacarle información mientras que él, a medio camino de la inconsciencia, repetía una y otra vez su número de identificación, rango y división en la que se encontraba. Pero, entonces, apareció el perfecto Steve Rogers, siendo tres o cuatro veces más grande de lo que solía ser, para salvarle.
La lucha no fue fácil. El ejército de Hydra les superaba en número y él, para su desgracia, no estaba en condiciones de ayudar. Sin embargo, por no decepcionar al Capitán América, siguió sus órdenes sin quejarse, ayudando en todo lo que podía hasta que llegaron al campamento, siendo recibidos como héroes, y, una vez allí, vio como Peggy y Steve se miraban. Fue en ese entonces cuando una envidia irrefrenable se apoderó de él. ¿Por qué Steve, siendo el chaval enclenque que siempre se metía en peleas de las que no podía salir el solo, encontró a su chica especial? ¿Por qué fue él quien tuvo al alcance de su mano un futuro brillante y feliz cuando acabase la guerra? ¿Por qué no él? Él, lo único que quería, era tener a la mujer rubia que vagamente recordaba, y que hacía que se le hinchase el pecho de algo parecido al amor y a la desesperación, esperándole en el campamento. También pretendía refugiarse en sus brazos, mirarse a los ojos y prometerse cosas que ambos eran plenamente conscientes que no serían capaces de realizar. Solo quería escapar durante unos segundos de aquel escenario macabro donde en el aire flotaban gritos de agonía y la muerte asomaba a cada esquina, dispuesta a guiar una bala hacia carne inocente con tal de tener más almas de las que apropiarse. Pero no pudo ser. Aquella rubia mujer se le escapaba de entre los dedos cuando intentaba recordarla. Y, en su lugar, solo era capaz de rememorar el dolor que sintió cuando vivió algo con ella que no podía evocar. ¿Se habría muerto? ¿O le habría abandonado? Con su suerte, y siendo él el receptor de aquel intenso sentimiento, no le sorprendería que al final hubiesen sucedido ambas cosas.
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El Soldado de Invierno: La caída de Hydra
FanfictionFanfic creado con un arco argumental que parte desde la película Los Vengadores 2: La Era de Ultron. Debido a que el Universo Cinematográfico de Marvel no sigue al pie de la letra el arco argumental de los cómics hemos decidido utilizar eso a nuestr...