Parte 2: Chicago mi cuna

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Nací un 25 de agosto de 1990 en Chicago, mi madre me fue a parir a una clínica barata del barrio. El médico olvidó ponerse guantes a la hora de sacarme de la entrepierna de mi madre y me magulló el glúteo derecho al jalarme dejándome una mancha café obscuro en mi trasero y que no se ha borrado hasta la fecha. Segundos de vida y todo ya había empezado mal, mi madre se desmayó por la presión y sin poderse apoyar en alguien, mi padre debió de haber estado jugando básketbol o fumando por ahí a la hora del parto.

Sólo vino cuando le dijeron que, Amanda, mi madre, estaba embarazada hasta hace unos días y había tenido un varón. Vino, me vio, le dejó unos dólares a mi madre, y desapareció de nuestra vida para siempre. Un gran ejemplo como siempre, o eso era lo que me decía mi madre cuando le preguntaba por que yo no tenía un papá como los demás en el barrio que, aunque drogadictos o vividores, eran sus padres y llegaban a casa de vez en cuando. Típico, pero no me quejo, aprendí a defenderme con los niños del barrio, siempre arreglando los problemas a puño limpio. Cuando nos daba hambre, corríamos a la cafetería del barrio de aun lado donde vivía gente con casas bonitas. Nos parábamos frente a la repisa viendo los postres y platillos, imaginando que llegábamos caminando a la cafetería como cualquier otra persona, tomábamos lugar en una mesa y ordenábamos a nuestro antojo con la confianza de tener la cartera llena de aquel preciado papel verde al que todos llamábamos "plata", "duro", "tubo de coca" o como se le conoce en el mundo cotidiano: Dólar.

Pero la imaginación no calmaba al estómago, así que nos organizábamos para robar el pan de una mesa con comensales desprevenidos. Tomábamos a toda velocidad la canastilla con bollos y salíamos despotricados por la acera rumbo a nuestro querido y graffiteado barrio, mientras los meseros nos perseguían hasta el cansancio, todos sabemos que cuando no tienes nada que perder, lo haces todo sin pensarlo dos veces. Y no es que yo no tuviese una cena caliente esperándome en casa de regreso, era mi pura flojera de irme a mi "casa" o más bien pocilga en un 4to piso. Mi madre hacía lo posible para mantener ésa pocilga lo más acogedora para vivir en ella.

Estudie hasta la mitad la secundaria, nunca supe cómo se llamaba la escuela, tenía 12 materias y yo sólo llevaba 1 libreta y un lápiz, en la libreta dibujos burlones de los profesores y corazones para las chicas del salón. Cada mes estuve en la oficina del director unas 3 veces como promedio, me sermoneaba siempre y le sorprendía como un blanco viviendo en un barrio de negros podía ser tan influyente en mi manera de ser que todo me importara un bledo. 

"¡Hey Rob te voy a suspender una semana!" -Gracias,  más días libres. "¡Robert Donson no es posible que nunca entregues trabajos, mírate, tu uniforme es un asco, tus tenis deben ser blancos, y son grises!" *Subo mis pies al escritorio* -Yo los veo genial director, blancos se veían muy ñoños, deme un break y déjeme ir. "¡Dios Santo Robert, eres un caso perdido!" -Caso para la araña director, caso para la araña.

En fin, dejé la secundaria a los 15 años, yo feliz hasta entonces, no más deberes, no más medias horas en la oficina del director, no más uniforme, no más libros, libre como el viento. Para mí todo iba bien hasta que mi madre enferma de pulmonía, tuve que cuidarla así como ella cuidó de mí hasta entonces, debía conseguir dinero como fuese posible para comprarle sopa y otras cosas que le recetó el médico del barrio, nuestra ignorancia no nos dejó buscar ayuda mejor y mi madre termina por fallecer durmiendo no sin antes decirme que me acueste temprano y que me cuide.

Lloré mi madre a mares, fue de las pocas personas que me quisieron incondicionalmente, y nunca se irá de mi corazón, pero bueno me desvío un poco, me hice un tatuaje de su nombre en el pectoral con su nombre y fecha de nacimiento y fallecimiento.

El departamento me fue imposible seguirlo pagando y terminaron por sacarme, cosa que no lamenté mucho por que era una pocilga y por que me recordaba a mi madre fallecida en las peores condiciones posibles. Mis amistades de barrio me brindaron ayuda por un tiempo, me acogieron en otra pocilga más acogedora, busqué trabajo en un mini-mercado cercano al barrio cargando cajas y acomodando productos, comencé a hacer dinero limpio, poco pero limpio, del sudor de mi frente.

Una noche regresando del trabajo, mi vida volvió a dar un vuelco inesperado. Mis compañeros de vivienda habían sido asesinados por unos pandilleros a quien les debían dinero de drogas y la policía acordonó el lugar, tomando todo como evidencia excepto mi dinero que estaba muy bien escondido en el baño de la pocilga. Dormí cerca en una banqueta y esperé al amanecer hasta que la policía se retirase y entré al lugar. Había sangre en el piso y agujeros de bala en las paredes, la puerta reventada, por suerte el baño intacto, entré y busqué mi dinero debajo del lavamanos, un total de 315 dólares acumulados, de los cuales 150 fueron heredados por mi madre y el resto ganados en el mini-mercado. Mi mundo se cerró de nuevo, Chicago hacía de las suyas todos los días.


En la Mira y fuera de ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora