- En qué quedamos -le dijo- ¿pagas o no pagas la cuarta parte de la música?
El fotógrafo ni siquiera levantó la cabeza para contestar.
- La música no sale en los retratos.
- Pero despierta en la gente las ganas de retratarse -replicó la abuela.
- Al contrario -dijo el fotógrafo-, les recuerda a los muertos, y luego salen en los
retratos con los ojos cerrados.
El director de la charanga intervino.
- Lo que hace cerrar los ojos no es la música -dijo-, son los relámpagos de
retratar de noche.
- Es la música -insistió el fotógrafo.
La abuela le puso término a la disputa. "No seas truñuño", le dijo al- fotógrafo.
"Fíjate lo bien que le va al senador Onésimo Sánchez, y es gracias a los
músicos que lleva." Luego, de un modo duro, concluyó:
- De modo que pagas la parte que te corresponde, o sigues solo con tu destino.
No es justo que esa pobre criatura lleve encima todo el peso de los gastos.
- Sigo solo mi destino -dijo el fotógrafo-. Al fin y al cabo, yo lo que soy es un
artista.
La abuela se encogió de hombros y se ocupó del músico. Le entregó un mazo
de billetes, de acuerdo con la cifra escrita en el cuaderno.
- Doscientos cincuenta y cuatro piezas -le dijo- a cincuenta centavos cada una,
más treinta y dos en domingos y días feriados, a sesenta centavos cada una,
son ciento cincuenta y seis con veinte.
El músico no recibió el dinero.
- Son ciento ochenta y dos con cuarenta -dijo-. Los valses son más caros, - ¿Y eso por qué?
- Porque son más tristes -dijo el músico.
La abuela lo obligó a que cogiera el dinero,
- Pues esta semana nos tocas dos piezas alegres por cada valse qué te debo, y
quedamos en paz.
El músico no entendió la lógica de la abuela, pero aceptó las cuentas mientras
desenredaba el enredo. En ese instante, el viento despavorido estuvo a punto de
desarraigar la carpa, y en el silencio que dejó a su paso se escuchó en el
exterior, nítido y lúgubre, el canto de la lechuza.
Eréndira no supo qué hacer para disimular su turbación. Cerró el arca del dinero
y la escondió debajo de la cama, pero la abuela le conoció el temor de la manó
cuando le entregó la llave. "No te asustes", -le dijo-. "Siempre hay lechuzas en
las noches de viento". Sin embargo no dio muestras de igual convicción cuando
vio salir al fotógrafo con la cámara a cuestas.
- Si quieres, quédate hasta mañana -le dijo-, la muerte anda suelta esta noche.
También el fotógrafo percibió el canto de la lechuza pero no cambió de parecer.
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